Análisis semanal 334: Los peligros de gobernar sin ciencia: el caso Trump (15 de junio de 2020)

Año: 
2020

 

El mundo se enfrenta a uno de los mayores desafíos económicos, sociales y políticos en décadas, cuyos efectos se comparan usualmente con la crisis del 29. Desde lo individual, pasando por lo local y hasta lo global, el fenómeno que vivimos requiere de altos niveles de coordinación y cooperación para poder dar una respuesta efectiva, evitando el contagio masivo, el colapso de los sistemas de salud y, en especial, salvar a la mayor cantidad de personas de la muerte. El COVID-19 demanda lo mejor de la humanidad en su conjunto.

En esta difícil situación, la ciencia ha probado ser una de las herramientas más importantes para lidiar con el problema, ejerciendo un liderazgo positivo y cuyos resultados han sido favorables. Por esta razón, imaginar el mundo COVID y post-covid en su ausencia nos dejaría indefensos y ante un escenario catastrófico. No obstante, a pesar de los invaluables beneficios que ha aportado, la respuesta a la Pandemia ha sido todo menos un asunto meramente científico, y más bien se ha evidenciado que existen intereses por socavar su funcionamiento.  

Hablo de los movimientos “anti-ciencia”, o los ataques sistemáticos hacia la legitimidad de la ciencia.

En las últimas décadas, se ha visto como los movimientos negacionistas del cambio climático, los movimientos antivacunas, o los movimientos en contra de la mal llamada “ideología de género”, han limitado la toma de decisiones basada en evidencia en distintos países del globo. Su influencia se ha ido gestando gradualmente, pero la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos representa el apogeo de esos movimientos.

Lamentablemente, el COVID-19 se ha encargado de demostrar el amplio alcance y alto impacto que estos ataques pueden generar en la población; individuos negándose a usar máscaras para entrar en grandes supermercados, grupos organizando protestas armadas en contra de la cuarentena, y jefes de Estado saludando a manifestantes sin usar protección alguna[1], los ataques a la ciencia han justificado y continúan justificando las peligrosas decisiones de quienes disfrutan tomar decisiones desde basados en sus intereses y no el bienestar colectivo.   

¿Por qué atacar la ciencia?

La ciencia no es igual a la verdad, ni responde todas las preguntas.  En principio, la ciencia debe proveer un criterio sistemático, exhaustivo y confiable sobre los problemas y las soluciones que enfrentan la humanidad.  En términos generales y sin entrar en debate, la ciencia se define como el “conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente[2].”

Sin duda alguna, la ciencia no es perfecta, pues en el nombre de ella se han justificado creencias discriminatorias y actos deplorables que no deben ser olvidados. Pero su naturaleza sistemática y ordenada le permite ser una de las instituciones sociales más confiables para la toma de decisiones colectivas. Y es de vital importancia para evitar la toma de decisiones claves basadas en el uso de la fuerza, la teología, la plutocracia, entre otros[3].

Ejemplo de ello ha sido el desarrollo de mecanismos de gobernanza internacional. Como plantea Haas, el sistema internacional depende de la ciencia y la pericia para su propio funcionamiento, probando su utilidad en problemas altamente técnicos como el cambio climático, la salud, el derecho internacional, entre otros[4]. Solo en el ámbito ambiental, para el 2018 se habían realizado un total de 140 evaluaciones globales desde 1977, y se han creado 32 paneles internacionales de expertos para asesorar el diseño e implementación de políticas sobre diversos temas del ambiente en todo el mundo[5].

De igual manera, la ciencia ha logrado enmarcar las decisiones y entendimientos colectivos en otros temas, generando cambios en el comportamiento de los actores que de otra forma no hubiesen acaecido. Siguiendo a Haas, la ciencia es capaz de ejercer poder “a través de persuasión y aprendizaje”, que “lleva a que otros actores reconozcan, y a menudo persigan, nuevas metas y políticas actualizando el entendimiento sobre cómo el mundo funciona y cómo los actores son afectados por las condiciones del mundo[6].”

Esa influencia, sin embargo, es totalmente voluntaria. A diferencia del poder político, el poder de la ciencia no requiere de coerción, por lo que depende totalmente de su legitimidad. Por su naturaleza, esta requiere de un proceso lo más transparente y justo, en donde haya deliberación y se tomen en cuenta distintas perspectivas para luego alcanzar un consenso sobre un asunto determinado[7].

