Análisis semanal 135: Trump y la novela rusa (22 de mayo de 2017)

Año: 
2017

 

Antes de ‘tomar el piso’, el representante demócrata texano Al Green aclaró su garganta para dar un apasionado discurso sobre un tema que ya ha ocupado titulares, pero que hasta entonces no había sido elevado a discusión en el Congreso: el impeachment del presidente Trump (1). A tan solo cinco meses de haber asumido su cargo, la idea de un juicio político contra el presidente Trump cobra fuerza. La causa inmediata: una posible obstrucción de la justicia debido al aún obscuro despido del hasta hace poco director del FBI, James Comey. Sin embargo, el tema de fondo remite a otra situación: los problemáticos y ambiguos vínculos de la administración Trump con Moscú.

El paso del tiempo solo ha venido a confirmar las sospechas levantadas durante la campaña presidencial: la relación entre Trump, sus más cercanos asesores y, en términos generales, de su administración con Rusia son cada vez mayores y más claras. La intervención rusa en el proceso electoral estadounidense a favor de Trump (2), la designación de un Secretario de Estado con fuertes vínculos personales con Rusia y con el propio Vladimir Putin (3), el escándalo por las filtraciones del ex asesor Michael Flynn (4), y más recientemente el despido de Comey por la investigación de la agencia sobre los vínculos entre la administración Trump y Rusia (5) apuntan todos hacia vínculos inéditos entre los altos cargos designados por Trump y Moscú.

El pasado 10 de mayo (justo un día después del despido de Comey) tuvo lugar una reunión en el Despacho Oval, en la que el presidente Trump y varios altos oficiales de la Casa Blanca se encontraron con Sergei Lavrov, el experimentado ministro de Relaciones Exteriores ruso, y con el embajador ruso en Washington, Sergei Kislyak. Cables posteriores de la reunión obtenidos por el Washington Post y el New York Times revelaron dos hechos que han levantado gran revuelo en el debate público: primero, el presidente Trump compartió información altamente clasificada que había sido compartida con las agencias de inteligencia estadounidense por un aliado, y cuyo manejo debía ser restringido (6). Esto generó una gran sorpresa en representantes y senadores de ambos partidos (7), situación que naturalmente enfrenta el esperado celo con información confidencial frente a la capacidad del Presidente, en su calidad de máximo funcionario del gobierno, de desclasificar información. Aunque esta práctica no es nueva (8), el contexto y la forma en que se dio parecen apuntar a un manejo descuidado e irreflexivo de información sensible.

Por otra parte, durante la reunión tuvo lugar un intercambio entre Trump y los funcionarios rusos acerca del reciente despido de Comey, en el que el Presidente afirmó que había logrado quitarse un peso de encima al lograr liberarse de la investigación sobre Rusia (9). El timing de estas declaraciones deja abiertas múltiples interrogantes acerca de los verdaderos motivos para el despido de Comey, así como acerca del grado de conocimiento e influencia de Moscú sobre esta decisión. Al mismo tiempo, refuerzan la idea de una eventual obstrucción de la justicia por parte del presidente Trump, lo que sería causal suficiente para activar el proceso de impeachment.

Esta situación podría escalar a partir del anuncio que se hiciera de que Comey había aceptado asistir a una audiencia pública frente al Comité de Inteligencia del Senado (10) para brindar su versión de los hechos. La audiencia, programada para después del próximo Día de los Caídos (lunes 29 de mayo) tiene potencial para develar en qué grado el presidente Trump intentó incidir sobre el jerarca del FBI sobre la investigación en curso acerca de las vinculaciones rusas con su Administración. Nuevamente, esto pone todas las luces sobre James Comey, quién en octubre anterior, a las puertas del proceso electoral, afirmara públicamente que se disponía a reabrir la investigación contra Hillary Clinton por el uso de su email personal durante su tiempo como Secretaria de Estado (11). Ahora la audiencia para recibir su testimonio será crucial para el futuro político del presidente Trump.

A este respecto, se visualizan de momento dos posibles escenarios para el caso de un eventual proceso de impeachment: uno menos factible, que consiste en que la gravedad de las pruebas de la obstrucción de justicia por parte de Trump obliguen a los republicanos a consentir llevar a cabo el impeachment. El otro, quizá más probable, se plantea a partir del umbral político de las elecciones de medio periodo, programadas para el próximo 6 de noviembre de 2018. Dada la caída en la popularidad del Presidente (12), es probable que la representación republicana en el Congreso sufra un revés importante, restaurándose la mayoría demócrata en ambas cámaras (435 escaños de la Cámara de Representantes y 34 de los 100 del Senado serán sometidos a votación), lo que vendría a facilitar sumar los votos necesarios para activar el impeachment.

No obstante lo anterior, aún es difícil prever el desenlace de un eventual impeachment, en tanto además de ser un proceso largo, cuya investigación puede extenderse por un plazo indefinido por el cual ningún presidente ha sido destituido debido a su renuncia previa (13), necesita de una mayoría en el Comité Judicial de la Cámara de Representantes, mayoría en la totalidad de este cuerpo colegiado, y finalmente, el voto de dos tercios del total de integrantes del Senado. Lo que sí es seguro es que la novela rusa de Trump aún tiene varios capítulos por ser escritos.