Análisis político N°7: Una potencia regional acorralada: Turquía en la encrucijada por el rediseño regional del Medio Oriente (8 de octubre de 2018)

Año: 
2018

 

Introducción

Turquía es una potencia regional del Medio Oriente que se ubica en una posición geoestratégica significativa, y que es heredera directa del Imperio Otomano. Desde el desmantelamiento de este último, y la declaratoria de la República de Turquía por Mustafa Kemal Atatürk en 1923, este país ha pasado por momentos convulsos en su historia, lo que le ha restado importancia en la región del Medio Oriente, a pesar de tener las capacidades para ser una potencia regional. No obstante, desde la llegada al poder del Partido de la Justicia y Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) en el año 2002, y específicamente de su líder, Recep Tayyip Erdogan, en 2003, Turquía ha mostrado un creciente protagonismo internacional, especialmente en la región del Medio Oriente.

Este protagonismo internacional estaría basado, en un primer momento, por un fuerte empleo de lo que Joseph Nye ha llamado el soft power (1). Turquía, a través de reformas que profundizaron la democracia durante los primeros años del siglo XXI, al tiempo que se le daba mayor preeminencia a los valores culturales y religiosos sunitas de la nación, se mostró como un modelo político interesante para la región del Medio Oriente. Este modelo fue ampliamente promovido por el uso de productos de los medios de comunicación turcos, principalmente telenovelas, las cuales llevaron el modelo de vida turca a toda la región, e incluso el mundo (2).  Durante este primer momento, Turquía buscaría una política exterior de “cero problemas con los vecinos” (3).

No obstante, desde las revueltas árabes de 2011, parece haber iniciado un proceso de redefinición de toda la región, en términos territoriales, políticos, estratégicos, económicos, culturales, e incluso religiosos, el cual ha tenido un impacto significativo sobre Turquía, presentándole una serie de desafíos importantes a su rol como potencia regional actual, así como las de sus ambiciones de expansión de su esfera de influencia en la región. Esta situación debe entenderse a partir del cambio inusitado en la estructura internacional, la cual pasó de un breve período de unipolaridad liderado por Estados Unidos, hacia una creciente consolidación de una multipolaridad en formación. Esto ha hecho que las principales potencias internacionales vuelvan su mirada sobre el hinterland mundial actual, el Medio Oriente—precisamente por su riqueza en los principales recursos energéticos del mundo, el petróleo y el gas natural—, lo cual ha enmarcado la actual lucha de poder entre los países mismos de la región, y en especial, ha limitado y constreñido las crecientes ambiciones de expansión de poder por parte de Turquía.

Este proceso de rediseño estratégico de la región le dio incentivos a Turquía para buscar expandir su esfera de influencia en los territorios a ella más cercanos, empleando recursos más allá de la estrategia basada en el soft power del momento anterior. Sin embargo, parece ser que los tomadores de decisión en Turquía realizaron cálculos extremadamente optimistas sobre su poder estatal, lo que los ha llevado a emprender acciones que no solo los ha puesto en una situación comprometedora con todos sus vecinos, sino que incluso ha elevado las tensiones con sus aliados estratégicos.

Marco Teórico

El presente artículo, entonces, plantea un breve análisis de la situación actual en la cual se encuentra Turquía, partiendo de la teoría del Realismo centrado en el Estado elaborada por Fareed Zakaria (4), tomando en cuenta la variable estructural del sistema internacional actual, tal y como la entendió Kenneth Waltz (5). Además, buscará complementar el análisis utilizando las categorías ideadas por Joseph Nye como soft power y smart power (6).

A partir de la teoría de Zakaria, se entiende que existen variables tales como el alcance de las funciones del Estado, la autonomía del Estado con respecto a la sociedad, la cohesión burocrática del Estado, su capacidad extractiva, así como las percepciones de los tomadores de decisión sobre el aumento de las capacidades relativas del Estado, lo que permite convertir el poder nacional en poder estatal, y con ello proyectar ese poder en la arena internacional. En este sentido, la teoría establece que los Estados se expanden cuando el alcance del Estado es amplio—en el sentido de que su poder está centralizado y es superior a cualquier otro poder político subnacional—; presenta un grado de autonomía relativa con respecto a las demandas de su sociedad, que le permita actuar por sí mismo; sea cohesionado internamente en sus instituciones y burocracia; tenga una capacidad extractiva amplia; y, sobre todo, los tomadores de decisión perciban un aumento en las capacidades relativas del Estado (7).

Todo esto les dará los suficientes incentivos a los tomadores de decisión para entender que los beneficios de expandir el poder e influencia del Estado en la arena internacional superan los costos inmediatos, y a su vez, la centralización del poder nacional y la cohesión burocrática le garantizan proyectar este poder de forma coherente y unitaria. Sin embargo, como bien afirma Zakaria, esto permite explicar por qué un Estado se comporta de tal o cual forma, pero sus resultados deben explicarse a partir de la variable estructural. Por esta razón es que se toma especial énfasis en el contexto multipolar en que se encuentra el mundo actualmente, y la coyuntura de tensiones geopolíticas en el Medio Oriente, y el sistema de alianzas imperante en la región.

