El mundo actualmente se encuentra atravesando por un período sumamente complejo, y en toda honestidad, nada alentador para la superación de los problemas fundamentales de la humanidad. Este contexto se asemeja cada vez más al que imperó antes de la Primera Guerra Mundial, en donde el orden mundial era multipolar, y las ideologías nacionalistas y fascistas se encontraban en boga. Todo parece indicar que una nueva versión de ideologías nacionalistas y proto-fascistas actualmente están gozando de una cada vez mayor popularidad alrededor del mundo. Los Estados Unidos, Europa, Rusia, China, Japón, etc., poseen actualmente líderes políticos con reivindicaciones claramente nacionalistas, lo cual eleva las alarmas para la continua estabilidad del orden internacional actual. Debe decirse, no obstante, que esta situación internacional no surgió de forma imprevista, sino que ha sobrellevado un proceso en el que se ha ido construyendo poco a poco, hasta llegar hasta hoy día, y todo parece que continuará agravándose.
Bajo este contexto internacional, Turquía es un país que no se encuentra libre de esta tendencia hacia un mayor nacionalismo y autoritarismo político. Lo sorprendente del caso turco es que el mismo partido y líder político que llevó a cabo las mayores reformas políticas de liberalización y democratización que ha tenido el país, sería el mismo que se refugiaría en un mayor nacionalismo y autoritarismo con tal de mantenerse en el poder. En efecto, cuando el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) llegó al poder en el 2002, lo hizo a partir de una plataforma que abogaba por mayores derechos y libertades políticas y civiles, así como por una mayor conciliación con las minorías étnicas del país, especialmente la principal minoría kurda. Todo, claro está, bajo una bandera de conservadurismo social, característica del movimiento islamista turco, al que pertenece el AKP en general. Asimismo, los sucesivos Gobiernos del AKP—ya que desde entonces se mantiene en el poder en Turquía—fueron los que se encargaron de hacer avanzar la agenda de integración del país con la Unión Europea, lo que en parte explica por qué se avanzó tanto en reformas políticas durante los dos primeros gobiernos del AKP (2002-2007; 2007-2011).
Sin embargo, desde el tercer mandato del AKP (2011-2015), el AKP y su líder, Recep Tayyip Erdogan, han mostrado preocupantes niveles de autoritarismo e intransigencia política, comenzando con las protestas por el Parque Gezi en el 2013. Desde entonces, Erdogan ha empleado una retórica política que ha polarizado al país en dos, otrorizando a sus opositores y reprimiéndolos.
Además, el proceso de integración con la Unión Europea, así como las relaciones turco-europeas en general, se enfrió a tal punto que Turquía empezó a buscar nuevas alianzas internacionales. Esto porque Europa está pasando por un contexto de crisis económica y política, así como humanitaria producto de los refugiados provenientes de Afganistán, Iraq, Siria y el Norte de África, lo que hizo que las autoridades en Ankara repensaran los beneficios de que Turquía se integre a la Unión Europea. El enfriamiento de las relaciones turco-europeas parece no poder ser reversible, especialmente en momentos en que el proyecto integracionista europeo está bajo tela de duda luego del Brexit. Asimismo, la falta de cumplimiento del controvertido acuerdo sobre los refugiados entre la Unión Europea y Turquía ha hecho que la situación se empeore, en momentos en que se denuncia que estos refugiados están siendo explotados laboralmente en Turquía, y sus derechos humanos irrespetados (1).
La elección popular de Recep Tayyip Erdogan como el primer presidente democráticamente electo en Turquía en 2014 solo sirvió para que éste tomara su victoria política como una carta blanca para implementar su proyecto político, que pasa por la construcción de una “Nueva Turquía” (Yeni Turkiye), bajo una nueva constitución política, que cambie el régimen político de un parlamentarismo hacia un presidencialismo exageradamente fuerte. Resultan claras las ambiciones de poder de Erdogan, y sus ansias de ser un sultán moderno en el corazón del antiguo Imperio Otomano.
