Introducción
Sin duda el hombre del momento es el presidente electo de los Estados Unidos Donald J. Trump. Con los ojos de millones de personas alrededor del mundo pendientes de los resultados de tan controversial elección, pocas horas bastaron para sentir los efectos del sorpresivo final. Los mercados de valores vivieron una intensa jornada “el Nikkei japonés terminó 5,4% por debajo, mientras que el Hang Seng de Hong Kong y el Shanghai Composite cerraron más tarde con 2,2% y 0,6% a la baja, respectivamente. El ASX 200 de Australia cayó un 2,1%, mientras que el Kospi en Corea del Sur perdió un 1,40%” (1). Similares reacciones se vivieron en las bolsas europeas y el peso mexicano cayó en más de un 12% en comparación al dólar. Estos fueron algunos ejemplos tempranos del efecto Trump, que de paso nos recuerda que estamos viviendo en una era de interdependencia global, y cómo una decisión electoral en una sola nación puede desencadenar efectos políticos y económicos en las demás.
Conforme el pueblo estadounidense y el mundo digieren la idea (para bien o para mal) de un inexperto, polémico y no políticamente correcto personaje como Donald Trump a las riendas de la superpotencia mundial, los expertos empiezan sus apuestas con predicciones de sus futuras políticas tanto internas como externas, así como las especulaciones acerca de los candidatos para conformar su gabinete. Por más que se intente predecir las políticas de Trump por el momento solo dos cosas son ciertas. La primera es que materializar discursos y promesas electorales en hechos reales no es nada fácil, y como ya se ha visto, Trump está moderando su discurso post-electoral, llamando a la reconciliación y meditando algunas de sus ideas. La segunda es que Trump es impredecible y no habrá nada seguro hasta el 20 de enero, día de la toma de posesión, cuando él se acomodará en su futura oficina de trabajo en la casa blanca.
Sin embargo, el efecto Trump continúa alrededor del mundo y seguirá provocando especulación política, y la región del noreste de Asia no está exenta. Cuestiones como el futuro de las alianzas militares con Corea del Sur y Japón, las aspiraciones nuclearas de Corea del Norte, entre muchas otras, son algunos temas importantes donde Estados Unidos es uno de los actores principales por lo que analizar la política internacional de estas naciones, y las posibles consecuencias del efecto Trump es necesario.
Viejos Aliados: Corea del Sur – EE.UU - Japón
Corea y Japón, aliados tradicionales de EE.UU, no se han salvado de las controversiales declaraciones de Trump, quien dijo que estas naciones estarían mejor si se protegieran a sí mismas o pagaran por la protección que Estado Unidos les brinda, en referencia a las alianzas militares y protección de las constantes amenazas por parte de Pyongyang. Pero la realidad es que ambos países son claves en la geopolítica estadounidense desde el fin de la segunda guerra mundial. EE.UU ha invertido billones de dólares en bases militares, armamento, tropas, entrenamientos y prácticas conjuntas, etc. Y es poco probable una ruptura de estas alianzas donde todas las partes tienen ganancias y costos.
Aun así, el efecto Trump se hizo sentir poco después de su victoria, y la presidenta surcoreana Park Geun-hye fue una de las primeras en hablar con Trump, naturalmente preocupada por las pretensiones nucleares de su vecino del norte. Por su parte, el primer ministro de Japón Shinzo Abe no desperdició su estancia en la ciudad de Nueva York y se reunió en persona con el presidente electo, demostrando su preocupación por las ideas de Trump como que los aliados deberían pagar por la ayuda de las fuerzas estadounidenses, su oposición al TPP (Acuerdo de Asociación Transpacífico), y hasta su descabellada sugerencia de que Japón debería desarrollar su propio sistema de defensa nuclear (2).
Trump respondió de manera positiva a las preocupaciones de los líderes asiáticos, pero suponiendo que Park y Abe no sientan la suficiente confianza en la palabra de Trump, o que este último verdaderamente decida reducir la presencia militar estadounidense en la región, el panorama en el noreste asiático sería oscuro. El vacío de poder que provocaría una retirada militar de Washington sería llenado con una carrera armamentista alimentada por las acciones norcoreanas que afectan directamente la seguridad nacional surcoreana y japonesa. Un cambio brusco en el balance de poder desestabilizaría fácilmente la región donde ninguna nación confía plenamente en la otra, indiferentemente de las razones (disputas territoriales, históricas, el surgimiento de China como superpotencia, etc.), sería algo que al final solo traería más dolores de cabeza para el mismo Estado Unidos y para el mundo. He incluso pondría poner en juego el NPT (Tratado de No Proliferación Nuclear) “dañando el régimen global de no proliferación irrevocablemente” (3).