Por lo tanto, el presente análisis busca ofrecer una breve explicación sobre el comportamiento reciente de Turquía en la región del Medio Oriente, y cómo este comportamiento ha hecho que se encuentre en una situación frágil a nivel nacional e internacional. Cabe afirmar, entonces, que lo que se plantea es hacer un aporte en el debate de la teoría de política exterior turca, y no un aporte a la teoría de la política internacional como un todo. Por esta razón es que se utiliza un marco teórico que posiblemente Waltz calificaría de reduccionista (8), en el entendido que sirve para explicar el comportamiento de un Estado, y no del sistema en su conjunto. Finalmente, resulta importante afirmar que estas son algunas consideraciones sobre una investigación que se encuentra en curso.

Un análisis sobre las variables del poder del Estado turco

Las variables de poder materiales: indicadores de poder nacional

Para comprender de mejor forma el posicionamiento regional y global de Turquía, se deben medir algunas variables materiales referentes al poder que como nación ostenta Turquía. Estas variables son: la extensión y ubicación de su territorio; la cantidad de su población; la fuerza de su ejército; y, la fortaleza de su economía. Por otra parte, también resulta necesario analizar las instituciones políticas de su Estado, para entender de mejor forma cómo ese Estado convierte ese poder nacional en poder estatal. Es decir, resulta necesario evaluar el funcionamiento de su régimen político dentro de su sistema político.

En ese entendido, Turquía posee todas las capacidades nacionales para ser una potencia regional importante. Su extensión territorial es de alrededor de 783 mil kilómetros cuadrados, lo cual la ubica, en cuanto a potencias regionales se refiere, por debajo de Arabia Saudita, Irán, Egipto, y solo por encima del Estado de Israel—aunque el territorio de este Estado es cuestionable, como mínimo, al menos en lo que refiere a su legitimidad. No obstante, en términos mundiales, se ubica, en cuanto a extensión de su territorio, muy cercana a Estados Unidos, por ejemplo.

Pero más allá de su extensión territorial, lo fundamental realmente es su posicionamiento estratégico. En este sentido, Turquía se encuentra entre dos continentes, Europa y Asia, y cuenta con un punto geoestratégico mundial, como lo es el estrecho del Bósforo. El control de esta ubicación estratégica como un todo ya le brinda una capacidad relativa por encima de la mayoría de Estados a nivel mundial.

En términos poblacionales, para el 2016 Turquía tenía una población de casi 80 millones de personas, lo que la ubica en la región por debajo de Egipto, muy similar a Irán, y por encima de países como Arabia Saudí, Iraq e Israel. En términos mundiales, su población sobrepasa a Italia, Reino Unido y Francia, por ejemplo (9).

No obstante, Turquía cuenta con una heterogeneidad poblacional importante, ya que se calcula que el 10% de la población es kurda. En los años 90, el separatismo kurdo cobró gran relevancia con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), el cual fue severamente reprimido por las fuerzas de seguridad del Estado turco en su momento. En las administraciones del AKP había existido un acercamiento estratégico hacia esta población, la menos cuando este partido político islamista estaba en desventaja con quienes controlaban el Estado en su interior: las fuerzas kemalistas, fieles al laicismo jacobino expuesto por el líder fundador de la república, Mustafa Kemal Atatürk. Luego de un breve intento de plan de paz en el 2013, y ante un incremento en las tensiones con los kurdos en Irak, y el aumento de poder de los kurdos en Siria, en el marco del conflicto que sufre este país desde el 2011, el gobierno del AKP empezaría a emprender acciones militares contra el separatismo kurdo en el país, lo que lo llevaría a un acercamiento político con las posiciones políticas más chauvinistas del país, aglutinadas alrededor del Partido de la Acción Nacionalista (MHP, por sus siglas en turco)(10). Luego del intento de golpe de Estado de 2016, este acercamiento se convertiría en una abierta y fuerte alianza política.

En lo que refiere a su economía, posiblemente este ha sido el principal factor por el cual Turquía no ha logrado proyectar efectivamente su poder en el plano exterior. La economía de Turquía ha oscilado a través de los años significativamente. Esto ha hecho que cualquier proyección de poder turca hasta el momento sea sumamente frágil. En años recientes, la última crisis económica nacional fue en el año 2001, en que la inflación aumentó significativamente, y la economía, medida a través del porcentaje del crecimiento anual del Producto Interno Bruto (PIB) se contrajo en ese año un 6% (11). Luego, la crisis mundial del 2008 también afectó la economía turca, provocando una contracción del PIB de casi 5% (ver gráfico 1).

Posteriormente, la economía turca mostró un dinamismo importante, aunque siempre oscilante en cuanto a su crecimiento económico. Esta oscilación puede entenderse, en parte, a que Turquía es una potencia emergente, en términos económicos, altamente dependiente de flujos de capital externo, y con una balanza comercial deficitaria, por lo que su economía depende de financiamiento externo, y eso la hace ser una economía significativamente vulnerable a los cambios de los flujos de capital internacionales, lo que permite explicar, a su vez, y en parte, su difícil situación económica actual (12).

