Análisis Político N°9: La crisis del COVID-19 de lo sanitario a lo político, de la oportunidad a la vulnerabilidad de las alianzas regionales (09 de junio de 2020)

Año: 
2020

 

Introducción

La crisis por el COVID-19 está generando una serie de debates de suma importancia; el centro de atención está orientando a dos puntos principales: la contención médica o sanitaria de la misma procurando la menor cantidad de víctimas posibles, y por otro lado la recuperación económica posterior a los paros laborales y productivos que han sido necesarios para la contención del virus, ante lo cual se prevé una desaceleración del crecimiento económico muy significativa. No obstante, en un sistema interdependiente, las relaciones políticas también son un elemento clave para la efectividad de ambos puntos ya destacados, ambos se ven condicionados por decisiones políticas, que a nivel regional tienden a ser más vinculantes. Este tipo de cambios que se prevén, repercuten en el orden sistémico internacional, o dicho en otras palabras en el funcionar de las relaciones internacionales.

En tal contexto, Centroamérica a partir de sus afinidades políticas e institucionales a nivel regional, e inclusive a partir de sus tratados o facilidades comerciales conjuntas podría representar una alternativa de solución, sin embargo, el accionar frente a la pandemia ha presentado acciones más aisladas de lo esperado o de lo propuesto inicialmente por instituciones como el SICA. Además de un nivel discursivo en torno a la seguridad más que a la cooperación, que en algunos momentos denota falta de coordinación y comunicación. Dicha situación ha llevado a comportamientos y medidas diferenciadas, que podrían en algún momento vulnerar la confianza de las alianzas regionales, ante lo que bien podría ser una oportunidad para fortalecerlas. El presente texto pretende plantear un análisis entorno a dicha situación, partiendo de las experiencias post crisis en el pasado, el comportamiento actual en la región y sus posibles proyecciones.

Contextualización histórica de la Reorganización política post crisis

El sistema internacional y las relaciones interestatales indudablemente han sufrido cambios en el devenir histórico posterior a ciertas crisis o fracturas coyunturales importantes; usualmente las más significativas de estas han sido conflictos bélicos como guerras, tal es el caso de la Guerra de los Treinta Años que dio paso a la Paz de Westfalia y con ella la reconfiguración política y de principios en el sistema internacional, así como la I y II Guerra Mundial, la Guerra Fría, entre otras; sin embargo dichas crisis han ido más allá de conflictos; así lo destaca Karen Mingst (2009), al señalar que “en el Siglo XX, los temas económicos reemplazaron a los de seguridad Nacional en la primera línea de la agenda internacional” (p.153), como las grandes crisis económicas de 1929 (La gran depresión), el fin del patrón oro en la década de los años 70, o la gran recesión entre 2007 y 2008. Asuntos que tuvieron en común dichos eventos han sido precisamente cambios sustanciales en el funcionar del escenario internacional; lo cual también destaca Mingst al señalar que en el actual siglo serán los temas de derechos y seguridad humana los más importantes, tema que se evidencia con la pandemia actual.

Es común que coyunturalmente se utilice el término de crisis en distintos ámbitos, económico, político, ambiental, social, y como en la actualidad, crisis sanitaria. En este contexto, conviene entonces definir lo que se entiende por crisis. Una definición simple se encuentra en el Diccionario de la Lengua Española, el cual la describe como: “cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados” (RAE, s.f.). Por su parte, la Dra. Claribel de Castro (2016), lo resume en “aquella situación de dificultades más o menos graves. En ocasiones se utiliza el término para referirse a una emergencia o un desastre, es decir, para referirse a una situación fuera de control que se presenta por el impacto de un desastre” (p, 2), además añade que los cambios que generan se pueden presentar en distintos niveles, tanto en lo individual como colectivo.