La situación con las minorías étnicas del país también se ha agravado, especialmente con la lucha contra el Estado Islámico o Daesh. En esta lucha, las milicias kurdas han jugado un papel fundamental, siendo las más efectivas fuerzas de lucha contra el Daesh, y las principales aliadas de Washington sobre el terreno. Esto ha tensado las relaciones entre Washington y Ankara, ya que para los turcos, armar y entrenar militarmente a los kurdos supone una amenaza a su integridad territorial. Desde el 2015 se ha agravado e intensificado la lucha armada contra la principal guerrilla separatista kurda de Turquía, llamada el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), así como con las guerrillas kurdas que luchan contra el Daesh en Siria (2).
En este convulso contexto nacional e internacional, es que el 15 de julio de 2016, un sector del ejército, del cual no se sabe quiénes eran sus cabecillas ni cuáles eran sus intenciones, se levantó en contra del Gobierno civil de Erdogan, buscando, fallidamente, derrocarlo. Erdogan, que salió airoso de la intentona golpista gracias al papel que jugó una parte de la población en contra del golpe de Estado, aprovechó la oportunidad para arrojarse más poderes, y perseguir y reprimir a todos sus contrincantes políticos, sin importar si fueron parte de las conspiraciones golpistas o no. Erdogan acusó a Fethullah Gulen, un clérigo radicado en Estados Unidos, el cual lidera una poderosa organización conocida como Hizmet, de estar detrás de los intentos golpista El Hizmet había sido un importante aliado del AKP y Erdogan antes del 2011, en contra de los kemalistas radicados principalmente en el ejército, y que defienden los ideales de Mustafa Kemal Ataturk, el padre fundador de la República de Turquía, especialmente su visión extrema de secularismo. No obstante, una vez desarticulados los kemalistas, el AKP se volvió en contra de su antiguo aliado, al que ha buscado reprimir por todas las formas.
Desde el intento de golpe de Estado, las libertades políticas y civiles se han visto en gran medida coartadas desde entonces, mientras que periodistas, académicos, burócratas, policías, militares y civiles en general, son arrestados al día a día, gracias a un Estado de Emergencia que le permite al Ejecutivo ponerse por encima de los demás Poderes de la República y controlarlos (3). Al 17 de noviembre de 2016, 105,097 funcionarios públicos han sido despedidos; 76,997 personas han sido detenidas; 35,785 han sido arrestadas; 6,337 académicos han sido despedidos u obligados a renunciar, mientras que 2,099 escuelas, dormitorios y universidades han sido cerradas a la fuerza; 3,843 fiscales y jueces han sido despedidos; y 186 medios de comunicación han sido obligados a cerrar, mientras que se han arrestado a 145 periodistas en todo el país (4). Incluso el Editor en Jefe del principal medio de comunicación de oposición, el diario Cumhurriyet, ha sido detenido y arrestado por supuestas simpatías con Gulen y el PKK (5), lo cual en sí son cargos que no tienen sentido, a menos que se entienda que el Hizmet y el PKK fueron convertidos en el “otro” político, el “enemigo”, al que hay que eliminar. De esta forma, cualquier contrincante político que critique a Erdogan es acusado de apoyar al Hizmet o al PKK y reprimido, sin importar si esto es cierto o no.
Esto mismo le sucedió al Partido Democrático del Pueblo (HDP, por sus siglas en turco), cuyos líderes políticos y miembros del Parlamento han sufrido una ola de represión, empezando por levantarles la inmunidad que gozaban sus diputados en mayo de 2016, dos meses antes del intento de golpe de Estado, y luego de éste, por llevar a cabo varias olas de arrestos en contra de sus principales figuras políticas, especialmente en contra de sus dos principales líderes, Selahattin Demirtas y Figen Yuksekdag (6). El HDP es un partido político de izquierda en Turquía, que se posiciona a favor de los derechos de la minoría kurda, y busca implementar reformas políticas que le permitan a esta minoría, como también al resto de minorías étnicas del país, ser reconocidas oficialmente por el Estado, entre otras cuestiones.
