Desde la independencia de India y Pakistán en 1947, Cachemira ha sido el centro de una aguda disputa territorial entre estos dos países que ha llegado incluso a provocar dos guerras. La posibilidad de un recalentamiento del conflicto se cierne sobre esta región a partir de un levantamiento popular iniciado en julio y de sangrientos choques entre grupos extremistas y el Ejército de la India ocurridos en los últimos días.
Al verificarse la partición del territorio entre ambos países en 1947, se suponía que todo el territorio de Cachemira –cuya población era en ese entonces 77% musulmana- formaría parte del nuevo Estado de Pakistán. Sin embargo, debido a que las fuerzas políticas mayoritarias de la región tenían un perfil secular y simpatizaban con el Partido del Congreso de Jawāharlāl Nehru, y al hecho de que el gobernante local, el Maharaja Hari Singh (hinduista), decidió vincular su territorio a la India, Jammu y Cachemira terminaron convirtiéndose en un estado más de la República de la India.
Desde esa época, un sector importante de la población ha cuestionado sistemáticamente el dominio ejercido por Nueva Delhi y ha reclamado el derecho a la autodeterminación. La respuesta del gobierno indio a menudo ha implicado una severa represión por parte de los aparatos de seguridad, que frecuentemente se traduce en violaciones a los derechos humanos, toques de queda y restricciones a las comunicaciones.
La tensión en Jammu y Cachemira se ha disparado desde que el pasado 8 de julio la policía asesinara a Burhan Wani, miembro de Hizb-ul-Mujahideen, un grupo separatista al que la India, la Unión Europea y Estados Unidos consideran como una organización terrorista. Wani era sumamente popular entre la población de Cachemira debido a su actividad en las redes sociales, donde frecuentemente publicaba fotos y videos contra el gobierno indio. La muerte de Burhan Wani ha generado una serie de protestas populares que hasta la fecha, se han saldado con más de 80 muertos.
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Aunque las protestas contra el gobierno indio en Jammu y Cachemira no son nuevas y datan desde los inicios del conflicto, la rebelión popular iniciada en julio parece inédita en cuanto a los alcances que ha adquirido. Por primera vez en mucho tiempo las protestas se han extendido de las zonas urbanas al campo, en donde las fuerzas policiacas indias son incapaces de controlar la seguridad en decenas de aldeas. Otra novedad de estas protestas es que incorporan de forma masiva a las mujeres e incluso a los niños. Hace unos días, los manifestantes desafiaron el toque de queda impuesto en toda la región durante el Eid al-Adha, o Fiesta del Sacrificio, que marca la culminación de la peregrinación anual Hajj para los musulmanes. La mayoría de los residentes en Cachemira se mantuvieron dentro de sus casas durante este importante ritual islámico.
Aunado a lo anterior, el pasado 17 de septiembre un grupo –presuntamente Jaish-e-Mohammed - atacó una base militar de la India en Cachemira, causando 17 bajas fatales entre las fuerzas de seguridad. Este ataque y el recrudecimiento de las protestas, tensan las ya frágiles relaciones entre India y Pakistán. El gobierno de la India descalifica sistemáticamente dichas protestas populares en Jammu y Cachemira asegurando que se trata de acciones llevadas a cabo por “bandas de revoltosos” financiadas por Pakistán. Por otro lado, la diplomacia india se prepara para un enfrentamiento con su vecino en el marco de la Asamblea General de la ONU que se llevará a cabo a finales de este mes en Nueva York. Es previsible que el primer ministro de Pakistán Nawaz Sharif, centre buena parte de su alocución sobre los disturbios en Jammu y Cachemira, lo cual seguramente generaría una respuesta del Primer Ministro de la India Narendra Modi, quien el pasado 15 de agosto afirmó que Pakistán impulsaba el “terrorismo transfronterizo”.
El conflicto de Cachemira es impulsado por un fervor nacionalista y religioso en el tanto Pakistán como India apuntan de manera recurrente a la violencia y la injusticia del otro. Cada bando subraya su propio sufrimiento y dolor, mientras la desconfianza y la paranoia minan constantemente las relaciones entre estas dos potencias nucleares.
La nueva intifada de Cachemira podría ser una oportunidad para romper este círculo vicioso de desconfianza. Más allá de cumplir las resoluciones de la Naciones Unidas, evitar el uso innecesario de la fuerza o liberar a los presos políticos en Jammu y Cachemira, se hace necesario -como paso fundamental hacia la finalización del conflicto- crear las condiciones idóneas para que los habitantes de Cachemira puedan expresar su voluntad política libremente y decidir su futuro.