Introducción
Mucho se ha escrito sobre cuál es la ideología que informa a Donald J. Trump y su primera administración en los Estados Unidos (EE.UU.). Ahora que ha resultado reelecto en las elecciones presidenciales de los EEUU el pasado 05 de noviembre de 2024, se considera oportuno situar ideológicamente a la primera administración Trump, con el propósito de abrir una reflexión sobre lo que una segunda administración podría implicar. En este sentido, el análisis no busca ser prospectivo, sino que por el contrario, busca mediante la retrospección dar algunas luces sobre la articulación ideológica que podría informar a la segunda administración Trump. Cabe advertir que no se busca analizar la figura de Donald J. Trump exclusivamente, precisamente porque, aunque una figura fundamental, su administración se compuso de una serie de sectores que llegaron a informar y orientar ideológicamente su administración. Centrarse solamente en la figura del polémico líder sería caer en un reduccionismo que se busca evitar.
Se puede comenzar la discusión estableciendo que, para algunos, Trump ha sido un populista de derecha[1], para otros, es un ejemplo de una derecha radical conservadora, populista y reaccionaria[2], para otros, es un paladín del llamado nuevo internacionalismo reaccionario y neopatriota[3], mientras que otros han optado por llamarlo fascista, como Robert Kagan y Madeleine Albright, lo cual es criticado por Traverso[4], al no entender las diferencias de contexto históricas entre el período de entreguerras y el actual. Traverso[5] afirma que la administración Trump podría ser catalogada como posfascista, sin que la etiqueta sea apropiada para el mismo Trump, que más que nada es la personificación del modelo antropológico del neoliberalismo.
En efecto, Trump, y posiblemente más ahora con su alianza con Elon Musk, pareciera representar la figura de Atlas en las obras de Ayn Rand[6]. Puede que él mismo no sea la del Atlas de Rand, e incluso quienes hayan leído el texto podrían recriminar la analogía. No obstante, se considera que es una analogía correcta en el sentido de que si bien Trump no es esa figura intelectual, misteriosa, emprendedora que significaba Atlas en su mundo, la construcción ideológica y popular de su figura sí ha resaltado el carácter disruptivo de la rebelión de Atlas. En otras palabras, la figura de Trump ha sido mercantilizada como si fuera esa rebelión de la minoría que lucha contra una sociedad conformista, estatista o colectivista como la llama Rand, que oprime a sus sectores más innovadores, intelectuales, de libre pensamiento; es decir, los empresarios más ricos, como Musk, Bezos, Zuckerberg, etc., y que Trump solamente puede mencionarse por cómo se le retrata al respecto. La figura de Trump es meramente la caricatura de Atlas, pero una caricatura que ideológicamente pareciera movilizar significativamente al electorado en los EE.UU. Evidentemente leyeron Capitalismo: el ideal desconocido de Rand[7] quienes han construido esta figura y su proyecto político que para enero de 2025 volverá al poder en los EE.UU.
Ahora bien, por mucho que se trate de etiquetar al propio Trump, se considera que es inadecuado centrarse solo en su figura para entender las ideologías presentes en su llegada al poder y la conducción de su administración. Como ha encontrado Green[8], Trump realmente es una figura egocéntrica, e incluso megalomaníaca, sin una ideología que le defina. Este cascarón vacío, con simpatías por la derecha radical y con una pobre sofisticación ideológica, fue aprovechado por una coalición inestable de figuras, lo que permitió llevarle al poder, pero luego demostró ser altamente inestable y contradictoria durante su primera administración. Traverso[9] parece entender esto al decir que cualquier análisis que se base en la personalidad de Trump adolece de superficialidad, mientras que para Wilson[10] no solo se debe analizar su figura, sino también a sus seguidores y a las circunstancias que le llevaron al poder, y Mudde[11] advierte de la superficialidad que significa centrarse solo en la figura de los llamados líderes populistas.
La discusión alrededor del populismo, fascismo, posfascismo
Iniciando con el encuadre ideológico de la primera administración Trump, se debe explicar el término populismo, el cual es muchas veces ambiguo, oscureciendo más que aclarando el debate. Incluso, como el totalitarismo, se ha utilizado como un término para deslegitimar a los oponentes, sean los que sean, crean lo que crean y vengan de donde vengan, de la normalidad neoliberal, más que para describir un fenómeno sistemático. Para Traverso[12], la utilidad del término populismo recae en entenderlo como un estilo político, más que como una ideología, precisamente, en el actual momento del siglo XXI, en que se ha entrado en un régimen de historicidad neoliberal donde importa más comercializar las candidaturas que ofrecer una robusta visión ideológica que conduzca las políticas públicas y que impulse a los partidos políticos.
Por esta razón, se opta por utilizar un concepto de populismo más cercano a Moffit[13], quien, como Traverso[14], lo entiende como un estilo político, permitiendo comprender no solo el discurso ideológico del populismo, sino también su performance, sus expresiones y sus acciones. La ideología no engloba, realmente, tanto el performance ni las acciones que se desarrollen, aunque están relacionadas. Por ello, una concepción de populismo como un estilo político es más completa que simplemente entenderlo como una ideología. Incluso, en una posición más cercana a la perspectiva ontológica y epistemológica que aquí se mantiene, entender de esta forma al populismo permite comprender cómo las acciones y el performance político son constitutivos de las identidades y son, a su vez, construcciones sociales[15]. Para Moffit el estilo político puede conceptualizarse como:
los repertorios de un performance personificado y simbólicamente mediado, realizado hacia audiencias que están acostumbradas a crear y navegar los campos del poder que componen lo político, desde el dominio del gobierno hasta la vida cotidiana[16].
Entonces, el populismo es “un estilo político cuyas características son una apelación al “pueblo” versus “la élite”, a las “malas costumbres” y la performance de una crisis, ruptura o amenaza”[17]. Se considera una mejor definición, incluso, que la de Mudde, quien define al populismo como:
una ideología (delgada) que considera a la sociedad como ultimadamente separada en dos grupos homogéneos y antagónicos, el pueblo puro y la élite corrupta, y que argumenta que la política debería ser una expresión de la volonté générale (voluntad general) del pueblo (la cursiva es del original)[18].
Mientras la definición de Mudde esencializa al populismo, la de Moffit permite comprender sus expresiones, características, discursos, movimientos y acciones más anclados en los diversos contextos en los que se manifiesta.