La crisis puede desencadenar conflictos, o bien según la coyuntura, el conflicto puede dejar como secuela una crisis. Es por lo que, dicho concepto se toma como una acepción más generaliza y de efecto más amplio que un choque entre actores, intereses o sucesos. Bajo esa visión, la historia del último siglo ha sido testigo de distintos cambios producto de esas fracturas, o crisis; algunos sucesos por su parte han sido repercusiones de estas, como los acuerdos de Breton Woods posterior a la II GM (Reyes, 2010); por lo que cabe recalcar la existencia de sucesos importantes que van más allá de las crisis y que han significado, además, cambios importantes en el funcionar de los Estados.

Algunos de esos sucesos importantes pueden ser la Primera Guerra Mundial, con ello la pérdida del territorios alemanes, el desmembramiento del imperio Austro-Húngaro y la caída del imperio otomano en lo político; en lo económico, la deuda acreditada por Alemania en gran parte hacia Estados Unidos, lo cual empezaría a perfilarlo con poder económico a nivel mundial, así como la reorientación de la “Europa de los aliados” al modelo industrial (Barcelona, 2018); una vez finalizada esta, una década después, el Crack del 29, dejaría entre algunos cambios, el cierre de alrededor de 5mil bancos norteamericanos, paralización de la producción en todo el mundo y con ello 30 millones de trabajadores desempleados, los cuales para  1932 eran ya 40 millones Fernández (Lascoiti, 2009). Actualmente según la OIT (s.f.) se estima que, según el nivel de desaceleración económica, se podrían perder entre 5,3 y 24,7 millones de empleos más, sumados a los que ya se presentaban previo a la pandemia. 

Continuando el repaso histórico, la II Guerra Mundial, quizá de los acontecimientos más llamativos del último siglo, deja entre sus distintas consecuencias algunos cambios también significativos, la polarización del mundo y posterior Guerra Fría, que además desencadenaría pequeñas guerras en países periféricos (incluyendo la región centroamericana); así como la reconfiguración de las organizaciones internacionales desde Naciones Unidas, hasta los acuerdos de Breton Woods y la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional; por otro lado la descolonización de diversos países en el mundo.

Otro tipo de consecuencias que han generado efectos colaterales han sido las transformaciones del entorno, como sobre explotación de tierras, deforestación e incendios (usualmente en el caso de guerras) (Codrón, 2017); así mismo, se destacan temas como la vulneración a la seguridad alimentaria, que en algunos casos puede ser generadora crisis, o bien agudizarlas al ser un producto de estas (FAO, 2005)

Actualmente, se enfrenta una situación extremadamente particular en lo que va de siglo, ya que anteriormente los efectos de las pandemias no se habían propagado geográficamente con tanta rapidez como la actual; cuestión frecuentemente atribuible a la globalización y las distintas redes de movilidad o interconexión humana que además han generado la expansión de sus previsibles efectos colaterales; ante ello la forma de entender la dinámica internacional desde las Relaciones Internacionales también presentará un giro como ya ha sucedido en el pasado. Un ejemplo de esto, en una época ya globalizada fue el atentado a las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001, un hecho ocurrido en una localidad muy específica, pero que cambió la visión de seguridad internacional, iniciando en Estados Unidos, con la creación de instituciones como el Departamento de Seguridad Nacional, o el Sistema Nacional de Asesoramiento sobre Terrorismo (NTAS) que reemplazó el Sistema de Asesoramiento de Seguridad Nacional (CNN, 2019). Cuestión ante la que el presidente Bush firma su “nueva doctrina estratégica, entregándola al congreso” (Gonzáles, 2002), atribuyendo un discurso securitizarte a los ataques preventivos y la categorización unilateral de posibles amenazas. Además de lo que significó para las Relaciones Internacionales la acepción de la luego llamada “Doctrina Bush”, los debates de seguridad y su percepción de amenazas, así como el inicio de los estudios de las nuevas guerras.