Esto ha sido comprendido por algunos actores cuyos intereses se han visto mermados por los avances en la ciencia. Como fue mencionado anteriormente, la ciencia permite la toma de decisiones basada en evidencia, en contraposición con la toma de decisiones basada en la fuerza, la teología, la plutocracia, o incluso los intereses individuales, como pareciera ser en el caso de Trump. Razón por la cual muchos grupos de interés alrededor del mundo se han dedicado a hostigar y desacreditar el conocimiento y el método científico. Desde los movimientos antivacunas hasta los negacionistas del cambio climático, la legitimidad de la ciencia la que se bombardea constantemente, algo que sin duda ha llamado la atención en tiempos de COVID-19

Trump: sin ciencia (y con demencia)

Lamentablemente, en algunos países la respuesta a la pandemia no se ha caracterizado por seguir el riguroso criterio técnico que permite un mejor manejo y la disminución del impacto (de vida o muerte) de la población.  Al contrario, estas reacciones reflejan la profunda influencia que ha ejercido los movimientos anti-ciencia.

Nótese aquí que el particular uso del término anti-ciencia, utilizado habitualmente por los medios de comunicación anglosajones más que un concepto académico. Sin embargo, el uso de la frase “ataques a la ciencia” no permite reconocer que esos ataques son un ejercicio organizado en el tiempo a través de movimientos sociales, y no confrontaciones esporádicas[8]. Recientemente, Hotez la define como “un rechazo organizado de la ciencia y los principios científicos y métodos en favor de perspectivas alternativas, usualmente vinculadas con el hostigamiento de científicos[9]” (traducción propia), el mismo autor reconoce la necesidad de profundizar en la definición.

Sin embargo, esta definición es útil debido a que reconoce que este rechazo es organizado. Motivados por sus objetivos económicos, comerciales o políticos, en las últimas décadas estos movimientos anti-ciencia han cultivado confusión y controversia sobre la ciencia en diversos países, siendo el caso de Estados Unidos uno de los más emblemáticos.

Muchas han sido las consecuencias de esos esfuerzos, pero sin duda alguna la victoria de Trump en las elecciones presidenciales del 2016 fue uno de los principales logros que estos movimientos han alcanzado, quienes por años “allanaron el terreno” para que alguien como Donald Trump (una persona abiertamente en contra de la ciencia) llegara más alto nivel de Washington. Desde antes de su llegada, Trump ya era parte de la campaña de hostilidad hacia la toma de decisiones basada en evidencia.  Desde decir que el cambio climático era una farsa creada por China [10], hasta culpar a las vacunas de provocar autismo[11] (irónicamente ahora busca desesperadamente una), las declaraciones de Trump alimentaban la controversia y confusión en las redes sociales.

Esa hostilidad no hizo más que incrementar desde el inicio de su administración. El Washington Post ha contabilizado alrededor de 19 000 mentiras o declaraciones engañosas desde su primer día al mando (probablemente al momento de esta publicación ya hayan aumentado). Peor aún, desde el primer caso reportado en Estados Unidos la cantidad de mentiras y declaraciones engañosas han aumentado (en momentos en los que debería primar el criterio técnico). Markowitz calcula que Trump ha dicho un total de 23.8 mentiras por día desde el primer reporte de COVID-19 en Estados Unidos, un incremento de 0.5 con respecto al inicio del año, y 0.10 con respecto al 2019[12] (lamentablemente sí, existen cálculos de este tipo sobre Trump).

El hecho es tan grave que, como fue señalado, el Washington Post desarrolló una base de datos solo sobre las mentiras y declaraciones engañosas de Trump[13]. Mientras que The Atlantic mantiene una cronología de todas las mentiras del presidente solamente del COVID-19[14]. Desde recomendar la inyección de desinfectantes para combatir el Covid-19, hasta decir que el virus va a morir por la llegada del calor, sus declaraciones son reflejo de los intereses por atacar la legitimidad de la ciencia y la toma de decisiones basadas en evidencia.  

En este momento, las imágenes de Estados Unidos se asemejan más a una distopía de ciencia ficción que al país del “sueño americano” como se suele proyectar. El manejo federal (o la falta de manejo) ha sido un caos facilitado (en parte) por el posicionamiento de intereses anti-ciencia en los niveles más altos de toma de decisiones. Todo lo cual ha demostrado impacto desastroso que tiene el rechazo organizado de la ciencia en un país, que sin duda se observa en países como Brasil o Rusia[15], y cuyo alcance global desconocemos.

¿Qué nos espera?