Por ejemplo, las ideas de Trump podrían dar bríos a Abe para continuar con políticas que han sido señaladas como nacionalistas por algunos y criticadas por China, como la reinterpretación de la constitución, especialmente del Art. 9 para permitir la participación de las Fuerzas de Auto-Defensa (SDF) japonesas en operaciones internacionales relacionadas a la auto-defensa colectiva (4); su plan estratégico de seguridad y las mejoras a las fuerzas armadas de Japón.
Recientemente, Trump aseguro que EE.UU renunciará al TPP en su primer día en la casa blanca (5), tratado en el cual Japón es miembro y Corea del sur había anunciado interés, por lo que construir confianza no será sencillo. Por el contrario, en Beijing la noticia es bien recibida, ya que China no es parte del acuerdo y en varias ocasiones lo ha criticado. Por su parte, Corea y Japón acaban de firmar un acuerdo para el intercambio de inteligencia militar sobre Corea del Norte (6), que le ha sumado aún más impopularidad a la administración Park en uno de sus peores momentos, además de críticas por parte de China. Pero lo interesante es que este acuerdo permite mejorar la cooperación entre Seúl y Tokio sin tener que recurrir a Washington, su mediador tradicional en temas relacionaos con Corea del norte.
Viejos Enemigos: Corea del Norte
Trump heredará la prueba de fuego para la diplomacia de todo presidente norteamericano, lidiar con Corea del Norte, y desde tiempos de George W. Bush las tensiones se han agravado con múltiples pruebas nucleares y balísticas. “La doctrina de Obama de mostrar ‘paciencia estratégica’ obviamente no funcionó. No hay señales de un colapso del régimen de Pyongyang, más bien lo contrario” (7). Y múltiples sanciones internacionales parecen no haber tenido mayor efecto sobre las aspiraciones nucleares de Pyongyang.
En referencia a Corea del norte, Donald declaró que estaría dispuesto a hablar e incluso reunirse con el supremo líder norcoreano Kim Jong-un -a pesar de haberlo catalogado de maniaco- lo que podría interpretarse como una señal para un posible acercamiento, o sencillamente como otra de las ocurrencias de Trump. De todas formas será interesante ver como Pyongyang reaccionará ante el nuevo líder norteamericano.
Pero las aspiraciones nucleares norcoreanas son cada día más reales. Pyongyang ha demostrado que su programa nuclear no es una moneda de canje, y está convencido de que tener un arsenal nuclear es la única manera de asegurar su seguridad ante las amenazas externas que atentan contra el régimen. La desconfianza y un historial de intentos fallidos hacen de este problema un imposible para cualquier mandatario. Varios presidentes han abordado el problema con distintas estrategias desde las ayudas humanitarias, diplomacia, sanciones, etc. Sin mayores resultados. ¿Qué podría hacer diferente Donald Trump para tener éxito?
Incluso si la idea de un acercamiento funcionara es poco probable que Pyongyang renuncie completamente a su sueño nuclear, y aceptar una Corea del Norte como potencia nuclear tendría un costo político imposible de pagar, además del peligro de que otras naciones sigan el ejemplo norcoreano. El plan B sería presionar a China, ya que Trump como muchos en EE.UU creen que Beijing tiene el control, o al menos suficiente influencia sobre Corea del Norte, para hacerla desistir de sus planes nucleares. Pero aun si eso fuera cierto, que tan colaborador podría ser Beijing con Trump después de sus constantes ataques y señalamientos en contra de China en su campaña.
El plan C sería una opción más radical, como un ataque preventivo para destruir o al menos herir de gravedad el programa nuclear norcoreano. Lo que podría desencadenar represalias que al menos llegarían fácilmente a Seúl, y China no estaría muy conforme con tales planes que probablemente sumergirían el noreste asiático en un completo caos (8). Este plan por más descabellado que parezca es necesario analizarlo debido a las ideas de Trump como su despreocupación por los aliados y su opinión sobre China, además “similar a la administración de George W. Bush, Trump ha expresado mayor preferencia por la asertividad unilateral del musculo militar estadounidense, en vez de aprovechar las instituciones regionales, el derecho internacional y la diplomacia multilateral” (9).