Siguiendo esta percepción conceptual, se abre la postura de las “guerras híbridas”, entendidas como “el producto natural de la adaptación de la guerra irregular (a grandes rasgos, contraria a los usos y costumbres de la guerra) y asimétrica (encaminada a explotar las vulnerabilidades de las fuerzas regulares) al mundo actual” (Colom, 2018). Esta última concepción resulta interesante para el contexto actual, porque dentro de su desarrollo teórico se señala como nueva amenaza el uso de armas biológicas, químicas, o enfermedades como atentados a la seguridad que podrían poner en riesgo la seguridad humana, y aunque la actual pandemia no se trate de un arma, si se trata de una amenaza real directa e indirectamente a la cotidianidad humana.

Retomando la conceptualización de crisis, para el contexto del COVID-19, Isidro Sepúlveda (2006) planteaba una visión relativa de la misma al decir que: “la realidad retratada como crisis no será la misma para un empresario, un psicólogo, un economista o un militar” (p, 15); lo cual reafirma la percepción de la misma en la actualidad, debido a que la totalidad de actores de la escena pública y de distintos niveles, han catalogado la pandemia en algún momento como una crisis, esto a diferencia de algunos sucesos que se mencionan anteriormente, que sin embargo también se han catalogado como tal. Por tanto, la situación plantea una visión incierta respecto a los cambios que puedan generarse.

Desde una visión teórica, Gonzalo Parente (2006), al hablar de la “teoría de la crisis”, la sitúa en un contexto de cambios, y señala que es el punto intermedio entre la paz y el conflicto, siendo el puente para cambios sustanciales, que pueden partir desde el abordaje conflictivo como tal, hasta las consecuencias de este. Actualmente, dichos cambios se señalan que serán evidente desde la economía, y su repercusión social, así el Director Regional para América Latina y el Caribe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Luis López Calva (2020) señala que “el mundo está siendo testigo de un colapso económico que impactará de manera severa el bienestar de grandes segmentos de la población durante los próximos años” (p. 3).

Todo eso a raíz del confinamiento, la cual implica una drástica reducción o parada de las actividades de producción, consumo e intercambio, por un tiempo indefinido, generando caída en los mercados, y una alta tasa de desempleos. Se proyecta que regiones como la latinoamericana, “experimentará desaceleraciones severas o contracciones directas en la actividad económica, del -5.2%” (IMF, 2020, p.6). Además, la restricción de la movilidad humana, los costes que implica las medidas sanitarias para la producción, y sus consecuencias en el desempleo o disminuciones salariales generan otra causa más. Según la CEPAL (2020), más de 30 millones de personas podrían caer en la pobreza si no se ponen en marcha políticas activas para proteger o sustituir el ingreso de los grupos vulnerables.

Más allá de lo económico, la región latinoamericana, afronta además una situación política compleja, "la crisis se da en un momento de profunda debilidad de la mayoría de los gobiernos de la región" (Malamud y Nuñez, 2020, p.3), se afirma en el estudio El COVID-19 en América Latina: desafíos políticos, retos para los sistemas sanitarios e incertidumbre económica, a la vez que se señala el poco reforzamiento de los servicios públicos, especialmente el sanitario, lo cual parte de una razón política. La región centroamericana es un escenario más claro de esta situación, la cual, si bien se planteó un trabajo inicial en conjunto destacado, las acciones políticas y las relaciones cooperativas no han sido las esperadas.

Centroamérica frente al COVID-19, de lo sanitario a lo político

El 12 de marzo de 2020, en el marco del Sistema de Integración Centroamericana (SICA), se realiza una reunión virtual dónde se lanza la declaratoria “Centroamérica Unida contra el Coronavirus” (SICA, 2020a) y con ello el “Plan de Contingencia Regional”; con la presencia de siete de los ocho países miembros del sistema, con la marcada ausencia del presidente salvadoreño Nayib Bukele, quien días antes ya había anunciado medidas como cierre de fronteras. Dicho plan se compone de 5 ejes, tres centrales como Salud y Gestión de Riesgos; Comercio y Finanzas; Seguridad, Justicia y Migración; y dos transversales como la Comunicación Estratégica y la Gestión de la Cooperación Internacional (SICA, 2020b). Una iniciativa que destaca Jerónimo Ríos (2020) de la Universidad Complutense de Madrid al analizar la inexistente respuesta regional a la pandemia en América Latina.