Lo anterior significa entender que el populismo es más un fuzzy set que un crisp set, en términos de lógica booleana, con una importante amalgama de fenómenos en su seno, todos con diferentes concepciones, dependiendo de su contexto histórico, político, económico, cultural y social, sobre qué es el “pueblo”, la “élite” o las “malas costumbres”. De hecho, esto permite entender cómo quienes adopten un estilo político populista deben, entonces, ofrecer una concepción sobre qué es el pueblo; pero no se trata de simplemente decir qué es el pueblo, se trata de actuar como el pueblo, proponiendo, construyendo y reproduciendo nociones de identidad nacional. Lo opuesto al pueblo será la élite, una forma de otrorización, que, como encuentra Mudde[19], también implica securitización, usualmente, en una concepción nativista y xenofóbica, que amenaza al “pueblo” inocente, pero dócil, ante lo cual un líder carismático y fuerte, sin miedo a romper con la corrección política, es la salvación[20].
Mudde[21] define al nativismo como “una ideología que asegura que los Estados deberían estar habitados exclusivamente por los miembros del grupo nativo (la nación) y que los elementos no-nativos (o “ajenos”), sean personas o ideas, están fundamentalmente amenazando al Estado-Nación homogéneo”. Pareciera ser que el nativismo es la popularización de las creencias que fundamentan la trampa territorial de Agnew[22] de forma reaccionaria y conservadora contra los mitos de la globalización[23], mismos que se han retratado en el capítulo anterior. El nativismo posee silencios convenientes, romantizados o idealizados sobre quiénes conforman al grupo nativo, especialmente, en Estados Unidos, favoreciendo una visión anglosajona y protestante o, por lo menos, cristiana y de nación, ocultando, silenciando o invisibilizando a los pueblos autóctonos y a los afrodescendientes, como afirma Churchwell[24].
Por otro lado, el posfascismo, como lo entiende Traverso[25], no es simplemente la continuación y rescate del pensamiento fascista al contexto actual. Para el autor eso sería neofascismo, como el Amanecer Dorado en Grecia. El posfascismo, en cambio, reniega de su pasado fascista, pero adopta algunos de sus elementos, así como un estilo político populista o. La señalización de un otro amenazante es una de estas características, que en algunos contextos mantiene su antisemitismo, mientras que en otros ha adquirido connotaciones islamofóbicas y xenofóbicas. La figura de un líder carismático y fuerte es otra de sus características, pero el cómo es que se estiliza a dicho líder es muy diferente. Mientras el fascismo idealizaba al ejército y al imperialismo, era estatista y machista, y excluyente de la participación política de las mujeres, el posfascismo es neoliberal, proteccionista, en alguna medida aislacionista y antiestatista por su neoliberalismo.
El posfascismo es una defensa de la tradición, en términos de identidad nacional nativista, que surge por comprender la nación como una construcción social y, por ello, su énfasis en la defensa de una identidad nacional romantizada, idealizada y amenazada por grupos no nativos. De ahí su afán por cambiar la narrativa cultural y la lucha contra la llamada “identity politics”, que se concibe como una conspiración cosmopolita a la cual debe derrotarse, demostrando su conservadurismo reaccionario. Además, permite el liderazgo de mujeres, como Marie Le Pen en Francia, y mantiene tensiones con los derechos de la población LGTBIQ+, aunque admite sus elementos neoliberales y conservadores, por lo que su característica es más antifeminista. Mientras el fascismo era un movimiento de masas, el posfascismo es claramente neoliberal, cuya receta al poder ha sido mediante una democracia mediatizada y atrayendo a una masa de individuos atomizados y consumidores. Por ello, no necesita de intelectuales, aunque detrás se encuentren nociones ideológicas del Tradicionalismo de Guénon y Julius Evola, así como el Gran Reemplazo de Renaud Camus. Aunque el fascismo es un término que genera un amplio debate en la actualidad sobre su utilidad para comprender la realidad, lo cierto del caso es que sigue siendo indispensable como marco analítico, siempre y cuando sea debidamente ubicado en su contexto histórico. De ahí que se ofrezca el posfascismo como un término que permita comprender las rupturas y continuidades en el contexto actual con el pasado fascista[26].
Por su lado, Mudde[27] identifica que la normalización de la derecha radical ha sido posible gracias al papel de los medios de comunicación que han vendido a la población una idea de crisis, prácticamente civilizatoria, con su cobertura sobre criminalidad, corrupción e inmigración. De ahí que se haya preparado el terreno para la llegada de líderes y movimientos de este tipo, llámeseles populistas de derecha radical o derecha extrema o posfascistas. Donald Trump es un caso paradigmático de esto último, precisamente por su carrera mediática, sus reality shows, sus libros y por la venta de ser un magnate inmobiliario self-made, cuando en realidad debe su fortuna a su herencia familiar[28].
Por lo tanto, para verdaderamente comprender a Trump, se debe analizar, entonces, el conjunto, amalgama o coalición de ideas que se articularon para llevarle al poder en 2016 y conducir su primera administración de 2017 a 2021. Entre ellas se pueden mencionar elementos conservadores, cristianos de derecha, neoliberales, libertarios, derecha radical y posfascistas; los cuatro primeros elementos ya encontrados en el Partido Republicano y los últimos dos que se aprovecharon de una candidatura sin rumbo y visión ideológica para llenarle de contenido y movilizar a sus bases a través de la figura de Steve Bannon y, detrás de él, Andrew Breitbart y la familia multimillonaria y dueña de Cambridge Analytica, la familia Mercer, que ha sido catalogada como los alt-Koch[29].
Un nuevo slogan no tan nuevo: America First y Make America Great Again
El análisis inicia con la figura de Trump y sus eslóganes de America First y Make America Great Again, que poseen un legado histórico más profundo en EE.UU. de lo que algunos, como Ikenberry[30] y los internacionalistas liberales, desean reconocer. Luego, se analiza la coalición de ideas de los lazos con Steve Bannon, con el objetivo de brindar una visión más completa de la coalición ideológica inestable que informó a la primera administración Trump.
Para Wilson[31], Trump es un “populista reaccionario de derecha”, con una serie de ideas fundamentales que le informan, como “neoliberalismo, autoritarismo, nacionalismo y racismo”, con una fascinación por Ayn Rand y su descripción hipermasculinizada de modelo de empresario innovador. En este sentido, un elemento claramente neoliberal y neoclásico de la perspectiva de Trump, que llevó a lo largo de toda su administración, fue su carácter transaccional[32], que Wilson define como “un intercambio simple, algo de valor a cambio de algo de valor”[33]. Esta lógica transaccional fue lo que permitió, por tanto, su coalición con elementos cristianos de derecha, conservadores, neoliberales, libertarios, de derecha radical y posfascistas. Asimismo, esta lógica, claramente neoliberal, condujo su administración a favor de reducir impuestos a los más ricos, su animadversión hacia los sindicatos y subir el salario mínimo y su visión de promover un libre mercado competitivo que redujera los precios, una especie de fetiche de la competencia[34].
