El aleteo de un murciélago en Wuhan puede generar diez millones de desempleados en Estados Unidos. O al menos esa es la conclusión preliminar si se revisa el desarrollo de acontecimientos de los últimos cuatro meses. Son tiempos interesantes los que se viven. Una realidad que se supera a sí misma, porque trasgrede los límites de lo hasta hace poco tolerado como realizable, como posible.
Es una realidad con cierto tono apocalíptico. Considerando irónicamente la expresión de esta percepción en los múltiples memes viralizados en la red. Es decir, un telos, el fin de algo. Pero las circunstancias actuales hacen importante recuperar propiamente la etimología de la palabra apocalipsis, entiéndase revelación, lo que es develado. Y esto es lo que el corona virus está logrando; un simulacro de un fin de mundo para mostrar al mundo tal cual. Se están erosionando las fronteras de lo pensable para poder entender en dónde es que realmente estos puntos finales se erigen. Primordialmente el siguiente: todo tiene sus límites, incluso la certidumbre del orden imperante.
Es una especie de teoría del caos aplicada al sistema internacional. Se han desencadenado una vorágine de rupturas abriendo espacios de cambio en prácticamente todos los ámbitos de la vida colectiva e individual, pública y privada alrededor del planeta.
Y es que la naturaleza propia del fenómeno en cuestión –un virus– funciona como una excelente metáfora. Primero por su naturaleza misma y su comportamiento, pero también, como se inocula y relaciona con el organismo huésped. Es un accionar que está alterando a todo un sistema, en este caso particular, el de las redes de interacción entre Estados y de éstos con sociedades propias y ajenas. Y todo esto en un tiempo acelerado si consideramos que todavía hasta diciembre el foco de casos estaba concentrado en la capital de Hubei.
Una patología viral casi hecha a la medida de la época. Rápida de entrega, relativamente fácil de contagio y de consumo masivo. Made in China. Y la pandemia en sí es un formato de consumo. En su acepción más cotidiana en la forma de máscaras protectoras, alcohol en gel y, por supuesto, el infaltable papel higiénico. Botiquín básico para sobrevivir el fin de los tiempos.
No son las filas interminables, con boleta de racionamiento en mano, afuera de alguna tienda en un decaído régimen comunista. Es el espectáculo que ofrece el capitalismo de las emociones. Y el miedo, en épocas de pandemia, es el sensación primus inter pares.
Componente fundamental de su novedad está en su viralización mediática, su exposición 24/7 a ser consumida primero como mass media, luego como tragedia. Reflejado, al menos en su aprehensión desde Occidente, en un morbo latente, un tratamiento Ludovico en la forma de un conteo diario de fallecidos y enfermos; mientras las bolsas alrededor del mundo caen, el conteo de muertos aumenta. La pulsión por los datos. Si no es cuantificable: no existe.
Incluso la razón y la ciencia han demostrado sus límites. No los propios en términos de técnica y metodología que siempre son perfectibles; la investigación científica aún es capaz de formular conocimiento certero que pueda influir en la vida colectiva y círculos de toma de decisiones. Sino porque choca directamente con sociedades y clases políticas que abiertamente dudan de la existencia de algo cercano a la verdad y a hechos corroborables y que se decantan más por narrativas alternativas y relativismo de todo tipo. Todo esto con sus repercusiones en la vida colectiva del mundo.
Esfuerzos mancomunados quedan en un segundo plano. Las dos potencias –una hegemónica y otra revisionista– desarrollan una retórica de confrontación bastante alejada de cánones racionales. Los hechos no vienen al caso. En Washington se discute terminología tolerable, no a nivel de taxonomía, sino lo apropiado o no de designarle una nacionalidad a un virus. En Beijing se ha diseminado entre la población la idea –misma replicada en Twitter por el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino[i]– de un supuesto complot del ejército estadounidense que habría introducido el virus en octubre durante los Juegos Militares Mundiales celebrados en Wuhan.