Sin embargo, en aquel entonces, principalmente entre el 2010 y el 2013—año en el que Turquía empieza a mostrar más predilección por el uso de recursos de poder tradicionales, referidos al hard power—la situación económica turca fortaleció su posición de poder relativo internacional, y le permitió a las autoridades del AKP emplear recursos de poder relacionados al soft power para expandir su influencia internacional, y emplear una política exterior que giraba en torno al principio de “cero problemas con los vecinos” (13). El empleo de recursos de este tipo se debe en gran medida a que el gobierno civil del AKP, liderado por el primer ministro, en ese momento, Recep Tayyip Erdogan, no tenía un control adecuado de las fuerzas armadas del país, fieles al kemalismo de Atatürk.

Por lo tanto, ante esta falta de coherencia burocrática dentro del mismo Estado, los tomadores de decisión turcos entendieron que tenían que emplear recursos de poder alternativos a los tradicionales. Asimismo, durante este período, los beneficios de usar estos recursos alternativos excedían no sólo a sus costos, sino que también, los costos de utilizar los recursos de poder tradicionales, como por ejemplo la fuerza militar, excedían en demasía los eventuales beneficios que estos recursos podrían traer a Turquía. Estos costos, cabe decir, no sólo refieren a la respuesta de los países cercanos ante cualquier expansionismo turco, sino que también refieren a costos internos, como un posible golpe de Estado por las fuerzas militares. No se puede olvidar que las fuerzas militares en Turquía han funcionado como supervisoras del régimen político turco, interviniendo históricamente en el país siempre que vieron los valores kemalistas del Estado debilitarse o verse amenazados, como sucedió en 1960, 1971, 1980, 1997, y el más reciente intento, el 15 de julio de 2016 (14). Con esto, se puede ver que la variable de cohesión burocrática del Estado de Zakaria no sólo refiere a la lucha que existe entre los poderes de un Estado, sino que incluso puede referir a la lucha entre los distintos grupos sociales que controlan un Estado.

Finalmente, la última variable de poder material, que puede referirse más a un indicador de poder estatal, pero que se describe aquí para contextualizar las variables de poder materiales del Estado turco, es el poder militar. Turquía presenta, según el Índice de Poder Militar de 2018 del think tank Global Firepower, el noveno ejército más poderoso del mundo, por encima de cualquier otro ejército de la región del Medio Oriente (15).  Su personal militar asciende a 710,565 personas, de las cuales 350 mil son fuerzas activas y 360,565 son fuerzas de reserva. Tiene 1,056 activos en a su disposición en sus fuerzas de aviación, de los cuales 475 son helicópteros. Además, tiene 2,446 tanques y 194 activos navales (16). Asimismo, tampoco hay que olvidar que Turquía es parte de la OTAN desde 1952 (17).

Esta situación hace que históricamente sus vecinos inmediatos vean al país con recelo, especialmente tomando en cuenta su pasado otomano. Recelo que puede que esté fundamentado, ya que Recep Tayyip Erdogan ha expresado repetidas veces su admiración por el Imperio Otomano, y ha lamentado la pérdida de poder regional de Turquía, deseando volver a ese pasado glorioso otomano. Esto ha hecho que algunos afirmen que Erdogan busca rediseñar a Turquía y al Medio Oriente bajo un neo-otomanismo, convirtiéndose con ello en un sultán moderno (18). Afirmaciones no tan descabelladas si se toma en cuenta su palacio presidencial de 384 millones de euros (19).

Estas son las variables de poder militar de Turquía, que, como se puede ver, la posicionan como una potencia regional. Queda entonces por ver las variables referidas al poder específico del Estado turco bajo el mandato del AKP. Una vez vistas todas estas variables, se podrá entender de mejor forma el cambio del empleo de recursos del soft power por recursos más tradicionales, del tipo de hard power, por parte de los tomadores de decisión turcos en la conducta exterior del Estado de Turquía. Finalmente, el éxito o fracaso de la conducta exterior turca debe ser explicada a partir de la variable de la estructura internacional.

Las variables de poder no materiales: el poder estatal

Partiendo de Zakaria, las variables que permiten medir el poder de un Estado son: el alcance del Estado; la autonomía de ese Estado con respecto a su sociedad; y, la cohesión burocrática de ese Estado. Por otro lado, son las percepciones de los tomadores de decisión sobre el incremento o disminución del poder relativo del Estado lo que permiten explicar si un Estado determinado decide expandir su influencia en la arena internacional, y de qué forma lo hará.

En este sentido, el alcance del Estado turco, referido al grado de centralización que ostenta el poder estatal, en comparación con otros niveles de poder público subnacional, ha aumentado de forma significativa recientemente. Sin embargo, durante el régimen parlamentarista, era el Poder Legislativo el que ostentaba, por lo menos en términos jurídicos, el mayor poder en el Estado turco, pero esto hacía que la proyección internacional del poder del Estado turco fuera altamente inestable. El primer ministro, aunque ostentaba la mayor cantidad de poder, lo cierto es que era en gran medida limitado al de un Jefe de Gobierno, que debía lidiar con el presidente como un Jefe de Estado. Asimismo, el primer ministro podría ejercer esta significativa cuota de poder siempre y cuando lograra una mayoría absoluta en el parlamento, permitiéndole conformar gobierno en solitario. Esto no siempre sucedía, lo que provocaba que los gobiernos fueran altamente inestables y efímeros, como sucedió durante la década de los 90s. Además, el gobierno del primer ministro perduraba siempre y cuando no cruzara unas líneas rojas establecidas por los militares, verdaderos detentores del poder real del Estado, al menos hasta 2011.

