Análisis semanal 128: A la víspera de una nueva Turquía (19 de abril de 2017)

Año: 
2017

 

Una contextualización previa

El domingo 16 de abril de 2017 debe ser recordado en la historia de Turquía como un día de suma importancia. Este día se convirtió en el último clavo del ataúd de la República de Turquía que imperó desde 1938, con la muerte de Mustafa Kemal Atatürk, hasta el 2017. Con esto no se quiere aseverar que el referéndum sobre reformas constitucionales llevado a cabo el 16 de abril de 2017 significa el fin de la República de Turquía y su democracia, como han querido asegurar algunos (1). Pero sí se quiere decir que este es el fin de la República Kemalista de Turquía, y el inicio de la construcción de una nueva Turquía, bajo la visión de un líder político tanto o más autoritario como lo fue alguna vez Mustafa Kemal Atatürk, como lo es Recep Tayyip Erdoğan. 

Fuente: Spiegel Online.

Erdogan es, por mucho, el líder político más influyente de la historia reciente de Turquía, y muy posiblemente, se convierta en el líder político más importante del país turco, por encima incluso del padre de la patria Atatürk. En el gobierno desde 2002, Recep Tayyip Erdogan ha gobernado Turquía ininterrumpidamente. No obstante, sus primeros gobiernos fueron sumamente diferentes a su estado actual.

Erdogan y su partido, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) comenzó siendo un partido que se posicionaba a favor de los derechos humanos, un mayor acercamiento con la Unión Europea, y sobre todo, promovía una serie de reformas que le permitieran al país ser más democrático, luchando contra la tutela del ejército kemalista, que hasta en ese entonces recelaba cualquier otra ideología política que no fuera, o que atentara en contra, de la ideología del padre fundador de la República. La tutela del ejército era tan férrea que este incluso intervino, por medio de golpes de Estado, ya fueran duros o suaves, cuatro veces en la historia del país (1960, 1971, 1980 y 1997). Incluso intentó realizar un golpe de Estado suave contra el AKP en el 2007, pero por primera vez en la historia, sin éxito.

Mucho del pasado kemalista de Turquía, y de su represión de los segmentos religiosos y conservadores del país, de los cuales hoy el AKP islamista se nutre, han sido abordados en un análisis previo (2). Pero lo que debe quedar claro aquí es que fue gracias al AKP en el gobierno, que el Estado profundo (Derin Devlet) turco, que realmente gobernaba el país, por encima de cualquier figura electa, fue efectivamente desmantelado, especialmente a partir del 2010, por medio de reformas constitucionales y los famosos juicios de Ergenekon y Sledgehammer.

Claro está, el AKP y Erdogan no lograron esta hazaña histórica por si solos, sino que en gran parte el éxito de esta victoria a favor de la transparencia y la democracia en Turquía se le debe también al movimiento del clérigo Fethullah Gülen, exiliado en Pennsylvania desde 1999 gracias al acoso del régimen kemalista, llamado Hizmet. El Hizmet logró infiltrarse en las fuerzas armadas, agencias de seguridad y cuerpos policiales del país, y desde adentro, en alianza junto con el AKP, dar la lucha contra la élite ultra-secular kemalista.

Sin embargo, una vez que los kemalistas fueron diezmados, el AKP y Erdoğan se volcaron contra sus antiguos aliados, iniciando la lucha por quién controlaría el Estado profundo turco ahora que los kemalistas fueron expulsados de sus esferas de poder. Mientras esta lucha sucedía, el gobierno de Erdoğan se tornaba cada vez más autoritario, empezando por las protestas el en Parque Gezi en 2013, que buscaban evitar que un parque de Estambul se convirtiera en un centro comercial, para beneficio de allegados de Erdoğan, en una clara muestra de capitalismo salvaje.

En ese momento Primer Ministro, Erdoğan mandó a reprimir duramente las protestas de Gezi, y buscó otrorizar a sus opositores, descalificándolos peyorativamente. Este sería el inicio del vuelco autoritario de Erdoğan, y su búsqueda insaciable por cada vez más y más poder. Luego de este incidente, Erdoğan logró pasar una reforma constitucional que hizo que la figura de Presidente fuera electa democráticamente, y en el 2014, Recep Tayyip Erdoğan se logró convertir en el primer Presidente electo de Turquía, en toda su historia, marcando un hito significativo, y, aunque movido por su ambición de poder, profundizando, irónicamente, las bases democráticas de Turquía.