Una forma en que logró estrechar el puente entre su neoliberalismo y su populismo de derecha, especialmente en defensa de los trabajadores blancos y el agroestadounidense, fue su nacionalismo. Más que impulsar políticas que favorecieran a estos sectores, se dedicó a demonizar a una serie de grupos como los culpables de todos los males que adolecen a un EE.UU. en desindustrialización, como China, los migrantes, los musulmanes y ciertas minorías, como los hispanos y los afrodescendientes. Esto mediante su lema de America First: “De ahora en adelante, será América Primero”[35].
En una clara confusión entre autoritarismo y conservadurismo, Wilson[36] afirma que Trump es un autoritario en el sentido de la Escuela de Frankfurt. Más probable es decir que posee una personalidad autoritaria como la descrita por Adorno y Fromm, como enuncia Traverso[37], que decir que es autoritario. Lo cierto del caso es que Trump posee una visión claramente conservadora, la cual impulsa una noción de identidad nacional anglosajona y medidas conservadoras punitivas para impulsar el orden y la seguridad en EE.UU.[38]. Lo que sí puede decirse es que Trump es egocéntrico, solo interesado en impulsarse a sí mismo como su propia marca[39].
Lo anterior también permitiría comprender su claro racismo e islamofobia, llamando, incluso, a ciertos lugares del mundo en desarrollo como “mierderos” o a la población mexicana-estadounidense como “asesinos y violadores”[40]. Su racismo ha demostrado ser de larga data, ya que ha evitado alquilar sus condominios o apartamentos en la medida de lo posible a afrodescendientes; por lo que no es sorprendente que haya impulsado el movimiento para que Barack Obama publicara su certificado de nacimiento, asegurando que no había nacido en Estados Unidos y era secretamente un musulmán. Ha llamado a inmigrantes de Centroamérica criminales y asesinos, inclusive animales, provocando y animando a la violencia en contra de la población migrante irregular hacia EEUU[41]. Durante su administración defendió a supremacistas blancos y su violencia y asesinato contra población hispana y afrodescendiente en EE.UU., como los Proud Boys, y durante la masacre en Charlestone en 2015, afirmó que no era nada en comparación con la tasa de homicidios de “negros contra blancos”[42], en una especie de argumento de racismo inverso—algo que no existe—que Traverso[43] apunta que es una característica del posfascismo. Wilson lo asocia con grupos neonazis, posfascistas y supremacistas blancos en EEUU, como el Ku Klux Klan (KKK), cuyo líder fue David Duke. Por ello, para Wilson “La visión de mundo de Trump es ecléctica. Él no es un libertario doctrinario o un neoliberal tradicional. Su visión de mundo es una mezcla de neoliberalismo, nacionalismo y racismo, envuelta en autoritarismo”[44].
Ahora bien, aunque ciertos elementos dichos por Wilson son ciertos, otros son un tanto problemáticos, debido a que realiza afirmaciones sin sustento teórico, como el elemento autoritario o el elemento libertario que se reduce a pruebas anecdóticas para demostrar su admiración por Ayn Rand. Se debe, por tanto, sopesar lo dicho por el autor con otras fuentes.
Para Green[45], Trump es más un egocéntrico, obsesionado con su propio ego, y sin una ideología claramente establecida, aunque con claras simpatías hacia la derecha radical e ideas posfascistas. Según el mismo autor, Trump no es un extraño al establishment político de EE.UU., pues financió campañas tanto republicanas como demócratas e, incluso, se vinculó, como también afirma Churchwell[46], con el Partido Reformista en EE.UU. de Pat Buchanan en los noventa, de corte posfascista y en contra de la agenda de la aprobación del NAFTA. Trump se lanzó como precandidato presidencial, ganando algunos estados federales, para luego dimitir de sus intenciones presidenciales argumentando que no quería la compañía de un antisemita como Buchanan o un racista como Duke, quien también militaba en el partido. Posteriormente, daría indicios de lanzarse de nuevo en el Partido Republicano, en 2004, contra la reelección de George W. Bush, pero desistiría nuevamente. Se argumenta que estas precandidaturas en realidad iban dirigidas a promocionarse mediáticamente, ya sea para promocionar sus libros o su reality show The Apprentice[47].
Con la llegada de Barak Obama al poder, Trump encontró un nuevo foco para su propia autopromoción, impulsando el movimiento Birther, el cual argumentaba que Obama no había nacido en territorio estadounidense, era secretamente musulmán, y, por ende, no debía gobernar a EE.UU. Trump le dio voz a un discurso racista y xenófobo, particularmente popular con la derecha radical, que ha sido prevalente en la historia en EEUU[48].
Como se puede observar, Trump, aunque no tiene una ideología claramente definida, sí posee simpatías por la derecha radical, conservadora e, incluso, posfascista. De ahí que no sea de extrañar que él mismo acuñara su slogan de America First y Make America Great Again, que para Traverso[49], no significa más que hacer a EE.UU. blanco otra vez—como si alguna vez desde su colonización no fuera esta dominación la imperante. Pero estos slogans de campaña tienen una historia más remota en los EE.UU. de lo que se quisiera creer y admitir[50].
El término America First posee orígenes en el siglo XIX en EE.UU. y, como encuentra Churchwell[51], tiene menos que ver con la tendencia aislacionista del excepcionalismo estadounidense rastreable a George Washington que con una tendencia nativista estadounidense y reaccionaria contra todo lo que no se considere “americano”. En otras palabras, America First es una forma de decir que EE.UU. “solo pertenece a aquellos que se consideran a sí mismos como los primeros que llegaron”[52].