Por un lado, la buena noticia es que, a pesar del “ruido” que puedan generar los movimientos anti-ciencia en Estados Unidos, los datos muestran que más bien la ciencia cuenta con altos niveles de confianza en esa sociedad. El tanque de pensamiento Pew Research Center señala que alrededor del 73% de los estadounidenses perciben que la ciencia tiene, en su mayoría, un efecto positivo sobre la sociedad[16]. Algunos expertos incluso se atreven a señalar que el COVID-19 ha venido a visibilizar la importancia de la toma de decisiones basadas en evidencia[17], y que esto reivindique el lugar de la ciencia en los espacios políticos.

La mala noticia es que, a pesar de lo anterior, los movimientos anti-ciencia han demostrado tener un impacto letal; además, es posible que aprendan de esta situación y logren adaptarse a los tiempos post-covid. Más aún, queda pendiente conocer la gravedad de las cicatrices que dejará la administración Trump en la relación entre la ciencia y la toma de decisiones. O incluso los impactos que la anti-ciencia pueda tener en América Latina, Europa, Asia y África.

La disputa sobre la legitimidad de la ciencia está en proceso, y el futuro es altamente incierto, pero, sin duda alguna, los ataques a la ciencia continuarán. Por lo que es necesario que la ciencia se defienda, reinvente y se comunique constantemente; la sociedad debe apropiarse y participar de los proyectos científicos, entender sus beneficios y, en especial, sentir cercanía con ellos. La ciencia debe mantenerse joven, y los pueblos deben exigir que las decisiones sean tomadas con base en la rigurosidad y deliberación científica.

Notas


[1] AFP. 2020. «Bolsonaro participa en concentración con sus seguidores mientras aumentan los contagios de covid-19 en Brasil». La Nación, Grupo Nación. Recuperado 9 de junio de 2020 (https://www.nacion.com/el-mundo/interes-humano/bolsonaro-participa-en-concentracion-con-sus/WLM3HH5SLRCNFNP6MLTL6BNWAI/story/).

[2] Real Academia Española. s. f. «ciencia». «Diccionario de la lengua española» - Edición del Tricentenario. Recuperado 9 de junio de 2020 (https://dle.rae.es/ciencia).

[3] Haas, Peter M. 2018. Preserving the Epistemic Authority of Science in World Politics. Artículo de Discusión. SP IV 2018-105. Wissenschaftszentrum Berlin für Sozialforschung.

[4] Ibid.

[5] Ibid.

[6] Ibid.

[7] Para más información sobre ataques a la ciencia, visitar Silencing Science Tracker (https://climate.law.columbia.edu/Silencing-Science-Tracker) de la Escuela de Leyes de Columbia, o Attacks on Science (https://www.ucsusa.org/resources/attacks-on-science) de la Unión de Científicos Preocupados.

[8] La investigación sobre el concepto es aún limitada, por lo que me tomo la libertad de hacer mi propia afirmación.

[9] Hotez, Peter J. 2020. «Combating antiscience: Are we preparing for the 2020s?» PLoS Biology 18(3).

[10] Jacobson, Louis. 2016. «Yes, Donald Trump Did Call Climate Change a Chinese Hoax». Politifact. Recuperado 9 de junio de 2020 (https://www.politifact.com/factchecks/2016/jun/03/hillary-clinton/yes-donald-trump-did-call-climate-change-chinese-h/).

[11] Hoffman, Jan. 2020. «President Trump on Vaccines: From Skeptic to Cheerleader». The New York Times, marzo 9.

[12] Markowitz, David. s. f. «Trump Is Lying More Than Ever: Just Look At The Data». Forbes. Recuperado 9 de junio de 2020 (https://www.forbes.com/sites/davidmarkowitz/2020/05/05/trump-is-lying-more-than-ever-just-look-at-the-data/).

[13] Disponible en: https://www.washingtonpost.com/. Solo para suscriptores.

[15] Haltiwanger, John. s. f. «The anti-science leadership of Trump, Bolsonaro, and Putin led to the worst coronavirus outbreaks in the world». Business Insider. Recuperado 9 de junio de 2020 (https://www.businessinsider.com/trump-putin-and-bolsonaro-anti-science-leadership-worst-coronavirus-outbreaks-2020-5).

[16] Funk, Cary. 2020. «Key Findings about Americans’ Confidence in Science and Their Views on Scientists’ Role in Society». Pew Research Center. Recuperado 9 de junio de 2020 (https://www.pewresearch.org/fact-tank/2020/02/12/key-findings-about-americans-confidence-in-science-and-their-views-on-scientists-role-in-society/).

[17] Pilkington, Ed. 2020. «Pandemic Brings Trump’s War on Science to the Boil – but Who Will Win?» The Guardian, mayo 3.