Hasta ese entonces, la figura de Presidente, según la Constitución de 1982 era nombrada por el Parlamento. Asimismo, era una figura básicamente simbólica, aunque fuera el Jefe de Estado, y cuyas principales funciones recaían en la representación del país en actos oficiales, y ser una figura imparcial, desvinculada de partidos políticos, y en buena medida a favor de la élite kemalista que realmente gobernaba por medio del Estado profundo. Esta situación cambió cuando Abdullah Gul, miembro importante del AKP, llegó a ser presidente en el 2007. No obstante, a diferencia de Erdoğan, Gul sí mantuvo su postura de imparcialidad política, mientras que el primero, desde que llegó a ser Presidente en el 2014 se ha obstinado en mantener el control de su partido, y ser un presidente partidario, algo que ha causado gran revuelo e inestabilidad en la política turca.

En este contexto, sumado al hecho desestabilizador de la guerra civil en Siria, es que se desencadenaría el extraño y bastante oscuro intento de golpe de Estado del 15 de julio de 2016. Erdoğan, como se ha abordado en un análisis previo (3), no sólo saldría intacto de la intentona golpista, sino que incluso saldría fortalecido gracias a un Estado de Emergencia que le ha permitido reprimir indiscriminadamente a toda oposición política que Erdoğan considere peligrosa, especialmente el Hizmet, o cualquiera que se piense asociado con ellos, y el partido de izquierda y pro-kurdo, el Partido Democrático del Pueblo (HDP, por sus siglas en turco). Este accionar solo puede calificarse de similar, no solo a la represión brutal que los islamistas y los sectores de izquierda vivieron en el país turco a manos de kemalistas, sino que también a acciones que otros líderes autoritarios han implementado en el Medio Oriente, como es el caso del ex presidente egipcio Hosni Mubarak.

Una vez llegados a este escenario, Erdoğan, que se encontraba sin oposición política real, y con amplios poderes gracias a su Estado de Emergencia, parece que se sintió lo suficientemente cómodo para perseguir sin reparos su propio proyecto político para Turquía. Erdogan y el AKP, durante sus primeros tres gobiernos (2002-2007; 2007-2011; 2011-2014), aunque implementaron una agenda democratizadora y pro derechos humanos, realmente no podían perseguir su proyecto político totalmente y de forma completamente abierta precisamente por el miedo de recibir un golpe de Estado por parte de la élite kemalista del país. El recuerdo del golpe de Estado suave contra el partido islamista Refah (bienestar) en 1997 todavía estaba en la memoria.

Sin embargo, en el nuevo contexto político, los kemalistas no solo estaban diezmados, sino que eran tan débiles que tuvieron que unirse con el AKP y Erdoğan para luchar contra el Hizmet de Gülen. Para apaciguar, y cooptar a los kemalistas, así como a los ultra-nacionalistas del Partido del Movimiento Nacionalista (MHP, por sus sigals en turco), Erdogan lanzó una lucha contra los separatistas kurdos, algo que marcó un quiebre fundamental de políticas previas del AKP que buscaban una solución pacífica al conflicto, así como también, introdujo a Turquía en el pantano que significa la guerra civil siria, por medio de una intervención militar, hasta el momento con resultados ambiguos. Aunque la intervención turca en siria ha sido abordada en un análisis previo (4), cabe recordar que esto también fue una movida de Erdoğan para desviar la atención de problemas internos, como una cortina de humo, al tiempo que se hacía parecer como un hombre fuerte, capaz de hacerle frente a los embates del terrorismo que sacudieron el país en el 2015.  

Asimismo, la oposición política, principalmente los partidos de oposición, estaban desarticulados y completamente débiles ante un partido hegemónico como lo es el AKP. Incluso el Partido Republicano del Pueblo (CHP, por sus siglas en turco), el antiguo partido de Atatürk, que ha sobrellevado un importante proceso de cambio desde hace varias décadas, y que es el principal partido de oposición, se encuentra en la actualidad a la merced del AKP, por más que no sean aliados. Parece ser que los partidos políticos de oposición no parecen saber cómo lidiar con la hegemonía del AKP, ni con la figura y carisma de Erdoğan, y los que sí han sabido, han sido duramente reprimidos, como lo es el caso del HDP.

Recep Tayyip Erdoğan, bajo esta coyuntura, se sintió lo suficientemente cómodo para buscar su propio proyecto político, el cual pasa por dos fases. La primera fase es la de una reforma constitucional que cambiara el régimen político del país de un parlamentarismo a un super-presidencialismo. La segunda, la creación de una nueva constitución política, lejos de la de 1982, redactada por militares, y la instauración de una nueva Turquía. Si hay algo que dejar en claro sobre el AKP, es su capacidad de planificación, algo muy diferente al resto de partidos del país. El AKP tiene su visión para Turquía 2023, centenario de la República, desde hace ya bastante tiempo, e incluso tiene una visión para Turquía 2076. Por lo tanto, todos los cambios recientes en Turquía no sólo pueden atribuirse a un líder enceguecido por su ambición de poder, que aunque es relativamente cierto, lo real es que Erdoğan también sigue un plan establecido, por más que muchos en el AKP estén en desacuerdo con sus tácticas (5).