Por si fuera poco, el slogan siempre ha tenido una connotación conspirativa, a partir de la creencia de que hay agentes externos a EEUU que buscan infiltrarle para destruirle por dentro. Como afirma Churchwell:
Los mitos políticos nunca están lejos del pensamiento conspirativo: la idea de que Barak Obama no había nacido en Estados Unidos es tanto una teoría de la conspiración como un mito, uno promulgado en el nombre de poner a “América Primero”, definiendo a los “americanos reales” como una minoría amenazada, forzada a proteger sus intereses contra la amenaza de la infiltración. A través de su historia, Primero América ha sido profundamente entrelazada exactamente con este tipo de pensamiento mítico conspirativo, desde las conspiraciones anti-católicas de los 1850s y las conspiraciones anti-británicas de libre comercio de los 1880s y 1890s, pasando por las conspiraciones antisemitas que conectan los 1920s y 2020s, hasta las conspiraciones islamófobas y QAnon de hoy. América Primero sirve como un escudo precisamente porque le asigna inocencia a sus creyentes, manteniendo una imagen mítica de la nación y de su lugar privilegiado en ella que está en conflicto con la realidad histórica.[53]
El término, realmente, no surge en el contexto de los años veinte ni treinta del siglo pasado como un vehículo para introducir a EE.UU. hacia una tendencia fascista a través del America First Committee (AFC), como usualmente se cree. El legado es anterior, rastreable a los 1850, con el American Party de los 1850 y su odio y reacción contra la inmigración católica hacia los EE.UU. A tal punto llegó el pensamiento conspirativo, que se creía que la crisis de 1893 fue una conspiración católica y británica para que el Reino Unido recuperara sus antiguas colonias. Si su origen no es necesariamente fascista, por lo menos sí lo es nativista y xenofóbico[54].
De ahí que el término primero se articulara como “America First, last and always”, para luego articularse como “America First and the World Afterwards” en su nueva versión antibritánica, promotora del proteccionismo hamiltoniano que había logrado calar dentro del Partido Republicano[55]. Las conexiones históricas con el Partido Republicano y este nativismo xenófobo no acabarían ahí e, incluso, el paladín del internacionalismo liberal no se vería inmune al contagio del America First.
En efecto, hasta el propio Woodrow Wilson, del Partido Demócrata, en sus esfuerzos por reelegirse a la presidencia estadounidense acuñaría el término. Esto en momentos en que el término se asociaría en un esfuerzo por distinguir entre “americanos reales” de “americanos con un guion” para referirse a aquellas personas inmigrantes naturalizadas recientemente como ciudadanas[56].
La frase se convirtió no solo en el slogan de la reelección de Wilson y en la palabra clave de la Convención Nacional Demócrata de 1916, pero también en el slogan de su rival republicano, Charles Evan Hughes (“América Primero y América Eficiente”), quien dio discursos prometiendo un “americanismo no diluido” con “América First, Last and Always and No ‘Hyphens’”.[57]
Como puede observarse, para las primeras décadas del siglo XX, el discurso no solo sería prevalente en la cultura política estadounidense, sino que también se asentaría en el discurso de ambos partidos dominantes de la democracia estadounidense, con especial énfasis en el Partido Republicano. Ni el mismo Theodore Roosevelt se vería exento del discurso, pues lo reprodujo, asegurando que todo ciudadano estadounidense debe tener una lealtad incuestionable hacia los EE.UU. o de lo contrario no debería ni siquiera estar en el país. Además, para el estallido de la Primera Guerra Mundial, el término se usaría en contra de británicos y alemanes y a favor de mantener a EE.UU. lejos del conflicto[58].
Asimismo, en el contexto de la Primera Guerra Mundial, el término se usaría para llamar a mantener el legado de Washington, cobrando cierta coincidencia con el contexto de la administración Trump en el siglo XXI. El término, entonces, se usaría para llamar en contra de alianzas engorrosas que llevarían a EE.UU. a guerras innecesarias y desgastantes, cuando el problema real del país era mano de obra barata inmigrante que presionaba los salarios de los trabajadores estadounidenses a la baja. El término se usaría con éxito en contra del Tratado de Versailles y la Liga de las Naciones, acusando a Wilson de ser pro libre mercado e ir en contra de la tradición estadounidense de alejarse de los conflictos europeos[59].
Para los veinte y treinta del siglo XX, el término se utilizaría en contra de la “amenaza judía y la amenaza comunista”, con las connotaciones fascistas del momento, que concebían tanto al comunismo como al gran capital financiero como una conspiración judía para dominar al mundo. El término también servía como vehículo político racista, nativista y xenófobo contra personas migrantes, especialmente provenientes de China y Japón, que habían empezado a asentarse en los territorios de la costa oeste de Norte América. En este contexto es que el segundo Klan se apropiaría también del término para avanzar su agenda anticatólica, antisemita y xenófoba, llamando a defender a la “raza anglosajona”. Producto de este discurso se aprobaría la Ley Johnson-Reed de 1924 que impuso restricciones migratorias en los EE.UU[60].
Ya en la década de los treinta y cuarenta el término se empezaría a asociar con el fascismo, relacionado con la America First Inc. y el America First Committee, así como también para ejercer una crítica contra la administración Delano Roosevelt y las personas judías que ocupaban cargos en su administración. Al respecto, Churchwell explica que:
Para 1940, la derecha radical en los Estados Unidos no era diferente de la constelación de grupos orbitándola ochenta años después, una miscelánea de extremistas chocando internamente sobre los puntos finos doctrinales, exponiendo varias versiones de mitologías nativistas, racistas, xenofóbicas, eugenistas y nacionalistas cristianas, pero unidos en su resentimiento a lo que percibían como una amenaza racializada a las oportunidades económicas y de un pluralismo cultural que acordaba con su idea de América Primero[61].
Charles Lindbergh sería el líder fascista que articularía el término de America First ahora para movilizar en contra de judíos, británicos y la administración Delano Roosevelt, solo para que el AFC y sus seguidores enfrentaran procesos judiciales, luego de los ataques de Pearl Harbor. No obstante, el ímpetu fascista recobraría fuerzas bajo una nueva fachada, pasando del America First Party, fundado en 1943, al Partido Nacionalista Cristiano[62].
El término sería autocensurado en la cultura política estadounidense de los 50 por sus vínculos fascistas, solo para volver al escenario en los 60, ahora como vehículo contra John F. Kennedy, vinculándose con el macartismo y su persecución contra la “amenaza roja” o comunista. La Convención Nacional Republicana de 1964 marcaría el momento histórico del resurgimiento del discurso del America First, ahora asociado con el conservadurismo anticomunista. También, volvería a ser invocado por el supremacismo blanco de David Duke y el KKK en los 70.[63]
El término seguiría con alguna continuidad en los 80 para resurgir en el Partido Reformista de Pat Buchanan en los 90 y en los 2000 con mayor ahínco; partido al cual Trump se presentó como precandidato presidencial. Pat Buchanan utilizaría el término para ir en contra del llamado “Nuevo Orden Mundial” de George H.W. Bush, entendiéndolo como una forma de poner el poder político y económico de EEUU a favor del gran capital y la Unión Europea, en vez de priorizar los intereses estadounidenses. Trump saldría del partido acusando a Buchanan de nazi, antisemita y comunista y a David Duke de racista y neonazi[64]. Sin embargo, aunque Trump salió del partido de Buchanan, definitivamente encontró en él la inspiración para su slogan de campaña: America First y Make America Great Again.