Sin embargo, esta organización en bloque ha sido difícil de sobrellevar, debido al fenómeno internacional y medida de prevención como ha sido el aislamiento, no solo social sino también estatal. Así lo destaca Rafael Hertz (2020), al señalar que temas como el cierre de fronteras sin mutuo acuerdo, o bien sin comunicación previa, está exacerbando o profundizando un nacionalismo que ya se venía dando. Este caso se evidenció en la región durante los primeros días de marzo, cuando el gobierno de El Salvador cerró frontera con Guatemala de manera repentina[1], lo cual no fue del todo bien visto por el gobierno guatemalteco que no tardó en reaccionar, aunque oficialmente se declaró tal medida por prevención [2], dejando nacionales de ambos países en una situación de incertidumbre.

Además, la situación intraestatal de los países de la región no presentaba el mejor de sus momentos, tal es el caso de Nicaragua que presenta una fragmentación política y social, o en otras palabras una situación evidenciada por el “deterioro de los servicios públicos” (Ayerdis, 2018, p.55).  Otro tema es la velocidad de reacción que los países han presentado, un caso particular y preocupante en la región es el nicaragüense, Javier Ríos (2020), lo enmarca bajo criterios de “acciones erráticas, tardías y sin criterio definido” (p. 212-213). Así mismo puede aplicarse la visión que se plantea sobre la geopolítica y su multiplicidad de estructuras, diferencias entre los países y en casos contradictorios, que exacerban la carencia de mecanismos de confianza o alianzas (p. 214).

Un apunte importante lo realizan David Díaz y Viales Hurtado (2020) al señalar la desigualdad y pobreza en la región como uno de los principales obstáculos, no solo al interior de los Estados, sino entre los Estados centroamericanos, repasando los informes del “estado de la región”, para marcar la evolución de esas desigualdades, y recalcar la poca preparación de los sistemas de salud, a excepción del costarricense, aunque luego señala el debilitamiento de este último; y concluye que existe una situación social “empobrecida, y con élites egoístas y en algunos casos corruptas, tienen mayores problemas económicos y sociales, que van más allá de solo imaginar los efectos de la pandemia” (Arias y Hurtado, 2020, p.57).

En ese contexto, "por la magnitud de lo que está ocurriendo y por la tradición presidencialista latinoamericana, los diferentes mandatarios han asumido una elevada exposición pública y un gran protagonismo, así como la dirección directa de la crisis que se avecina" (Malamud y Nuñez, 2020). Situación que además se plantea como una prueba o muestra de liderazgo, generando en algunos casos fragmentación interna en los poderes de los Estados, tema que sigue limitando la coordinación con los demás países. Así mismo se agudiza una situación de conflictividad interna, en países como El Salvador y Guatemala ante la falta de consenso entre los poderes ejecutivo y legislativo[3], y en el caso salvadoreño se agrega el judicial, esto ante la aceptación o ejecución de medidas (Anaya, 2020); aunque esta es una situación que se había venido dando con anterioridad y que se ve agudizada actualmente.

En cuanto a lo sanitario, algunas de las medidas de contención más generales tomadas por cada uno de los países centroamericanos, y sus fechas se presentan en la siguiente tabla.

Tabla 1. Medidas de emergencia en los países de Centroamérica.

País

Cierre total de Fronteras *

Declaratoria de Emergencia

Cuarentena Obligatoria

Regulación de Teletrabajo

Suspensión de clases

Iniciativas de Asistencia Social**

Belice

20-03-20

11-03-20

11-04-20

26-03-20

23-03-20

s.d.

Guatemala

14-03-20

03-05-20

15-03-20

16-03-20

15-03-20

01-04-20

Honduras

17-03-20

10-02-20

17-03-20

17-03-20

17-03-20

s.d.

El Salvador

13-03-20

14-03-20

21-03-20

20-03-20

11-03-20

30-03-20

Nicaragua

23-03-20 ***

s.d.

s.d.

26-03-20

18-03-20 ***

s.d.