No obstante, el AKP logró efectivamente esta mayoría absoluta permitiéndole gobernar en solitario desde 2002 hasta 2015. Incluso, en 2007 logró colocar a Abdullah Gul como el primer presidente islamista de Turquía (20); y en 2014, luego de una reforma constitucional de 2007, se logró elegir a Recep Tayyip Erdogan como el primer presidente popularmente electo del país (21).

Esta situación también demostraba que el Estado turco bajo el régimen parlamentarista no presentaba una autonomía relativa, con respecto a su sociedad y sus grupos de poder, significativa, sino que estaba inmerso en la lucha de poder societal, e incluso era contemplado como un recurso de poder para implementar el proyecto político del grupo social que lo domine, por encima de cualquier otro grupo dominante del país. Pero, nuevamente, quienes realmente dominaban eran los militares kemalistas. Esto no hace que el Estado turco fuera más autónomo de su sociedad, sin embargo, si es un importante indicador de otra variable: la cohesión burocrática del Estado.

En ese sentido, mientras existió ese Derin Devlet, o Estado Profundo, kemalista, por encima del juego democrático del país, y como principal actor del sistema político turco, el Estado presentó una fragmentación burocrática que no le permitió ejercer internacionalmente su poder de forma coherente y efectiva, excepto por determinados períodos excepcionales, como la crisis de Chipre en los 60s. Luego de los juicios Sledgehammer y Ergenekon en 2011, la totalidad del poder del Estado turco cayó en manos del AKP y de Erdogan (22), quienes se sintieron en la libertad de implementar su proyecto político de forma más evidente, y que a partir de 2013, con las protestas del parque Gezi, mostrarían un bajo nivel de tolerancia hacia cualquier crítica interna en contra de este proyecto (23).

A partir del 2013 también, el AKP quebraría su alianza previa con el movimiento del clérigo Fethullah Gulen, llamado Hizmet, o servicio en turco, contra los kemalistas, y empezaría a perseguir y reprimir a este movimiento que había logrado introducirse en el aparato burocrático estatal. Después del intento de golpe de Estado en 2016, el AKP y Erdogan culparían a Fetlhullah Gulen de ser el autor intelectual del golpe, y demandarían su extradición de Pennsylvania, Estados Unidos, lugar donde el clérigo se había exiliado debido a la persecución de los kemalistas (24). Esta sería una razón más para la crecida de tensiones entre Estados Unidos y Turquía.

Con la reforma constitucional de 2007, aprobada por referéndum popular (ver gráfico 1), que le permitió a Erdogan salir electo presidente en 2014, la autonomía relativa del Estado, aumentaría. Lo anterior sumado al control de la burocracia bajo el AKP luego del 2011 le permitiría a Erdogan proyectar el poder del Estado de forma más coherente y eficaz. Pero realmente no sería sino hasta luego del intento fallido de golpe del 15 de julio de 2016 que Erdogan obtendría todo el control del Estado turco. La declaración del estado de emergencia, le permitiría a Erdogan expulsar del Estado a cualquier persona que significara un obstáculo o una oposición a su proyecto político, con lo cual se encarcelaron a miles de personas, y se despidieron del aparato estatal a cientos de miles. El poder judicial y las universidades no estarían exentas de esta situación (25).

Finalmente, este proceso quedaría cimentado institucionalmente con el referéndum constitucional de abril de 2017, en que aprobó el cambio de régimen parlamentarista hacia un régimen presidencialista, el cual se consolidó luego de las recientes elecciones del pasado 24 de junio de 2018. Este cambio fue avalado luego de un referéndum constitucional llevado a cabo el 16 de abril de 2017, en el cual la posición a favor de las reformas triunfó con un 51,3% de los votos, frente a un 48,7% de la posición que buscaba rechazar las reformas. Estas reformas constitucionales se ubican en una estrategia de construcción nacional del AKP, hacia lo que el partido mismo llama una Yeni Turkiye o Nueva Turquía. Una explicación de estas reformas puede verse en un análisis previo de este Observatorio (26). Lo importante de mencionar aquí es que estas reformas plantean una centralización del poder significativa alrededor de la figura del Presidente, lo que ha hecho que algunos llamen al régimen turco un super-presidencialismo (27).

Estas reformas estaban inicialmente concebidas para entrar en vigor luego de las elecciones de noviembre de 2019, sin embargo, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan decidió adelantar las elecciones al 24 de junio de 2018, aduciendo que peligros a la seguridad nacional de Turquía provocaban la necesidad de adelantar considerablemente estas elecciones (28), tanto parlamentarias como presidenciales. Lo cierto es que probablemente Erdogan, así como el AKP, y su aliado de gobierno, el Partido de la Acción Nacionalista (MHP, por sus siglas en turco), liderado por Devlet Bahceli, consideraron que prolongar las elecciones hasta el 2019 era contraproducente a sus intereses, tomando en cuenta la deteriorada economía turca, lo que posiblemente fortalecería a la oposición, arriesgando la reelección de Erdogan como presidente, y la mayoría parlamentaria del AKP y MHP.