La postverdad no es tan novedosa como se piensa. En los ochentas, la KGB, en plena epidemia del SIDA, inoculó subrepticiamente a la opinión pública mundial, particularmente en el Tercer Mundo, con la idea de que este virus había sido diseñado en un complejo militar en Fort Detrick y diseminado posteriormente en la India esparciéndose, eventualmente, a otros países.[ii] Suena similar, la guerra psicológica es carta de juego desde hace siglos. La diferencia actual –en el mundo de los hechos alternativos– no es tanto su intención de desdoblamiento de la realidad. Es su función como una narrativa más. Es autorreferencial, no necesita referente concreto. Es real por sí misma, su única condición de existencia es presencia de algún dispositivo que la disemine en las autopistas de la información. Curiosamente hoy en Estados Unidos, centro actual de la epidemia, su presidente calificó hasta hace unos días al corona virus como “una simple gripe”.[iii] Los criterios técnicos de científicos –como del epidemiólogo y asesor presidencial en la materia Anthony Fauci, hoy amenazado de muerte por contradecir al presidente– quedaron para otra realidad.
Muestra de ello es como la pandemia se deslizó de las manos de pocos afectando a muchos. La Organización Mundial de la Salud ha resaltado la irresponsabilidad en el manejo de las primeras fases de la pandemia. Especialmente al momento de desbordarse fuera de territorio continental chino hacia el mundo.[iv] También la comunidad de inteligencia estadounidense había alertado más recientemente y desde años atrás sobre los riesgos de una nueva pandemia y de sus posibles repercusiones.[v] Sus reportes no hicieron eco dentro de los centros de toma de decisión.
Estados Unidos está demostrando nuevamente síntomas de agotamiento. Paralizado durante las primeras semanas por la inacción y falso optimismo de su liderazgo, ya no parece ser la nación del Plan Marshall ni de Bretton Woods. Parece ser un coloso enredándose en sus propios mecates a nivel interno y a nivel externo alejándose de su rol de liderazgo y de establecer compromisos con aliados históricos. Muy simbólicamente la administración Trump estableció una prohibición de viaje de treinta días de 26 países de Europa, con la excepción de Reino Unido.[vi] Esta vez Washington no va salvar a Occidente de una amenaza proveniente del Este.
¿Pero entonces que sucede con Europa dejada a su propia responsabilidad? Incluso regímenes internacionales de integración entran en crisis. La UE nuevamente hace latente la escisión entre sociedades con vocaciones culturales y de gobernanza muy diferentes en cómo posicionarse desde la cosa pública y gestionar una ruptura de lo normal como la actual, sea gobierno o sociedad civil. El foco de tensión entre sur y norte en Europa vuelve a relucir, y no ha tardado en traer a la memoria las controversias suscitadas entre los llamados PIGS –particularmente Grecia– y Alemania y Países Bajos en los años posteriores a la crisis financiera del 2008. El primer ministro portugués Antonio Costa calificó como “repugnantes”[vii] las declaraciones del ministro neerlandés de Finanzas favoreciendo una investigación a España y su salud financiera para enfrentarse a la pandemia. Alemania declara una prohibición de exportación de máscaras, uno de múltiples ejemplos a nivel europeo e internacional por acumular la mayor cantidad de equipo médico a costa de otros Estados.[viii] Esto es un síntoma de una cisma creciente dentro de las normas establecidas globalización.