Costa Rica

18-03-20

16-03-20

****

10/18-03-20

16-03-20

20-03-20

Panamá

19-03-20

13-03-20

17-03-20

18-03-20

11-03-20

17-03-20

s.d. = Sin dato

* El cierre total de fronteras se retoma a partir de la última medida, usualmente los países partieron cerrando el ingreso a extranjeros y viajes internacionales, para culminar con cierre total y patrullaje fronterizo.

** Iniciativas de asistencia social, incluyen en algunos casos entrega de bonos económicos, o paquetes alimenticios., en otros casos subsidios a los servicios.

*** El caso nicaragüense señala tal fecha para un “reforzamiento de medidas de control”. En cuanto al cierre de escuelas, para la fecha se realizó de forma parcial.

**** No se generó una cuarentena obligatoria o restrictiva, más allá de la suspensión de actividades cuyo fin era el confinamiento.

Fuente:  elaboración propia con base en los datos del Observatorio COVID-19 en América Latina y el Caribe, CEPAL, véase más en:  https://www.cepal.org/es/temas/COVID-19

Un apunte importante en este momento, es el tema de la reacción respecto a las medidas, si bien estás pueden tornarse de distintos matices, las medidas aplicadas por cada uno de los Estados han respondido a la llegada del virus a sus territorios; no obstante, la diferencia de aplicación entre una u otra gestión, es relativamente muy corta, atendiendo a una recomendación generalizada que a pesar de la falta de comunicación en su momento, pareciera que las ideas planteadas inicialmente en el marco regional han sido armonizadas.

Ahora bien, todas estas medidas resumidas en la tabla anterior se plantean en torno a una dialéctica casi bélica, al hablarse de una “guerra contra el coronavirus”, y tras este lenguaje podría presentarse un espacio dónde esos esfuerzos estatales orientados a tal lucha tengan un giro a la legitimación de la fuerza. Y es que la securitización de la problemática ha sido muy evidente, de tal modo que, tras el cierre de fronteras “a nivel discursivo resulta sorprendente la facilidad con la cual el SARS CoV-2, que produce la COVID-19, ha sido asimilado y ascendido, cual éxito pop, a la parte más alta del listado de “amenazas extranjeras”, agregadas tanto al terrorismo internacional” (Aponte y Kramsch, 2020, p. 42), visión de la cual se han apropiado Estados de todos los niveles de poder, incluyendo las llamadas potencias, presenciando este discurso hasta en la “alta política”.

En el marco de esa visión de guerra contra el virus y la generación de un lenguaje nacionalista se han presentado además, situaciones complejas entre las relaciones regionales, tal es el caso de discursos pronunciados por presidentes de El Salvador (La Prensa, mayo 2020), y Daniel Ortega en Nicaragua (Chinchilla, 2020), frente a la situación costarricense, este último llegando al cierre de pasos fronterizos para comercio, que más allá de una falta de comunicación regional denota una debilidad diplomática y política; que por otro lado ha sido tomado como un mero acto discursivo para mantener un nacionalismo optimista a nivel interno, una situación de salud interna en la que no se profundiza en este análisis pero que tiene la atención de la comunidad internacional, tema de mayor atención a partir de los llamados del gobierno costarricense a la OPS evaluar el manejo nicaragüense de la pandemia[4], ; lo cierto es que la comunicación no continua con la que se inició el plan regional podría erosionar algunas relaciones o la confianza en las mismas, cuestión que no resulta positiva.

En cuanto a la securitización de las medidas actuales y futuras, a diferencia de los cambios sufridos por ejemplo tras los atentados del 11-S, el contexto actual se podría centrar en dos perspectivas, por un lado, en la visión de bio seguridad o protección ante la inserción de nuevos virus, o de un rebrote de la pandemia actual, es decir esfuerzos orientados a la seguridad sanitaria o en salud, tal como lo señala la OMS (s.f.). Esto último con más énfasis en América Latina bajo el peligro de ser el nuevo epicentro del virus por la situación en Brasil y México (Calle, 2020).