Como bien establece Zakaria, el término seguridad, así como el de amenaza, son sumamente maleables, y por lo tanto, manipulables para favorecer los intereses políticos de las autoridades de un país (29). Por lo tanto, se cree aquí que el deterioro de la economía turca, frente a la crisis de la lira (YTL), que se abordará más adelante, así como la precaria situación de los intereses turcos en Siria, frente a las victorias de Assad apoyado por Rusia, y el empoderamiento de las milicias kurdas del YPG, y la difícil situación social interna ante la recepción de millones de refugiados sirios fueron motivos suficientes para que Erdogan, el AKP y el MHP buscaran adelantar las elecciones para garantizar su reelección y su mayoría parlamentaria.

Esto explicaría por qué el tema de la seguridad nacional sería tan importante durante la campaña electoral. El AKP y el MHP emplearían un discurso del miedo para motivar a la población para votar por su alianza, titulada la Alianza del Pueblo, aduciendo que solo ellos podrían solucionar verdaderamente la situación de los refugiados sirios en Turquía (30). Esta posición nacionalista, contraria a las posiciones kurdas, la empezaría a utilizar el AKP mayormente luego del año 2013, pero que definitivamente daría un vuelco nacionalista a partir del intento de golpe de Estado, fallido, de julio de 2016. Esto explica a su vez, como ya se ha dicho, su alianza con el partido ultra-nacionalista que es el MHP.

Sin embargo, estas no son las únicas razones por las cuales la Alianza del Pueblo del AKP y del MHP triunfarían en las elecciones del 24 de junio de 2018 frente a la alianza opositora, la Alianza Nacional, conformada por los partidos: Republicano del Pueblo (CHP), Iyi Parti (Partido del Bien)—este conformándose a partir de una escisión a lo interno del MHP—y el Saadet Parti (Partido de la Felicidad), el cual es un partido islamista, como el AKP, pero heredero del pensamiento de Necmettin Erbakan, y lejano de las posturas económicas del AKP (31). Los roces internos de esta Alianza, así como su conformación en términos negativos, es decir, como mera oposición a Erdogan, sin ofrecer un proyecto alternativo viable al del AKP, explican en gran parte la derrota electoral de esta Alianza, que ni siquiera pudo presentar un candidato presidencial en conjunto (32). Esta debilidad de la oposición ha sido un elemento recurrente de la política turca desde la llegada al poder del AKP.

A pesar de lo anterior, no todo fue positivo para el AKP en estas elecciones, ya que se evidencia una tendencia hacia la pérdida de apoyo electoral hacia el AKP desde las elecciones de 2011 (Ver gráfico 2). Si bien estas elecciones mostraron una leve mejoría en comparación con las del 2015, lo cierto es que esta tendencia de pérdida de apoyo popular al AKP puede entenderse en el hecho de que parte del electorado previamente afín al AKP le resiente su vuelco hacia posiciones más autoritarias. Esto demuestra que la decisión de adelantar las elecciones fue correcta para los intereses de Erdogan y el AKP. También esto demuestra que a futuro el AKP deberá mostrar recelo ante su aliado, el MHP, ya que el discurso nacionalista que ha empleado el AKP ha legitimado al MHP, fortaleciéndolo, lo cual podría provocar futuros roces en la alianza victoriosa. De esta forma, aunque el AKP obtuvo los suficientes votos para obtener mayoría parlamentaria, no obtuvo los suficientes para conformar mayoría absoluta en un Parlamento compuesto por un total de 600 diputados, lo cual deberá ahora depender más que nunca de su aliado, el MHP, para poder pasar sus proyectos legislativos en el parlamentario (Ver gráfico 3). Recep Tayyip Erdogan parece haber previsto la situación delicada en el Parlamento turco para el AKP, ya que en un video filtrado, el Presidente turco llamó a hacer lo posible porque el partido pro-kurdo de Turquía, el Partido Democrático del Pueblo (HDP, por sus siglas en turco), no pudiera sobrepasar el umbral del 10% del apoyo electoral para poder obtener escaños en el Parlamento (33).

Por otra parte, se demuestra a su vez la consolidación de una tendencia preocupante en la política turca: la personalización de la política. Los dos principales partidos políticos de Turquía, el AKP y el CHP, histórico partido del líder Atatürk, poseen actualmente menor apoyo electoral que el de sus líderes políticos, Recep Tayyip Erdogan, y Muharrem Ince, respectivamente (Ver gráfico 4). Esto plantea importantes interrogantes sobre la sostenibilidad del proyecto regional turco a mediano o largo plazo. Y en el caso del CHP, la situación es más preocupante, ya que el partido se encuentra dividido internamente frente a sus dos líderes, Muharrem Ince, ex candidato presidencial, y el actual líder del partido y parlamentario, Kemal Kiricdaroglu.