Como ha podido observarse, el discurso de America First data de orígenes históricos en los EEUU anteriores a los que el internacionalismo liberal reconoce o mejor dicho quisiera reconocer. No se trata simplemente de un elemento que recuerda al fascismo estadounidense de los 30 y 40, sino que es un elemento más prevaleciente y perdurable en la cultura política estadounidense. Solamente en el Partido Republicano, con un vínculo histórico más fuerte con este discurso y su proceso de consolidación como un partido conservador, neoliberal y cristiano nacionalista de derecha, es que Trump encontraría el terreno para convertirse en candidato presidencial y en presidente de los EEUU. Con ello, ni Trump ni su discurso es un fenómeno sui géneris, una excepción, desviación, como se le quiera llamar, ni de la política estadounidense ni del orden liberal internacional, se ubica, precisamente, en su centro, en el núcleo del orden, por más que el llamado internacionalismo liberal estadounidense no lo reconozca, lo oculte, lo silencie o invisibilice.
El vínculo posfascista: Steve Bannon
A pesar de lo anterior, no debe confundirse a Donald Trump con un posfascista, realmente es un conservador reaccionario con simpatías poco articuladas con la derecha radical, incluyendo al posfascismo. Quien sí se puede argumentar es un posfascista es Steve Bannon, quien estableció contactos con Trump desde 2014-2015 y se convertiría en agosto de 2016 en su estratega de campaña. Previo a su llegada, Green[65] argumenta que la campaña electoral de Donald Trump estuvo marcada por la poca predictibilidad a su candidato, por las afirmaciones xenófobas, nativistas y machistas, y por el intento de la estructura de poder del Grand Old Party (GOP), es decir, el Partido Republicano, con figuras como Reince Priebus, Sean Spicer, entre otros, por desmarcarse de la campaña nacional y enfocarse en la campaña legislativa republicana, aunque sin éxito.
Pareciera ser que, para Green[66], la campaña de Donald Trump había sido un desastre antes de la llegada de Bannon. Cuando Trump empezó a asesorarse políticamente para su postulación presidencial ninguna figura dentro del establishment del GOP le tomó en serio, hasta que fue electo candidato presidencial republicano, luego de unas primarias electorales en las que no era el candidato favorito, no solo republicano, sino también del Tea Party y del sector más conservador del GOP. El candidato favorito de este sector era Ted Cruz, gobernador de Texas. Cabe recordar que el Tea Party surge como un grupo de derecha radical, financiado por los hermanos Koch, multimillonarios que hicieron una fortuna durante la crisis inmobiliaria de 2008, entre otras figuras, como un intento de reformar al GOP hacia líneas más neoliberales, libertarias, cristianas de derecha, conservadoras y xenófobas, después de la victoria electoral de Barack Obama[67].
Luego de que fuera electo candidato presidencial republicano, al establishment del GOP no le quedó opción más que tratar de contener al candidato, sin mucho éxito[68]. Pero Trump no sería el único factor desestabilizante, sino que, incluso, se empezaría a descubrir que varias figuras allegadas a Trump tenían lazos con multimillonarios o políticos cercanos al Kremlin o a las figuras políticas prorrusas en Ucrania, como, por ejemplo, Paul Manafort, quien fue director de su campaña hasta dicho descubrimiento, lo que llevaría a Trump a despedirlo[69].
En este sentido, Steve Bannon llegaría a vincularse con Trump en momentos en que la dirigencia del Partido Republicano estaba inmersa en control de daños, Trump no poseía asesores políticos ni electorales de peso y la campaña necesitaba un redireccionamiento, no solo para evitar una derrota, sino reencausar hacia una victoria. Para desgracia del GOP, quien llegaría sería Steve Bannon, provocando que aumentaran los temores de que sería una campaña sumamente sucia y soez, como finalmente lo fue, y que con ella se destruyera al Partido Republicano[70].
Pero la llegada de Bannon, en parte, no debería sorprender ante el relativo aislamiento de Trump de cualquier otra fuente de apoyo. El sector conservador había apoyado a Ted Cruz, y al perder ante Trump, muchos conservadores estadounidenses decidieron no apoyar a Trump, incluyendo al mismo Cruz. De hecho, para Traverso:
Donald Trump claramente representa el caso extremo de la “anti-política”, un eclecticismo posideológico. Durante su campaña presidencial era cuidadoso de no alinearse a ninguna ideología, y aún los elementos más conservadores del Partido Republicano mantuvieron su distancia de él. Él cambiaba su opinión sobre una multiplicidad de asuntos de un día para otro, eso sí, sin nunca abandonar su línea “anti-establishment”[71].
Una de las similitudes interesantes de apuntar en este momento es que, para Paxton[72], el fascismo no puede llegar al poder sin una alianza con un sector conservador reaccionario. Más que una alianza por convicción, se trata de una alianza por conveniencia. Como parte de las similitudes y analogías históricas entre el fascismo y el posfascismo pareciera encontrarse esta alianza entre conservadores (Trump) y posfascistas (Bannon), en la que, Trump para llegar al poder tuvo que pactar con un posfascista como Bannon, quien lo usaría para impulsar su agenda. Al respecto, Green afirma que:
También argumento que un acuerdo implícito yace en el corazón de la relación entre Trump y Bannon, el mismo que Bannon esperaba lograr con [Sarah] Palin cuando lo conocí por primera vez: que su política nacionalista de derecha dura pudiera llevar a la persona correcta a la Casa Blanca—llegado a ese punto, los poderes de la presidencia se ejercerían para implementarla fielmente. Trump vendió esta marca de nacionalismo con la misma plena convicción con la que él vende su propio nombre[73].
Steve Bannon sería educado bajo un modelo militar y católico durante toda su vida, incluso, sirvió en el ejército estadounidense para luego trabajar en el banco estadounidense Goldman Sachs. Durante su estadía en el banco, en el departamento de fusiones y adquisiciones, llegaría a conocer de primera mano a la industria del entretenimiento. Bannon ejercería una práctica propia en esta industria, luego de un paso lucrativo en Goldman Sachs, y realizaría inversiones que le aumentarían significativamente su riqueza, entre ellas una relacionada con la exitosa serie estadounidense Seinfield[74].