Por otro lado, la perspectiva de seguridad interna y el uso de las fuerzas militares y su consecuente coercividad frente a la ciudadanía; tema que está siendo de debate en América Latina tras el otorgamiento de poderes políticos especiales al Ejecutivo, la Policía y los militares, para garantizar el cumplimiento de los efectos de las cuarentenas, los cierres de fronteras, la anulación de las libertades de movimiento y reunión, que para muchos encierra siempre un potencial conflicto político y que podría en un futuro significar una excusa aceptada para el uso de la fuerza o la remilitarización de la política. El aislamiento de los Estados por temas de seguridad puede representar un verdadero desafío para la visión regional.

El reposicionamiento de las Fuerzas Profundas ¿Vulnerabilidad o fortaleza?

La situación actual, es un escenario apto para el reforzamiento de las relaciones políticas en un marco regional que ya posee bases para ello; sin embargo, partiendo de lo planteado en el apartado anterior, la situación vislumbra distinta. Algiunos analistas atribuyen esta falta de cooperación al nacionalismo y la visión de seguridad.  Bosoer y Turzi (2020), señalan entre otras cosas, la acentuación de la polarización y divisiones en la sociedad internacional, así como “reacciones y respuestas populistas, cadenas de valor desacopladas. Un mundo más fracturado y fragmentado” (p.158).

Los controles del Estado pueden representar la sombra de perfiles autoritarios, como ha sido señalado en reiteradas veces el mandatario salvadoreño Nayib Bukele, por la rigurosidad de las medidas y la división de poderes antes mencionado. Cuestión que además exacerba un discurso nacionalista; tema que no es específico de la región. Cuestión señalada como una tentación de poder, “los avances de las medidas de excepción y estado de emergencia. Y en las democracias, que habrá que convivir con las expresiones de nativismo y populismo que impregnarán la representación política y los comportamientos sociales” (Bosoer y Turzi, 2020, p.158).

De tal modo que, siguiendo a la tradición latinoamericana del populismo, exacerba en la sociedad las “fuerzas profundas”. Este término bajo la perspectiva clásica de los historiadores Pierre Renouvin y Jean-Baptiste Duroselle (1991), quienes destacan el rol de "las condiciones geográficas, los movimientos demográficos, los intereses económicos y financieros, las características mentales colectivas y las grandes corrientes sentimentales" (p.9-10) como condicionantes para el cambio de perspectiva en las relaciones internacionales, atendiendo a una situación contextual o coyuntural.

Ante este planteamiento teórico, se atiende a una tradición histórica y cultural de la región, dónde el uso de la autoridad se ha presentado como alternativa de control, es así que se llega a concebir que “si el estadista posee la inteligencia y el carácter que le permitan franquear esos límites, puede tratar de modificar el juego de esas fuerzas profundas y utilizarlas para sus propios fines” (De la Torre, 2008, p. 376); situación que se ha evidenciado en los casos de populismo en la historia regional, y que se empieza a acusar en la actualidad a distintos niveles, desde El Salvador, hasta Nicaragua, y desde perspectivas internas para el caso hondureño y guatemalteco.

Y es esa misma visión que se ve altamente confrontada por Aponte y Kramsch (2020), al responsabilizar la aceptación social de tales medidas planteando que se “ha pasado a pedir a gritos desde nuestros respectivos balcones medidas fuertes que nos protejan a todo costo de la segura pandemia. ¿Acaso estamos pidiendo una dictadura donde alguien desde arriba tome las decisiones sabiamente, por el bien de todos?” (p.48). Sin duda una situación que podría vulnerar las alianzas regionales, lo cual es el núcleo de este apartado.

Desde esa perspectiva, recogiendo tales características entre las conductas de algunos gobiernos, no reconocidas positivamente por la mayoría de países vecinos, en contraste con la la población salvadoreña para el caso Bukele bajo un 95.7% de aprobación, según encuesta publicada el 24 de mayo (Segura, 2020). Sin embargo, esta situación regional además presenta en su conjunto aislamiento y securitización de la pandemia; pareciera ser un escenario de la corriente neorrealista, dónde cualquier otro actor puede representar una amenaza a los intereses propios. No obstante, una de las críticas a esta corriente de pensamiento es que se orienta a la aplicación de las potencias; es claro que en la región centroamericana no existen tales predisposiciones de poder, por lo tanto se podría decir que dicha política sería poco o nada sostenible.