Toda esta situación fue lo que le permitió a Erdogan reelegirse para su quinta administración en el poder, tres como Primer Ministro (2002-2007; 2007-2011; 2011-2014) y dos como Presidente (2014-2018; 2018-2023). La diferencia con las anteriores, es que para esta última administración, Erdogan se encuentra al frente de un Estado con una presidencia que ostenta significativos poderes: se unifican las figuras de Jefe de Estado y Jefe de Gobierno en el Presidente; el Presidente nombra su propio Gabinete; tiene poder de decreto legislativo; es el líder del partido de gobierno; decide sobre la conformación de las papeletas parlamentarias; y posee un significativo poder de decisión sobre los nombramientos de jueces en el Poder Judicial (34).

Si a estos poderes se le suma el hecho de que luego de los juicios de Sledgehammer y Ergenekon, el AKP pudo poner a los militares bajo control civil, presidencial, acabando con el Derin Devlet o Estado Profundo kemalista, la figura del Presidente es la figura política más poderosa de todo el Estado turco. Asimismo, el Presidente se ubica en un significativo grado de autonomía con respecto a la sociedad, ya que el único elemento de rendición de cuentas son las elecciones presidenciales. Existe la figura de revocación de mandato, pero su logro bajo el procedimiento establecido es muy poco probable. Por lo tanto, ahora Erdogan se encuentra al mando de un Estado turco conformado a su imagen y semejanza, lo que explicaría porque levantaría el estado de emergencia hasta luego de las elecciones, en agosto de 2018 (35).

En este sentido, bajo las variables expuestas por Zakaria, Turquía cuenta con un Estado y un Presidente con un alcance amplio, que goza de una autonomía relativa significativa con respecto a las demandas de su sociedad, y que presenta una coherencia burocrática importante a los intereses de su presidente, Erdogan. Sin embargo, el Estado turco presenta problemas actualmente con respecto a la variable económica—esto se analizará en el apartado siguiente.

Finalmente, como se ha dicho previamente, Erdogan tiene intereses de rediseño de la situación de poder actual del Medio Oriente, queriendo posicionar a Turquía como la potencia regional hegemónica. Esto explicaría los crecientes proyectos de integración territorial y económica que se habían establecido previamente con ciudades como las de Aleppo en Siria y Mosul en Iraq (36). Son estos intereses, sumado a la mayor capacidad de Erdogan de convertir el poder nacional en poder estatal, a través de las variables explicadas anteriormente, lo que permitiría entender la expansión de la influencia turca a través de las operaciones Escudo del Éufrates en 2016, y Rama de Olivo en 2018, ambas en Siria, así como el interés de Erdogan de introducir tropas turcas en Irak, específicamente en Mosul, durante la operación que se llevó a cabo por parte de Estados Unidos, el ejército iraquí y milicias locales entre 2016-2017, para liberar esa ciudad del control del Daesh (37). A su vez, estas operaciones serían utilizadas por Erdogan como una cortina de humo para mantener su al interior de Turquía (38).

Los efectos de la multipolaridad sobre Turquía

Turquía no es la única potencia que busca un rediseño de la región a favor de sus intereses. Rusia y Estados Unidos también aprovecharían los incentivos que ofrece la estructura internacional para procurar hacer valer sus intereses en la región, lo que explicaría los crecientes choques de estas potencias en la región. Por un lado, Estados Unidos, aunque en un claro repliegue de su poder, busca mantener su influencia en el Medio Oriente, buscando que las potencias regionales que manejen la región sean afines a sus intereses. En este sentido, la Administración Trump ha apoyado enormemente a Arabia Saudí e Israel, en un claro quiebre con las anteriores posiciones de la Administración Obama, al menos en términos discursivos. Por otro lado, Rusia busca hacer de Siria la plataforma perfecta para el relanzamiento de su posición como potencia internacional, y hasta el momento lo está logrando. Además, Irán aprovecharía la situación, y su alianza estratégica con Rusia, para expandir su influencia en Irak, Siria y Líbano, en contra de los intereses de potencias como Turquía, Arabia Saudí e Israel. Sin embargo, cabe afirmar, si los turcos saben manejar la situación, Irán puede convertirse en un aliado temporal contra la población kurda en Siria e Irak.  

A partir de las revueltas árabes de 2011, y especialmente a partir de 2016, con el recrudecimiento de la lucha interna contra los disidentes kurdos del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), y del empoderamiento de los kurdos en el conflicto sirio, gracias al apoyo de los Estados Unidos, Turquía ha optado por primar una política exterior que emplee mayoritariamente herramientas del hard power. Esto a su vez permitiría entender las crecientes tensiones con uno de sus aliados estratégicos, Estados Unidos.

Las tensiones con los Estados Unidos adquirirían una nueva dimensión a partir del intento fallido de golpe de Estado del 15 de julio de 2016. Erdogan acusó al clérigo radicado en Pennsylvania, Fethullah Gulen, de ser el autor intelectual del intento del golpe, a través de su organización llamada Hizmet. El Hizmet, ahora llamado FETO (Organización Terrorista de Fethullah Gulen) por las autoridades turcas, sería duramente perseguido por el estado turco. No obstante, Estados Unidos se rehusó extraditar al clérigo turco. Esto provocó la ira de Erdogan, que ya estaba descontento con su aliado, así como con la OTAN en general, ante la falta de apoyo que recibió luego del derribo de un avión militar ruso por Turquía en noviembre de 2015 (39).