Si la crisis de los rehenes del 79 sería fundamental para el apoyo de Bannon a la figura de líder fuerte de Ronald Reagan, los ataques del 11 de septiembre de 2001 terminaron por consolidar la perspectiva islamofóbica de Bannon. Esto lo llevaría a acercarse cada vez más hacia grupos de derecha radical y posfascista, conociendo a David Bossie, Matt Drudge, Andrew Breitbart, todos fervientes anticlintons, entre otros. Bannon también llegaría a conocer al multimillonario Robert Mercer, de corte conservador, quien desilusionado con Romney empezaría a desconfiar del establishment del GOP y buscaría involucrarse en círculos políticos más cercanos a los de Bannon. De hecho, Mercer le entregaría US$10 millones de dólares a Breitbart para lanzar su Breitbart News. No por nada, Green[75] (2017) llama a la familia Mercer los “alt-Kochs”, aludiendo a su carácter de derecha radical.
No obstante, la visión de mundo de Bannon vendría siendo articulada a través del pensamiento de dos conservadores reaccionarios como René Guénon y Julius Evola que vivieron durante el siglo XX. Green[76] llama a estos pensadores como tradicionalistas, en el sentido de que promueven una visión de mundo conservadora y reaccionaria a la modernidad, creyendo que existen verdades últimas en las religiones antiguas como el hinduismo, sufismo y el catolicismo medieval. Para estos pensadores, el mundo parecía atravesar una edad oscura en que las tradiciones eran olvidadas o deliberadamente desechadas, por tal motivo, era necesario rescatarlas. Evola encontraría en el fascismo de Mussolini la forma de salvar las tradiciones, con un contenido claramente racista.
Bannon, por su parte, identificaría al “globalismo” como la principal amenaza contra las tradiciones actuales. Para él, la principal amenaza es que triunfe una élite secular de izquierda que borre las fronteras y la soberanía de los países y, con ello, cualquier capacidad efectiva de los países de mantener sus tradiciones. La Unión Europea (UE), la llegada del Papa Francisco y la “descontrolada” inmigración musulmana hacia Europa y EEUU eran una amenaza existencial a sus ojos, cuya única solución era la llegada de un gobierno conservador que impusiera el respeto a las fronteras y la soberanía, por tanto, resguardara las “tradiciones” estadounidenses[77].
Se puede observar la trampa territorial tan clara en Bannon, así como su islamofobia, pero también se puede contemplar cómo su visión de mundo difícilmente es la de un internacionalismo reaccionario, como podrían argumentar López y Sanahuja[78]. Bannon podría mostrar simpatías por otros movimientos que busquen defender sus respectivas “tradiciones”, incluyendo a Alexander Dugin con la tradición ortodoxa en Rusia, a Modi en la India, Marie Le Pen en Francia, Nigel Farage en Reino Unido, Greet Wilders en Países Bajos, Viktor Orban en Hungría, Forza Italia, etc.[79] Esto no significa que busque articular un proyecto internacionalista, precisamente, porque más allá de que les une lo que rechazan, muchas de estas “tradiciones” en su interpretación conservadora chocan entre sí en su visión de mundo. No hay posibilidades de entablar un proyecto internacional coherente, más allá de algunos acuerdos coyunturales o tácticos, dependiendo del tema.
Posteriormente, Bannon también se vincularía en Hong Kong con la industria de los videojuegos, aprendiendo sobre la comunidad y los círculos de derecha radical, dentro de esta comunidad online, organizados en plataformas como 4chan, 8chan o Reddit. Poco después conocería a Andrew Breitbart, fundador de Breitbart News, y, como Bannon, un posfascista. Luego del fallecimiento del primero, Bannon comandaría el relanzamiento del medio, siendo instrumental para divulgar el discurso posfascista a su base para que votaran por Trump[80].
Lo que permitiría que ambas figuras conectaran, Trump y Bannon, fue que ambos se percibieron como “machos alfa”[81]. Con ello, el pacto estaba hecho y esto le permitió a Bannon ofrecerle dos puntos fundamentales a Trump. Primero, moldear y articular de mejor forma su visión de mundo, a través de su política posfascista, llenando de contenido ideológico su slogan de America First. Segundo, le brindó una maquinaria organizativa conservadora, entre ellas Breitbart News—fundada en 2012 y la principal fuente de información de Trump, argumenta Green—cuyo principal objetivo no era llevar a Trump al poder, era evitar a toda costa la llegada a la presidencia de Hillary Clinton[82]. Dentro de esta maquinaria estaría el músculo financiero de la familia Mercer, especialmente, Robert Mercer y su hija Rebekha Mercer, quienes habían apoyado en un inicio a Ted Cruz, pero que luego Bannon convencería para que apoyaran decididamente a Trump[83].
A través de la ayuda financiera de los Mercer, se publicarían libros en contra de los Clinton, como el libro de Peter Schweizer Clinton Cash: The Untold Story of How and Why Foreign Governments and Businesses Helped Make Bill and Hillary Rich. Este libro fue financiado para ser publicado durante la campaña de 2016 para afectar la imagen de los Clinton. Además, los Mercer también usarían la empresa de producción de films Glittering Steel para producir películas de contenido cristiano evangélico, así como contenido crítico de los Clinton, durante la campaña, apelando con ello al voto de los cristianos nacionalistas de derecha. Finalmente, los Mercer incorporarían a la maquinaria de campaña de Trump a la empresa de análisis de datos Cambridge Analytica, la cual estuvo vinculada con el Brexit y con el escándalo de acceso a los datos de millones de cuentas de la red social Facebook, con el objetivo de influenciar en el voto de la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE)[84].
El nexo conservador
Además del pacto con el posfascismo, Trump pactaría con parte del Tea Party, a través de la figura del entonces senador de Alabama y posteriormente Fiscal General de los EEUU durante la administración Trump, Jeff Sessions. Bannon sería instrumental en esta alianza que se realizaría un año antes de la llegada oficial de Bannon a la campaña de Trump. A través de Sessions, la campaña de Trump tendría una fuerte movilización en los estados del Sur de Estados Unidos, promoviendo con ahínco el lema America First y Make America Great Again. A cambio, Trump empezaría a incorporar mensajes a favor del sector agrícola estadounidense y redoblaría su mensaje antiinmigración[85].