Situación  que dificulta por tanto, la situación de la cooperación, el rol de los organismos multilaterales se ha visto disminuido, a excepción de la Organización Mundial de la Salud, más allá de la desaprobación de Trump en algunas medidas; para Hertz (2020), esto se debe en parte a esta presencia nacionalista que ha promovido el aislamiento más que la cooperación, la protección de los nacionales ante la inminente amenaza de infección desde el exterior, lo que se une a las políticas diferenciadas de atención a la pandemia y que disminuyen el margen de acción comunitaria; contexto que podría disminuir o evidenciar debilidades históricamente señaladas en el caso particular del Sistema de Integración Centroamericana, cambiando parte de su perspectiva integracionista, o bien llegando a estancarla, como sucedió con dicho proyecto en la década de los 70.  Además, en el plano global se señala que:

este nacionalismo ha impedido la colaboración y el trabajo mancomunado en aspectos tan cruciales en esta crisis, como la búsqueda conjunta por una vacuna, por un tratamiento médico efectivo en los casos de hospitalización, o de formas exitosas de reducción de la propagación del virus (Hertz, 2020, par.3).

Esta situación es planteada como un espacio que “servirá para poner de manifiesto la debilidad geopolítica del continente como región, su fracturación interna y la ausencia, aun con todo un universo de necesidades, amenazas e intereses compartidos, de un esfuerzo de convergencia regional” (Ríos, 2020, p. 220); en algunos casos para atender a dicha situación de inseguridad por contagio, se ha hablado de desarrollar, “para el COVID-19 y otros virus que puedan aparecer, una especie de “pasaporte sanitario”, mediante el cual los ciudadanos tendrán que acreditar su inmunidad a la enfermedad. Sólo aquellos que gocen de esa condición tendrán derecho a transitar por las calles, a trabajar y a cruzar de un país a otro” (Frenkel, 2020); un tema que, aunque sea alternativo, representaría en la región un retroceso a las iniciativas de movilidad humana como el del CA4, que permite a los nacionales de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua transitar únicamente con su documento de identificación nacional, además de prestarse a un mayor control autoritario de la población como se señala anteriormente.

La situación de la migración como tema de seguridad sanitaria, además podría llegar a perpetuar una estigmatización de la misma que ya se empezaba a demarcar en la región, y que afectaría sobre todo a la población migrante del triángulo norte centroamericano (Guatemala, Honduras y El Salvador) respecto a los países de Norteamérica, y entre estos mismos países, así como a la migración nicaragüense hacia Costa Rica.

Más allá, de la situación actual aparentemente erosionada que muestra una situación de crisis política tanto regional como intraestatal en cada uno de los países centroamericanos, también se encuentra en un momento crucial dónde se puede cambiar el rumbo. La sociedad es y ha sido un motor de hermanamiento en tiempos de crisis, también retomando la visión de las “fuerzas profundas”, ya que “las personas, sociedades e inclusive países, al compartir intereses comunes en múltiples aspectos, son proclives a cooperar unos con otros. Ello genera beneficios en las partes involucradas” (J. Prado en Flores et al., 2016, p. 369), una visión que dio paso en su momento a instrumentos como los acuerdos de Esquipulas que bajo iniciativa conjunta buscaban dar solución a los conflictos en la región.

Es que, además en confrontación a la visión realista antes planteada, exceptuando el tema del poder, la corriente neoliberal plantea un rumbo distinto, pues sostienen que “la cooperación intergubernamental se lleva a cabo cuando las políticas instrumentadas por un gobierno son percibidas por sus pares como medios facilitadores de sus propios objetivos como un proceso de coordinación política” (Keohane, 1984, pp. 51–52); tal visión política ya planteada desde el inicio de las acciones contra la pandemia en un marco regional, tras la deuda de dicha coordinación política, el modelo regional deberá ser un facilitador más que un obstáculo social. Ya que además es un momento evidente, “dónde resulta importante el aumento de la interacción y el intercambio de información entre individuos y actores” (Sterling-Folker en Dunne et al., 2001, p. 115).