Pero incluso, desde más de una década, el escenario actual había sido advertido por la comunidad científica. Incluida la polémica sobre una de las hipótesis sobre el origen antropológico de la pandemia, propiamente la del consumo de carne de especies salvajes, incluidos murciélagos en los llamados wet markets chinos.[ix] La hipótesis es razonable y factible –aunque no es la única; la zoonosis es un hecho científico. La interacción entre especies puede generar mutaciones en un virus u otro ente patógeno que lo traslada de especie A a especie B. No es una presunción racista, es un comportamiento gastronómico que perfectamente puede tener repercusiones igual que cualquier otro. Desestimar esta hipótesis, no por su validez o no científica, sino para forzar una narrativa de tolerancia mal entendida –que oculta lo complejo y fuerza a lo igual– asiste poco a la búsqueda de respuestas y al entendimiento entre Estados y sociedades. Ni qué decir a una posible identificación de un paciente cero y a la contención de la pandemia.
Pero lo que sí es claro es su vehículo principal de expansión a nivel físico. Las rutas que conforman las redes de transporte utilizados por miles de ciudadanos globales, muchos de ellos de clase media y superior que poseen, o simulan mediante tarjeta de crédito disponer, del capital económico para pagar un tiquete de avión. Manifiestan un capital cultural mínimo para disfrutar de ese tipo de consumo de la experiencia, pero sobretodo, gustan de ostentar uno de carácter simbólico como para querer develar el mismo en un selfie en la cuenta de Instagram frente al Taj Majal o la Gran Muralla. El mundo como una sociedad cosmopolita. Nunca más cerca unos de otros pero siempre guardando dos metros de distancia. Es la promesa de una aldea global en el Siglo XXI.
Y eso es otra de sus características: es democrático y apelas a todas las clases sociales; pero, diferencia y desvela en su impacto. Ya no es el virus circunscrito a un pueblo olvidado en el centro de África y que se extingue cambiando de canal o de pestaña de búsqueda en el navegador. Está llegando a los centros en donde se imaginaba a esta realidad como una etapa superada. Tampoco se suprime de la conciencia haciendo una donación benéfica a una ONG. Devela las desigualdades sociales, económicas, materiales y culturales entre Estado y entre estratos sociales.
Ya no hace mucho eco en la población los llamados de artistas de Hollywood y otros enclaves de la industria cultural –la misma que tiene años de elaborar mercancías alrededor del final de los tiempos– a mantener la ecuanimidad y la compostura. Considerando el hecho de estar frente a la simulación de una distopía de un mundo entero encerrado entre las cuatro paredes de una habitación. Cantar Imagine no va a ser suficiente. Nunca lo fue, como tampoco escuchar a Madonna desde una bañera cubierta de pétalos de rosa interpelando sobre el supuesto carácter de “gran igualador” del COVID-19.[x] Menos, cuando al siguiente click en cualquier red social se puede ver un video de cómo se apilan los cadáveres en las calles de Guayaquil y las aves de rapiña volando en círculos sobre ellos. Una igualdad muy particular de cómo se vive y se muere en los tiempos del corona virus.
Entonces surgen las preguntas incómodas. ¿Cuáles sociedades han manejado mejor a esta crisis? Y a preguntas tirantes respuestas difíciles. ¿Regímenes autoritarios o democracias? ¿Mano invisible o keynesianismo de cuarentena? ¿Por qué algunas sociedades asiáticas, que están en el centro del foco original de la pandemia, ya lograron controlar la situación y otras con más tiempo para prepararse, desde otras latitudes, han sucumbido? Pero parece ser que en algo sí coinciden la vasta mayoría de gobiernos alrededor del mundo en su respuesta a un mundo imposible de imaginar hace apenas unos meses atrás: estado de excepción. Nunca en la historia de la humanidad, al unísono, se había logrado hacer del espacio público un panóptico y de su alter ego privado una celda. Preocupa que el modelo de Estado policial chino, de vigilancia y control social, mediante el internet de las cosas, sea cada vez menos una tentación y más una realidad en las democracias liberales occidentales.[xi] Un Estado paranoico vigilando a una población neurotizada por una sobredosis interminable de noticias de última hora y riesgos invisibles. La moribunda democracia en Hungría ya terminó de claudicar.[xii] ¿Sigue otro país en la lista?