El punto central que Green[86] pareciera ofrecer en su libro, sobre la campaña electoral de Trump en 2016 y su vínculo con Bannon, es que Trump fue el vehículo a través del cual una maquinaria conservadora que por décadas estuvo organizándose para acabar políticamente con la familia Clinton logró llegar al poder. Esta maquinaria sería tolerada por el GOP, siempre y cuando no significara un costo político ni electoral, pero siempre tuvo mayor consolidación entre los círculos de derecha radical y posfascistas en EEUU, ya que estaban convencidos de que existía una conspiración globalista de una élite que quería acabar con los valores y principios estadounidenses a través de la cultura y la inmigración.
Esta élite no era claramente identificada, para uso conveniente, en algunos momentos se vinculaba con figuras judías, en otros, con una supuesta élite de izquierda liberal o progresista secular, en otros, se afirmaba que eran los enemigos de EEUU, dejando a interpretación lo que esto significara, y, en otros, se mezclaba todo lo anterior. Por ello, se le acusaría de propagar un discurso antisemita a Trump, cuando afirmó, fiel al discurso posfascista, que existe una conspiración globalista contra EEUU, acusando al multimillonario George Soros, a la presidenta de la Reserva Federal de los EEUU, Janet Yellen, y al CEO de Goldman Sachs, Lloyd Blankfein, de ser parte de esta estructura[87].
Pero este discurso no es nuevo ni en los EEUU, como se ha visto, ni en el Partido Republicano. Desde los 2000, el Partido Republicano había encontrado conveniente lucrar electoralmente con teorías de la conspiración, no apoyando, pero tampoco desmintiéndolas, a favor de sus candidatos[88]. Trump simplemente elevaría la vieja receta a nuevas alturas.
La campaña de Trump no tendría reparos en utilizar a su favor cualquier herramienta o recurso, incluyendo las acusaciones de abusos sexuales contra Bill Clinton y el papel cómplice de Hillary Clinton en esto. Esta movida fue fundamental para lidiar con el lenguaje sexista y machista de Trump a lo largo de la campaña, especialmente, cuando salió a la luz comentarios previos de Donald Trump donde admitía conductas sexistas y sexualmente abusivas contra las mujeres[89].
Al final de cuentas, Donald Trump y su campaña implementarían un estilo político populista, articulado a través de un discurso ideológico de derecha radical y posfascista para llegar al poder. A partir de todo lo retratado anteriormente, se pueden observar que las características del estilo político populista de Moffit[90] se encuentran presentes en Trump, a saber: la apelación del “pueblo” contra la “élite”, “las malas costumbres” y “una situación de crisis, ruptura o amenaza”. El contenido ideológico de este estilo político sería, claramente, de corte de derecha radical y posfascista, plagado de racismo, nativismo, xenofobia, sexismo, islamofobia, etc., a partir de lo que establecen Mudde[91] (2019) y Traverso[92] (2019), respectivamente. Wilson[93] (2021) y Churchwell[94] (2022) encuentran que Trump no solo fue apoyado por supremacistas blancos, posfascistas, neonazis y grupos de derecha radical, como David Duke, sino que, incluso, Trump en repetidas ocasiones salió a defender a estos grupos[95], como en el asesinato de Heather Heyer, la masacre de Charlestone, el asesinato de George Floyd y de Breonna Taylor; eventos que convulsionaron a los EEUU a nivel interno. Trump también ha apoyado y se ha beneficiado convenientemente de las teorías conspirativas asociadas con QAnon, incluyendo la llamada “insurrección” del 6 de enero de 2021 en el Congreso estadounidense y, luego de la derrota electoral del 2020, sus seguidores han fundado el America First Caucus (AFC), cuyas siglas recuerdan al movimiento fascista estadounidense[96].
Un elemento interesante de todo lo anterior es que esta coalición de fuerzas políticas, que llevaron a Trump al poder, mostraría su inestabilidad una vez que la administración tuvo que enfrentarse a ejercer el poder e impulsar la agenda. Como afirma Paxton[97], una vez en el poder, el fascismo tiene que lidiar con su base, con la estructura partidaria, con la burocracia y con el líder, generando que el ejercicio del poder sea conflictivo, contradictorio y hasta caótico. Cabe advertir que no se considera a Trump ni a su administración necesariamente como fascistas, pero se cree que lo dicho por Paxton[98] pareciera ser un buen retrato de la inestabilidad política y conflictos recurrentes dentro de la administración. Una vez en el poder, la coalición se desmoronó no solo por la dificultad de impulsar sus agendas, sino también por los conflictos y la competencia interna entre varias figuras como Steve Bannon (posfascista), John Bolton (neo-conservador), Jeff Sessions (Tea Party), Michael Pompeo (cristiano nacionalista de derecha), Jared Kushner (yerno de Trump), la dirigencia del Partido Republicano y el mismo Donald Trump (conservador reaccionario), entre otras figuras que se podrían mencionar.
Conclusiones
El presente artículo ha buscado situar ideológicamente la primera administración Trump en los EEUU, buscando establecer el foco del análisis más allá de la figura específica de Trump. A partir de esto, se identifica que la primera administración Trump se vio informada por elementos populistas, de derecha radical, posfascista, conservadores, cristianos de derecha, neoliberales y neo-conservadores. Como sugiere el análisis, resulta fundamental indagar los sectores, organizaciones y personas que contribuyeron a que Donald J. Trump tomara el poder por primera vez en los EEUU, así como los sectores ideológicos representados en su gobierno a la hora de ejercer poder. De esta forma se podría lograr tener una mejor perspectiva a la hora de reflexionar sobre las posibles implicaciones de una segunda administración Trump en los EEUU. Esto es lo que este análisis invita a realizar.
Notas
*El presente artículo presenta una breve sección de la discusión sobrellevada en el trabajo final de investigación para optar por el grado de Maestría en Relaciones Internacionales y Diplomacia por parte del autor.
[1] Carter A. Wilson, Trumpism. Race, Class, Populism and Public Policy (Washington D.C.: Lexington Books, 2021).
[2] Cas Mudde, The Far Right Today (Cambridge: Polity Press, 2019).
[3] José Antonio Sanahuja y Camilo López, «La nueva extrema derecha neopatriota latinoamericana: el internacionalismo reaccionario y su desafío al orden liberal internacional», Cojuntura Austral. The Journal of the Global South 11(55) (2020): 22-34, https://doi.org/10.22456/2178-8839.106956
[4] Enzo Traverso, The New Faces of Fascism. Populism and the Far Right (Londres: Verso Books, 2019).
