Para entender mejor los orígenes del actual conflicto entre China e India en los Himalayas, debemos remontarnos a un conflicto histórico entre varios países de esta región: el territorio en disputa de Cachemira, una región sumamente rica en recursos naturales, como nacientes de agua y cordilleras con pasos estratégicos conectando el continente asiático.
Al caer el imperio británico en el subcontinente indio con la declaración de independencia y la posterior partición del territorio en dos Estados, el mantenimiento del control sobre múltiples principados a través de cientos de kilómetros de distancia, resultó ser demasiado demandante para una India independiente, incitando la creación de nuevas naciones como Bangladesh, Myanmar y Sri Lanka. Por tanto, el territorio de Cachemira, como varios otros principados independientes y territorios administrados por los británicos, tuvo que enfrentarse a un proceso de reorganización y construcción de nación (nation building) que se vio obstaculizada por la lucha por nuevos territorios de parte de las potencias emergentes en la región, India, Pakistán y China.
Así surgió el conflicto que devino en la guerra indo-pakistaní de 1947, resultando en el control pakistaní de las llamadas “áreas del norte” de Cachemira, como resultado de afinidades religiosas de los pobladores con el gobierno islámico en Pakistán. Menos de dos décadas después, se produjo la guerra sino-india de 1962, cuando China aprovechó la poca estabilidad de la India para incursionar en la zona Aksai Chin, cerca de su frontera, ganando el terreno y luego negociando fronteras con Pakistán (no reconocidas por los indios). No fue hasta 1972 que se firmó un cese al fuego entre India y Pakistán, el cual terminó siendo inútil ante la formación de fuerzas paramilitares entre la población de la región, quienes seguirían luchando por el control del territorio por décadas—para mayor información sobre este tema, pueden consultar un análisis previo de este observatorio sobre el conflicto en Cachemira (1). Es importante notar que, en varias instancias durante el conflicto, la apelación de alguna de las partes al Consejo de Seguridad resultó en resoluciones que mediaron el cese al fuego y la posibilidad de reanudar negociaciones. Como no se ha llegado a ningún acuerdo, los tres países partes tienen militarizado su respectivo lado de las “Líneas de Control”, o demarcación de estos territorios.
Recientemente, el conflicto volvió a calentarse en la frontera entre India, China y Bután, cuando China acusó a India de incursionar en su territorio, luego de que India movilizara fuerzas para defender el territorio de su aliado Bután cuando China comenzó a extender una vieja carretera en el sitio (2). El foco actual del conflicto es Doklam, en los Himalayas, donde actualmente se está construyendo una matriz de túneles que permitirían el tráfico en todo tipo de clima. El nuevo enfrentamiento volvió a militarizar la frontera entre Bután y China, incluyendo la movilización de tropas por India y China, las cuales están posicionadas a la espera de cualquier movimiento por la contraparte. En las capitales, tanto los medios de comunicación como los actores diplomáticos han mantenido una postura firme e “híper patriótica”. China organizó cinco ensayos militares en el Tíbet, e India contestó que su ejército, considerado mejor entrenado, es capaz de defender el terrero en los Himalayas. Mientras tanto, Bután simplemente quiere volver a la mesa de negociación, ya que el territorio en cuestión es realmente suyo, no indio (3). China ha solicitado que India remueva sus fuerzas militares para poder sentarse en la mesa de negociación, alegando que están en violación del principio de soberanía—sea la suya o la de Bután, ya que no hay claridad de que Bután le haya pedido ayuda. No obstante, la pequeñez de Bután y la fuerza china hacen realidad la posibilidad de que una violación a la soberanía de Bután podría pasar desapercibida si India no protege a su aliado y, como es claro, Bután es parte importante de la influencia india en la zona (4).
Esto evidencia que se trata de un pulso entre titanes por el control geopolítico de Asia. El interés chino por la carretera en el punto estratégico de los Himalayas no es más que parte clave de su nueva Ruta de la Seda, ideada para fomentar el comercio chino en la región, y expandir su esfera de influencia al mismo tiempo. Asimismo, acontece durante el gobierno indio “mas fuerte en tres décadas”, que ha decidido dejar la convención de lado e ignorar la política de “una sola China”, invitando a lideres taiwanesas y tibetanos a su juramentación (5). Para China, cuya economía es varias veces más grande que la india, este tipo de “insurgencia” en su esfera de influencia es irracional.
Sin embargo, los analistas coinciden en que una guerra es poco probable, dado el alto costo para ambos países, más enfocados en su desarrollo en infraestructura y comercio. De hecho, se le reconoce a los políticos indios su gran inversión en infraestructura como “un medio de defensa más eficaz que un batallón” (6). El Dr. Sreeram Sundar, de la Escuela Jindal de Asuntos Internacionales, asegura que lo más probable será un periodo largo de confrontación seguido por una solución de de-escalación del conflicto en la que ambos dicen haber ganado. No obstante, resalta la importancia de la demarcación de las fronteras como mecanismo fundamental para evitar conflictos futuros, especialmente durante un incremento de rivalidad por la lucha por la hegemonía de Asia (7).