Durante la reciente y singular campaña electoral en los Estados Unidos, uno de los “enemigos” de la nación según Trump –aparte de los inmigrantes y musulmanes- fue China. Hacer trampa en el ámbito comercial, robar miles de empleos estadounidenses, y manipular artificialmente su moneda, fueron parte de sus arremetidas contra la nación asiática. A pocos días de ser electo, la situación no mejoró cuando Trump presuntamente contesto una llamada de felicitación de parte de la presidenta de Taiwán Tsai Ing-wen, rompiendo así con casi 40 años de protocolo donde ningún presidente estadounidense había tenido contacto directo con los máximos líderes de Taiwán.
La primera reacción por parte de China fue catalogar la llamada como una trampa tendida por Tsai Ing-wen -quien es la líder del Partido Democrático Progresista que apoya la independencia- contra un inexperto recién electo Presidente. Pero los tweets y declaraciones de Trump dudando sobre la adherencia de su Gobierno a la política de ‘Una Sola China’, e incluso asegurando que dicha política podría ser usada como ficha de intercambio contra China, elevaron los reclamos de Beijing. Un editorial del China Daily escribió “Trump está jugando fuego… Beijing no tendría otra opción que quitarse los guantes” (1), y el Ministro de Relaciones Exteriores aseguró que el estatus de Taiwán nunca será negociable.
Sin embargo, recientemente la administración Trump dio un giro de 180 grados a su diplomacia, al menos respeto a China. Mediante una carta de felicitación por el año nuevo chino (2), y poco después con una conversación telefónica con Xi Jinping, el Presidente estadounidense expresó sus deseos por desarrollar una relación constructiva; además acordó honrar la política de ‘Una Sola China’ (3). Con ello, Trump parece haber logrado un acercamiento con Beijing, y tal vez la oportunidad para empezar de cero -esta vez con el pie derecho-. Las señales de buena voluntad han sido bien recibidas al otro lado del pacífico, “la carta de Trump envía un mensaje positivo” (4), y China prefiere la cooperación ante el conflicto, fue la reacción en un editorial del China Daily poco después.
Pero ¿A qué se debe este cambio en la diplomacia del nuevo presidente? Es evidente que conforme pasa el tiempo, el gabinete y el equipo de asesores de la nueva Administración estadounidense se está estructurando, por lo que ciertas políticas serán analizadas y reflexionadas por varias cabezas antes de la decisión final. Además, podría ser señal de madurez política por parte de Trump, quien no puede seguir la misma línea agresiva de cuando era candidato, al menos no sin enfrentar consecuencias.
Además, en este caso en particular, Trump está tratando con la segunda economía más grande del mundo, su principal socio comercial –cuyas economías están ligadas y son dependientes una de la otra-, y poseedor de una gran parte de los bonos del tesoro estadounidense, etc. Sencillamente, una confrontación económica o militar provocaría más problemas que soluciones para Estados Unidos y para todo el mundo (5), y eso hasta Trump lo sabe. Una estrategia agresiva con China no llegaría a ningún lado, por lo que moderar el tono de su diplomacia es más prudente. Trump no puede tratar a China con el mismo matonismo diplomático como sí lo ha seguido haciendo con México, por ejemplo.
Por otro lado, las políticas proteccionistas que Trump desea implementar, más su inconformidad con el libre mercado, podrían provocar que otras naciones miren a China como el sustituto. Y Beijing ya se muestra como defensor del libre comercio. Durante la última reunión anual del Foro Económico Mundial (WEF) en Davos, Xin Jinping dio un apasionado discurso en defensa de la globalización y el comercio internacional: "Algunos culpan a la globalización por el caos en nuestro mundo, pero nuestros problemas no son causados por la globalización... No habrá ganadores en una guerra comercial. Seguir el proteccionismo es como encerrarse uno mismo en un salón oscuro: puede que evite el viento y la lluvia, pero también se quedarán afuera la luz y el aire" (6) fueron algunas de las palabras de Xi con una clara alusión a las intenciones de Trump.
Los megaproyectos chinos como el One Belt & One Road y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura podrían ser una alternativa si Trump concreta sus políticas aislacionistas. Por lo que reflexionar la estrategia y el manejo de las relaciones con China es importante para cualquier administración en la Casa Blanca, con el objetivo de evitar alguna medida que resulte contraproducente.
Finalmente, en mayo de este año se llevará a cabo una importante reunión económica en China, a la cual Vladimir Putin ya confirmó su asistencia. Lo que demuestra el gran avance que han tenido las relaciones Chino-Rusas en los últimos años gracias a varios acuerdos económicos. Pero lo que llama la atención es que, acorde con algunos académicos chinos, en China hay varias personas que desean con ansias una reunión entre Xi y Trump, y esta parece ser una posible oportunidad parar ello (7). De ser así, Trump se podría ver cara a cara con Putin –por quien ha expresado una peculiar simpatía- además de Xi. Por lo tanto, los gestos de buena voluntad de Trump podrían facilitarle la invitación, aunque aún es muy temprano para saber si una reunión entre estos líderes será posible.
Lo cierto que es que Trump necesitará más que una carta y una llamada telefónica para generar confianza. Y cuestiones como las disputas territoriales en el mar del sur de China podrán a prueba la relación.