Turquía respondió con un interesante pragmatismo ante toda esta situación, acercándose a Rusia e Irán, y alejándose de Estados Unidos y la OTAN, al menos en lo que refiere al conflicto en Siria. Claro, esto no significa que Turquía sea aliada ahora del régimen de Assad, ni que haya cambiado su postura ante su gobierno. Turquía sigue apoyando a rebeldes sirios, especialmente al Ejército Libre Sirio (ELS) contra el régimen de Assad, pero se ha acercado más a Rusia e Irán para poder administrar el conflicto de forma que le sea beneficioso, en cuanto a mantener su influencia en Siria e Irak, y debilitar o derrotar militarmente a los kurdos en Siria y a lo interno de Turquía. No obstante, el cálculo turco no ha rendido los frutos esperados, a pesar de entender bien cuál sería el bando victorioso del conflicto.

En este sentido, el reciente fracaso diplomático de Turquía en procurar un cese al fuego en la campaña del régimen de Bashar al-Assad y Rusia contra el último bastión rebelde importante en el país, ubicado en Idlib, demuestra el fiasco de la política exterior turca por asegurar sus intereses nacionales en Siria. Especialmente en momentos en que Turquía ha dicho que no puede recibir más refugiados sirios, que sería previsible que aumenten con la campaña militar en Idlib (40). Ahora bien, el hecho de que recientemente se lograra llegar a un acuerdo entre Rusia y Turquía para detener—por el momento—la ofensiva de las fuerzas rusas y del régimen sirio contra los rebeldes en Idlib (41) se debe más a la crecida de tensiones con Israel, que a cualquier éxito diplomático turco o poderío turco.

En efecto, la acusación contra Israel por parte de Rusia de haber derribado un avión militar ruso, provocando la muerte de X soldados rusos (42) fue lo que causó la subida de tensiones entre estos actores, haciendo que fuera necesario detener momentáneamente la ofensiva en Idlib para atender este nuevo foco de conflicto. Una muestra de que la estructura internacional tiende hacia la generación de equilibrios de poder, a escala regional en este caso.

Las tensiones con los aliados tradicionales de Turquía parecían que seguir incrementándose, tanto con Estados Unidos, como con la Unión Europea (UE), incluso a pesar de existir un acuerdo sobre los refugiados con esta última. Sin embargo, las tensiones con la UE han mostrado una leve mejoría, principalmente por la debilidad actual de la UE, y la necesidad de retener la migración hacia Europa. Es decir, por una posición interesada de la UE, en una situación política complicada, contraria a sus políticas a favor de los derechos humanos, decidió mejorar su relación con Turquía para retener todo lo posible el flujo migratorio desde Siria e Iraq hacia Europa. Esto ha tenido la repercusión de que 3,5 millones de refugiados sirios estén hoy atrapados en Turquía en condiciones muy preocupantes (43). La mejoría con la UE se evidencia en que se espera que este año inicien las negociaciones para una ampliación de la Unión Aduanera que la UE mantiene con Turquía desde 1996, convirtiendo al país en un socio privilegiado. Esta es una forma de la UE de mantener relaciones cercanas con Turquía, sin integrarla al bloque europeo (44).   

En lo que refiere a los Estados Unidos, la situación no ha hecho más que empeorarse. La decisión turca de comprar el sistema antimisil S-400 a Rusia ha provocado grandes críticas en Estados Unidos, al punto de llegar a suspender la entrega de aviones F-35 a Turquía, temiendo que los rusos obtuvieran información clasificada sobre el avión militar estadounidense (45). A su vez, Turquía encarceló al pastor Andrew Brunson, aduciendo estar vinculado con Gulen, lo que provocó que la Administración Trump le aplicara tarifas al acero y hierro proveniente de Turquía (46), y sancionara a varios ministros turcos (47). El gobierno de Erdogan respondió aplicando tarifas a productos estadounidenses como el iphone (48).

Puede que el arresto del pastor cristiano sea la excusa de los Estados Unidos para castigar a un aliado que concibe se ha salido del rol que debería tener, y las razones sean realmente la compra del sistema S-400 a Rusia. Sea como fuere la realidad, lo cierto es que esta situación ha provocado la caída de la lira turca frente al dólar, devaluándose un 40% en solo el año 2018. Además, la inflación ha aumentado significativamente, ubicándose entre el 15-17% entre julio y agosto de 2018 (49).

Las decisiones del recién electo Erdogan no han contribuido a solucionar la situación, ya que ha decidido no elevar las tasas de interés para combatir el capital golondrina, y tras de todo, nombró a su nuero, Berat Albayrak, como el Ministro de Finanzas y Economía, lo que provocó una nueva caída de la lira turca ante la “desconfianza de los mercados” (50), y las preocupaciones de nepotismo en una familia que no ha estado exenta de acusaciones de corrupción (51).