Enrique Maruri, director de incidencia y ciudadanía de Oxfam Intermón, señala que “nunca se había puesto de manifiesto tan claramente la necesidad de la cooperación” (Maruri, 2020), a la vez que señala que esta no debería verse como una cuestión de principio en la comunidad internacional ya que “esta crisis no se puede gestionar de otra manera sino compartiendo información y conocimientos, buscando soluciones conjuntas, diseñando medidas de respuesta, tanto a nivel de los Estados como de las personas” (Maruri, 2020).

La región centroamericana, posee cualidades históricas, sociales y políticas que han afrontado crisis en el pasado; actualmente se pasa por una crisis de orden sanitario y político, tanto eEstatal como regional, algunas de las herramientas utilizadas para agudizar esta situación, han sido también utilizadas con anterioridad para la revitalización de las alianzas, actualmente el deterioro no es grave como para afirmar que esta crisis aumentará, sin embargo es un punto clave para el cambio de rumbo ya señalado por medio de la cooperación y coordinación, dónde las fuerzas profundas centroamericanas desde lo geográfico hasta lo social puedan a partir de la visión gubernamental y política tener mejores resultados.

Conclusiones

Desde algunos enfoques teóricos de las Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas, los conflictos o crisis de distintas índoles suelen abrir paso a un cambio de orden interestatal, según la magnitud de este puede ser mundial como el caso de la Segunda Guerra Mundial; desde ese punto, la actual crisis sanitaria por la pandemia del COVID-19 podría significar un cambio de orden muy precisamente a nivel regional centroamericano, el cual no precisamente puede ser un orden positivo, sobre todo en temas de simpatía o confianza entre los países y las alianzas de los mismos.

La situación regional parte de una iniciativa conjunta, un plan centroamericano bien estructurado y reconocido internacionalmente; sin embargo, los intereses individuales de cada Estado están siendo más relevantes en cuanto a términos políticos se refiere. A nivel discursivo, la situación se está llevando bajo una óptica securitizada, una guerra contra el virus dónde las alianzas están simplemente a la expectativa de que sucede en cada territorio nacional.

Dichos discursos han perpetuado sentimientos nacionalistas, perfiles populistas y hasta autoritarismo en cuanto al ejercicio de medidas de contención, que, si bien su éxito o justificación no han sido el objetivo de este análisis, si se puede aseverar que representan una afección a la confianza de las relaciones regionales ya entabladas. Además, esto aparenta una perspectiva aislacionista que proyecta los territorios vecinos como posibles amenazas; situación que, aunque no es exclusiva de Centroamérica, si es recurrente desde antes de la pandemia, podría asentar la visión negativa a las migraciones, y a la aceptación social de los vínculos interestatales. Este panorama podría además plantear nuevos desafíos para las instituciones regionales como el SICA, al grado de tener que replantearse las visiones del proyecto o bien el estancamiento del mismo debido a la degradación de confianza entre los Estados parte, o bien en el cambio de escenario a uno más positivo, el reforzamiento del protagonismo de dicha institución.

Quizá no sea posible afirmar el nacimiento de un nuevo orden político regional, o una reorganización de las alianzas bilaterales o multilaterales debido a la misma dinámica cambiante del sistema internacional; lo cierto es que la coyuntura actual es crucial para la degradación de la confianza en las mismas o bien el reforzamiento de estas, además de ser una muestra clara de la necesidad de cooperación y coordinación existente en una región cuyas bases históricas son facilitadoras de ello, pero que el uso de las “fuerzas profundas” puede verse condicionado por el liderazgo de los gobernantes, y que además podría ser cambiante según los giros en torno a las gestiones presidencialistas.

Referencias.

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