Esta plataforma política, al menos en lo que respecta a aumentar los derechos civiles y políticos de las minorías, se parecía a la plataforma bajo la cual en el 2002 el AKP llegó al poder. Incluso el AKP en el 2013 llevó a cabo un intento de diálogo con el PKK para llegar a una solución negociada del conflicto, pero que desgraciadamente fracaso en el año 2015. Desde entonces, y para combatir a los seguidores de Gulen, el AKP ha tomado como aliado a los resabios del kemalismo, especialmente a los elementos del ejército. Esta alianza se ha visto intensificada luego del intento de golpe de julio de 2016, en lo que se ha constituido en una nueva Síntesis Turco-Islámica (7) como la que imperó en los 80s, utilizada por los kemalistas para combatir a la izquierda durante la Guerra Fría, pero que ahora es utilizada por los islamistas en alianza con los kemalistas—una alianza anteriormente jamás imaginada—para combatir a todo aquel que proteste o critique o se oponga al programa político de Erdogan, el cual tuvo que concederle a los kemalistas abogar por un mayor y más beligerante nacionalismo turco, intolerante de cualquier minoría étnica del país, para cimentar esta sui generis alianza. Esto explica en gran medida porqué el HDP, el cual es de izquierda y defiende a las minorías étnicas del país, ha sido el principal partido político perseguido en el país, y no el Partido del Pueblo de la República (CHP, por sus siglas en turco), el cual es el segundo partido político más grande y ostenta simpatías kemalistas; aunque si bien ya no es el mismo partido que una vez perteneció a Mustafa Kemal Ataturk, por más que comparta su nombre.
Sin embargo, esta alianza política es sumamente frágil, y no parece ser sostenible en el largo o incluso mediano plazo, ya que los kemalistas defienden un secularismo tajante en el Estado, mientras que el AKP, como un partido islamista, defiende un rol predominante del Islam en la esfera pública. Erdogan entiende esto muy bien, por lo que ha buscado reformar al ejército, despidiendo a cualquier oficial militar que simbolice un obstáculo o amenaza en su contra, e incluso ha pasado una reforma para que los estudiantes de las escuelas religiosas Imam Hatip puedan ingresar a la carrera militar (8), y por lo tanto, a los altos mandos del ejército. Esto supondría llenar al ejército de simpatizantes y seguidores islamistas, para horror de los kemalistas. No obstante, esto tomará bastante tiempo, y no es seguro que la alianza perdure para entonces, o que los kemalistas no puedan volverse en contra del primer Presidente electo, Recep Tayyip Erdogan, en un nuevo intento de golpe de Estado.
Todo lo anterior demuestra que Recep Tayyip Erdogan tiene la visión de crear una nueva Turquía, o mejor dicho, su Turquía, en una clara ambición de poder autoritaria, que le haga tanto o más importante para el país que su padre fundador, Mustafa Kemal Ataturk. Todo parece indicar que Erdogan busca convertirse en el nuevo Ataturk—que en turco significa padre de los turcos—para su nueva Turquía, sin importar que tanto necesite desestabilizar el país, e incluso destruirlo, para conseguirlo (9). En la permanencia en el poder de Erdogan Turquía no solo se juega su futuro democrático, sino que su integridad territorial, por el conflicto kurdo, y su estabilidad económica. En otras palabras, la inmensa ambición de poder de Recep Tayyip Erdogan ha puesto en juego el futuro de Turquía en general. Todavía faltará ver qué camino recorrerá el país turco, y cuáles sean sus consecuencias tanto para el país, como para el mundo, especialmente por la posición geopolítica estratégica del país, y por sus crecientes simpatías rusas, en un contexto internacional sumamente complejo.