No obstante, también hay que entender que este deterioro de la economía turca también es un efecto sistémico, ya que no es la única potencia emergente que está siendo afectada económicamente. Turquía, Argentina, Sudáfrica e India son todas potencias emergentes que están teniendo problemas económicos actualmente. Esto se debe, en gran medida, a las significativas exoneraciones fiscales que Estados Unidos aprobó a favor de los sectores más ricos y privilegiados, y a la decisión de la Fed estadounidense de aumentar las tasas de interés. Esto provocó que fuera más seguro y rentable invertir en los Estados Unidos, o por lo menos mantener su capital especulativo en ese país, que invertirlo en mercados emergentes (52). Esto, sumado a la dependencia al financiamiento externo y una balanza comercial negativa para Turquía, explica en gran medida la grave situación económica por la que está pasando el país turco actualmente (53). Por lo tanto, no solo son malas decisiones internas, sino que también existe un factor estructural en el deterioro económico de Turquía.

Todo esto no hace sino empeorar la precaria situación regional en la cual ya de por sí se ubica Turquía. Ante las tensiones con sus aliados tradicionales, especialmente Estados Unidos, el cual parece estar primando los intereses de Arabia Saudí e Israel por el resto de sus aliados en la región, incluidos Turquía y Qatar, y la desconfianza, recelo y antagonismo con sus potenciales aliados—Rusia e Irán—, Turquía, puede decirse, se ubica entre la espada y la pared. Difícilmente el apoyo de Qatar (54), y el anuncio por parte de este de invertir US$15 billones de dólares en Turquía (55), puedan no sólo aliviar la situación económica turca, sino también asegurar sus intereses de expansión de su influencia regional. Esta situación incluso debilita a las milicias sirias bajo la esfera de influencia turca, al no poder Turquía mantener económicamente a estos combatientes, lo cual resulta en un claro beneficio de Rusia y Assad.

En este sentido, el único aliado confiable de Turquía, o por lo menos de Erdogan, en estos momentos parece ser Qatar. No obstante, esta es una alianza que difícilmente es estratégica para Turquía, ya que la ha puesto en oposición a Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), los cuales han impuesto un bloqueo casi que total en contra de Qatar con la excusa de que este país financia el terrorismo. Esto llevó a que Turquía tuviera que enviar tropas a Qatar para repeler cualquier designio de invasión contra el país árabe (56).

A todas luces, los intentos de expandir la influencia de Turquía en el exterior, a partir del recurso de herramientas de hard power, han fracasado. El propósito más duradero de estos intentos era el rediseño de la región para posicionar al país como la potencia regional hegemónica, sin embargo, los intereses de potencias internacionales más poderosas y efectivas en la proyección de su poder estatal en la región, sumado a un sistema de alianzas que ha ido marginando a Turquía, parecen pintar un panorama negativo para los intereses nacionales turcos.

Conclusiones

Como se ha procurado demostrar, Turquía se encuentra actualmente acorralada frente a los intereses de las grandes potencias en el Medio Oriente. A pesar de incrementar el alcance y autonomía del Estado, así como lograr una mayor cohesión burocrática, en un período de creciente capacidad extractiva, al menos hasta el 2018, lo que le permitió a los tomadores de decisión turcos, especialmente Erdogan, procurar hacer valer los intereses nacionales turcos en la región, maximizando su influencia en la medida de lo posible, esto no tuvo éxito debido al estado de la estructura internacional actual. Como afirma Zakaria, con el realismo centrado en el Estado se puede entender cómo procede una potencia, mas no si tendrá éxito en sus empresas, ya que eso dependen de la estructura internacional.

El examen de la situación de Turquía a partir de las revueltas árabes, especialmente tomando en consideración el conflicto sirio, parece demostrar la teoría de Zakaria, incluso en un caso lejos de la concepción inicial de la teoría, lo que le brinda mayor fuerza explicativa. El Realismo centrado en el Estado explica entonces porqué Turquía optó por sobrellevar sus operaciones militares en Siria, e intentó introducir tropas en Irak. Sin embargo, el contexto multipolar en una región tan estratégica como el Medio Oriente provocó que los intereses turcos fueran completamente eclipsados por los intereses de las potencias internacionales más poderosas, como Estados Unidos y Rusia.

Las operaciones militares previas—Escudo del Éufrates y Rama de Olivo—han permitido que Turquía actualmente esté reinsertando refugiados sirios en localidades que controla en Siria, para aliviar la situación interna del país (57), pero lo cierto es que Turquía ha fracasado en sus intenciones de expandir su influencia a través del hard power en Siria e Irak. Por lo tanto, Turquía debe repensar su política exterior, dirigiéndose a lo que Joseph Nye ha llamado el smart power, con el objetivo de garantizar sus intereses nacionales en la región. Asimismo, debe repensar sus alianzas, echando mano del pragmatismo y el cálculo estratégico, comparando adecuadamente sus capacidades relativas frente a las principales potencias internacionales con intereses en el Medio Oriente actualmente.

Lo más probable es que el rediseño de la situación internacional del Medio Oriente sea una especie de dialéctica entre los intereses competitivos y antagónicos de las principales potencias internacionales y sus aliados regionales. Por lo tanto, Si Turquía no reflexiona y modifica su política exterior actual puede que el rol que le toque jugar en este rediseño sea contraproducente a los intereses nacionales turcos, con repercusiones negativas a largo plazo para el país.

Notas

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