El referéndum sobre las reformas constitucionales propuestas por Erdoğan se posiciona como la culminación de la primera fase del proyecto político de Erdoğan y el AKP. Este referéndum constitucional, aprobado en enero 2017 por el Parlamento con 350 votos, mediante el apoyo del AKP, que ostenta mayoría simple en el congreso, y el MHP, que es un partido minoritario, y la oposición del CHP y los parlamentarios que no han sido encarcelados del HDP, se plantea cambiar el régimen político del país turco de un parlamentarismo a un presidencialismo, con una gran concentración de poder en la figura presidencial. En concreto, la reforma constitucional plantea cambios en las relaciones entre los tres Poderes de la República.  

Cambios en el Ejecutivo

En primer lugar, el cambio más importante es la unificación en una sola persona de las figuras de Jefe de Estado y Jefe de Gobierno, con lo cual la figura de Primer Ministro, que era la más importante en el antiguo régimen político turco, desaparece a partir de 2019. En segundo lugar, el Presidente puede nombrar a su propio gabinete, sin necesitar de la aprobación del Congreso, y se crean las figuras de Vice-Presidentes. En tercer lugar, se le brinda la potestad al Presidente de decreto legislativo, con lo cual el Presidente no sólo tiene iniciativa legislativa, sino que puede promulgar decretos con fuerza de ley. Esto es un poder sumamente importante, y que actualmente Erdoğan de alguna forma ya ejerce por medio del Estado de Emergencia que impera en Turquía. En cuarto lugar, el período presidencial será de cinco años, y se permite la reelección inmediata por tres períodos consecutivos. En quinto lugar, el Presidente podrá ser el máximo dirigente de un partido, y se le brinda completa inmunidad judicial, aunque existe una forma bastante engorrosa de revocarlo (5). Esto no sólo es excesivamente largo, ya que alguien puede permanecer en el poder por quince años perfectamente, sino que también le abre las puertas a Erdoğan para continuar en el poder hasta 2029, de ganar dos elecciones consecutivas que le restan (6).

Cambios en el Legislativo

Como se dijo anteriormente, el Presidente puede permanecer siendo el máximo dirigente de un partido, por lo que el requisito anterior de imparcialidad política, y de que fuera una figura por encima de las dinámicas partidarias desaparece. Pero esto afecta significativamente la composición del Parlamento, ya que al ser el Presidente el máximo dirigente de su propio partido al mismo tiempo, es él el que tiene la última palabra sobre las personas que conformarán las listas de elección para diputados, por lo que es muy probable que el Parlamento se componga de los diputados cercanos a la tendencia del Presidente (7). Esto le da control sobre el Poder Legislativo, al tiempo que reduce significativamente la democracia partidaria.

Además de esto, las elecciones presidenciales y legislativas se efectuarán en una misma fecha, por lo que es probable, aunque no definitivo, que un Presidente logre ganar las elecciones, y su partido obtenga una importante mayoría en el Parlamento. Esto le daría a un Presidente electo un mayor control sobre el Parlamento, el cual se compondría a partir de 2019 de 600 diputados, en vez de los 550 actuales (8).

Finalmente, el Parlamento, aunque puede revocar al Presidente por medio de un procedimiento bastante lento y burocrático, necesitaría llevar a cabo una serie de votaciones legislativas, y finalmente para revocarlo necesitaría 400 votos a favor, o una mayoría calificada (9). Debido a lo anterior, se entiende que esto es muy difícil que suceda, pero siendo el AKP un partido hegemónico, las probabilidades se reducen aún más.

Cambios en el Judicial

Los cambios en el Poder Judicial son los más preocupantes, ya que no solo atentan contra la independencia de este Poder, sino que atentan incluso contra el Estado de Derecho, al poner a este Poder prácticamente bajo control del Presidente. Éste puede nombrar a doce de los quince miembros de la Corte Constitucional, y puede nombrar a seis de los trece miembros del Consejo de Jueces y Fiscales. El resto de miembros son electos por el Parlamento, pero mediante una lista proveída en primera instancia por el Presidente (10). De esta forma, la independencia, transparencia y legitimidad del Poder Judicial se pueden ver entredichas, y el apego del Estado con el Estado de Derecho se puede ver coartado.