[5] Traverso, The New Faces…, 27.
[6] Ayn Rand A, Capitalismo: el ideal desconocido (Buenos Aires: Grito Sagrado Editorial, 2012).
[7] Rand, Capitalismo...
[8] Joshua Green, The Devil’s Bargain. Steve Bannon, Donald Trump and the Storming of the Presidency (Nueva York: Penguin Press, 2017).
[9] Traverso, The New Faces…, 24.
[10] Wilson, Trumpism..., 18.
[11] Mudde, The Far Right Today...
[12] Traverso, The New Faces…
[13] Benjamin Moffitt, The Global Rise of Populism. Performance, Political Style and Representation (Stanford: Stanford University Press, 2016).
[14] Traverso, The New Faces…
[15] Moffitt. The Global Rise..., 43-44.
[16] Moffitt, The Global Rise..., 34.
[17] Ibíd, 49.
[18] Mudde, The Far Right Today..., 36.
[19] Ibíd, 30-35.
[20] Moffitt, The Global Rise..., 37-45.
[21] Mudde, The Far Right Today..., 32.
[22] John Agnew, «The Territorial Trap: The Geographical Assumptions of International Relations Theory», Review of International Political Economy 1(1) (1994): 53-80; John Agnew, Geopolitics. Re-visioning World Politics (Londres: Routledge, Taylor & Francis Group, 1998); John Agnew, Hegemonía. La nueva forma del poder global (Madrid: Celag, 2020).
[23] John Agnew, Globalization and Sovereignty: Beyond the Territorial Trap (Nueva York: Rowman and Littlefield Publishing Group, Inc., 2018)
[24] Sarah Churchwell, «America First», en Myth America. Historians Take on the Biggest Legends and Lies About Our Past, ed. por Kevin Kruze y Julia Zelizer (Nueva York: Basic Books, 2022).
[25] Traverso, The New Faces…
[26] Traverso, The New Faces…, 11-41; Green, The Devil’s Bargain..., 160.
[27] Mudde, The Far Right Today...
[28] Traverso, The New Faces…
[29] Green, The Devil’s Bargain...
[30] John Ikenberry, A World Safe for Democracy (New Haven: Yale University Press, 2020).
[31] Wilson, Trumpism..., xi-xii.
[32] Stephen Walt, The Hell of Good Intentions. America’s Foreign Policy Elite and the Decline of U.S. Primacy (Nueva York: Farrar, Straus and Giroux, 2018); Joseph Nye, Do Morals Matter? Presidents and Foreign Policy From FDR to Trump (Nueva York: Oxford University Press, 2019).
[33] Wilson, Trumpism..., 22.
[34] Wilson, Trumpism..., 23-26.
[35] Trump citado en Wilson, Wilson, Trumpism..., 26.
[36] Wilson, Trumpism..., 27.
[37] Traverso, The New Faces…
[38] Wilson, Trumpism..., 27-28.
[39] Green, The Devil’s Bargain...; Traveso, The New Faces...; Wilson, Trumpism...
[40] Wilson, Trumpism..., 31.
[41] Ibíd, 31-34.
[42] Wilson, Trumpism..., 35.
[43] Traverso, The New Faces…
[44] Wilson, Trumpism..., 36-37.
[45] Green, The Devil’s Bargain...
[46] Churchwell, «America First».
[47] Green, The Devil’s Bargain..., 29-42.
[48] Green, The Devil’s Bargain...; Wilson, Trumpism...; Churchwell, «America First».
[49] Traverso, The New Faces…
[50] Churchwell, «America First».
[51] Ibíd.
[52] Ibíd, 74.
[53] Ibíd, 74.
[54] Ibíd, 75-76.
[55] Ibíd, 76.
[56] Ibíd, 76-77.
[57] Ibíd, 77. Se mantuvo la frase final en el inglés original para evidenciar de mejor forma las intenciones del discurso.
[58] Ibíd, 77-78.
[59] Ibíd, 78-79.
[60]Churchwell. “America First”..., pp. 79-81.
[61]Churchwell. “America First”..., pp. 82-83.
[62]Churchwell. “America First”..., pp. 83-84.
[63] Churchwell. “America First”..., pp. 84-85.
[64] Churchwell. “America First”..., p. 85.
[65] Green. The Devil’s Bargain...
[66] Green. The Devil’s Bargain..., p. 43.
[67] Wilson, Trumpism...; Green. The Devil’s Bargain..., p. 76.
[68] Green. The Devil’s Bargain..., p. 16-17.
[69] Green. The Devil’s Bargain..., p. 14.
[70] Green. The Devil’s Bargain..., pp. 14-18.
[71] Traverso, The New Faces…, p. 33.
[72] Robert Paxton. «The Five Stages of Fascism». The Journal of Modern History, 70(1), (1998), 1-23; Robert Paxton. The Anatomy of Fascism. (New York: Alfred A. Knopf, 2008).
[73] Green. The Devil’s Bargain..., pp. 10-11.
[74]Green. The Devil’s Bargain...
[75] Green. The Devil’s Bargain..., pp. 98-106.
[76]Green. The Devil’s Bargain..., pp. 160-161.
[77]Green. The Devil’s Bargain... , pp. 161-162.
[78] Sanahuja y López, «La nueva extrema derecha»...
[79] Green. The Devil’s Bargain..., p. 162.
[80]Green. The Devil’s Bargain..., pp. 70-76.
[81]Green. The Devil’s Bargain..., p. 45.
[82]Green. The Devil’s Bargain..., p. 46.
[83]Green. The Devil’s Bargain..., pp. 106-107.
[84]Green. The Devil’s Bargain..., pp. 107-109.
[85]Green. The Devil’s Bargain..., pp. 142-147
[86]Green. The Devil’s Bargain...
[87]Green. The Devil’s Bargain..., p. 18
[88]Green. The Devil’s Bargain..., p. 33.
[89]Green. The Devil’s Bargain..., pp. 170-174.
[90] Moffitt. The Global Rise..., p. 49.
[91] Mudde, The Far Right Today...,
[92] Traverso, The New Faces…
[93]Wilson, Trumpism...
[94]Churchwell. “America First”...,
[95] Wilson, Trumpism..., pp. 34-36.
[96]Churchwell. “America First”..., pp. 86-88.
[97]Robert Paxton. «The Five Stages»...; Robert Paxton. The Anatomy of Fascism...
[98] Robert Paxton. «The Five Stages»...; Robert Paxton. The Anatomy of Fascism...