El triunfo del Sí y lo que sigue

A pesar de que estas reformas constitucionales son altamente preocupantes, el Sí triunfó con un ajustado margen por encima del No. El Sí obtuvo el 51,3% de los votos, frente al 48,7% del No, con una participación del padrón electoral del 80%. No obstante, el Alto Consejo Electoral (YSK, por sus siglas en turco) permitió que se contaran como válidas las boletas electorales que no contaran con su sello oficial. Esto ha causado una gran controversia, aumentando la inestabilidad del país, así como también las sospechas de un posible fraude a favor del Sí, y por lo tanto, a favor de Erdoğan. La posición del No incluso ha afirmado que impugnarán los resultados (11). A pesar de lo anterior, el triunfo del Sí parece prácticamente definitivo, con lo cual Erdogan logró su cometido, una presidencia con una gran concentración de poder, tanto o más incluso que la que tuvo Atatürk, ya que este gobernó el país bajo un presidencialismo y partido único con mano de hierro.

La postura del Sí triunfo, según Isikara, Kayserilioglu y Zirngast, entre otras razones, por la asimetría de poder a favor del Sí, y lo fragmentado de la postura del No, así como la creación de disputas ficticias a nivel internacional para ensalzar el sentimiento nacionalista del país, como lo fueron las disputas recientes con Holanda y Alemania. La campaña mediática fue desmesuradamente a favor del Sí, tanto desde los medios de comunicación como también por parte de importantes conglomerados empresariales aliados al AKP. El No, aunque contaba con importantes segmentos de la burguesía secular, no pudo articularse en un frente unido contra la postura del Sí. Especialmente el CHP no supo leer la coyuntura en que se encontraba, y prefirió distanciarse del HDP, que también hacía campaña a favor del No, solo por sus posturas pro-kurdas (12).

Además de todo esto, los municipios y autoridades locales controladas por el AKP y el MHP promovieron la campaña política del Sí, y las autoridades nacionales promovieron un discurso polarizador en que se establecía que el Sí era la postura que llevaría al país a la salvación, principalmente de la indecisión e inestabilidad política, y quienes apoyaran al No estaban a favor del caos, las organizaciones terroristas, y, en general, en contra de Turquía (13). Claramente esto fue un intento de otrorización de sus contrincantes políticos, buscando marginarlos y reprimirlos mediante el empleo de una cruenta violencia simbólica.

Ante una sociedad cada vez más polarizada, este referéndum causó heridas profundas y difíciles de sanar. No obstante, el discurso político del Sí no logró calar, y el AKP sufrió una de las elecciones más ajustadas que haya tenido que vivir en su historia. Esto demuestra que la hegemonía del AKP se encuentra en entredicho, y que su vuelvo al ultra-nacionalismo o chauvinismo le ha restado votos, especialmente de los sectores religiosos moderados y las minorías del país, como los kurdos, en donde el AKP había sido particularmente fuerte hasta entonces (14). Es posible entonces que, aunque el AKP y Erdoğan hayan sido los gestantes de una nueva Turquía, ellos no necesariamente sean los que finalmente le den su forma final al destino del país. No obstante, dada la coyuntura actual, esta posibilidad es bastante remota.

 Al final de cuentas, ahora que Erdoğan ha logrado la primera fase de su proyecto político, sólo queda esperar a ver cuál será la forma que este hábil político turco, posiblemente el más hábil en la historia del país, desea darle al sistema político turco en general. Lo cierto es que el autoritarismo ya es una parte inherente de este nuevo sistema político, que posiblemente desencadene en una especie de democracia diferente de la democracia liberal que se conoce en buena parte del mundo (15). Este tipo de democracia puede llamarse una democracia de mayorías, en donde la mayoría—relativa—gobierne sobre minorías invisibilizadas y reprimidas. Sin embargo, más allá de la especulación, lo cierto es que esta es una oportunidad histórica para observar el diseño institucional que el islamismo le podrá brindar a un Estado dentro de un contexto democrático. A diferencia de Irán, que mezcla elementos teocráticos, republicanos y democráticos, el islamismo turco, del cual el AKP forma parte, se asemeja más al resto de movimientos islamistas en el Medio Oriente y África del Norte, por lo cual esto representa una oportunidad para observar cuál es ese tipo de Estado por el que han lucha, y al cual aspiran a llegar. 

Otras referencias

Fuller, G. (2014). Turkey and the Arab Spring. LEADERSHIP in the MIDDLE EAST. New York: Bozorg Press.

Toprak, B. (2005). Islam and Democracy in Turkey. Turkish Studies, 6(2), pp. 167-186.

Coskun, V. (2013). Constitutional Amendments Under the Justice and Development Party Rule. Insight Turkey, 15(4), pp. 95-113.

Yayla, A. (2013). Gezi Park Revolts: For or Against Democracy?Insight Turkey, 15(4), pp. 7-18.

Keyman, F. (2014). The AK Party: Dominant Party, New Turkey and Polarization. Insight Turkey, 16(2), pp. 19-31.