De la misma manera puede ocurrir en otros ámbitos. Una de las grandes fuentes de inestabilidad en las democracias occidentales es la general precarización de las capas medias. Un endurecimiento de este proceso mediante un excesivo relajamiento de unas ya inciertas condiciones laborales, económicas y de optimismo hacia el futuro pueden conducir a aún mayores cuotas de inestabilidad y de apego a soluciones extremas en los centros de votación. El particular riesgo es que, una vez superada el desasosiego, la economía de guerra en tiempos de paz[xiii] y sus condicionantes (mayor flexibilización laboral son garantías, reducción de jornadas laborales, despidos masivos, entre otros) sobrevivan a su causa de origen. De la misma forma en que una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, la excepción se convirtió en norma, y la economía de tiempos de guerra diera la luz a un complejo militar industrial tanto en Washington como en Moscú que perdura e influye en el sistema político de ambas naciones y su interacción con el mundo. Un estado de excepción económico perenne. Sería peligroso una normalización de la emergencia en el mundo post crisis de corona virus.
Pero en medio de todo vacío de liderazgo hay Estados que muestran habilidades en materia de posicionamiento de imagen. Rusia y Cuba han enviado equipo médico y especialistas a zonas golpeadas por la pandemia en Italia. China ha hecho esfuerzos similares y contribuye con equipo, asesoramiento técnico y medicamentos a países alrededor del mundo incluido a Irán que ha sido severamente afectado por la coyuntura sanitaria mundial actual. Un ejercicio ambicioso de soft power y gobernanza mundial.
Por el momento, la batalla de relaciones públicas la están ganando países cuyos regímenes políticos, no necesariamente gozan de la aprobación de los ideólogos liberales de Occidente. En particular Beijing está ganando momentáneamente la batalla de la geopolítica de las emociones y de la administración de la realidad. Y toda esta coyuntura, podría en futuras décadas, marcar retrospectivamente, el punto de aceleramiento de la transición de poder de Occidente a Oriente. Una caída de Constantinopla en cámara lenta y transmitida por streaming.
Sin embargo, todavía es muy temprano para poder hablar de ganadores y perdedores. A nivel de diplomacia pública este podría ser el primer gran reto de control de imagen para la República Popular China desde la represión en Tiananmén en 1989. La censura y acoso a periodistas y personal médico que alertaban del tsunami que se avecinaba; particularmente el médico Li Wenliang, quien descubrió y advirtió de la presencia de un peligroso nuevo corona virus[xiv] antes de morir algunas semanas después de este mal. Una imagen, como la de aquel hombre anónimo frente a un tanque en marcha hace 31 años, queda grabada en la mente de millones de personas dentro y potencialmente fuera del país. Particularmente si las acusaciones de encubrimiento continúan y la opinión pública en el mundo vuelve a enfocarse más en el carácter autoritario y represivo del modelo político chino y, coloca en segundo plano su milagro económico, que ya de por sí demostró que pueden contraerse al igual que sus contrapartes en Occidente.
Por otro lado, tal vez uno de los aspectos más fuertemente afectados por esta crisis es el golpe que han sufrido las redes de producción y suministros globales alrededor del planeta. Una interdependencia tan alta en el entramado logístico de producción de bienes y servicios ha demostrado su vulnerabilidad. Situación que puede ser aprovechada por apologistas a un nuevo nacionalismo económico. Generando un giro hacia una retorno al proteccionismo y autarquía de siglos anteriores.
La eventual solución para sostener la interdependencia económica y flujo del comercio internacional sería apostar para la reubicación de ciertos puntos de producción más cerca a los centros de ensamblaje y de consumo final, así como apostar a centros de bodegaje con mayores capacidades para mantener insumos y reducir el flujo de insumos provenientes del exterior.[xv] El segundo semestre del año será fundamental para medir el temperamento de los gobiernos para regresar al business as usual o dar un giro al timón.
Más puntualmente en el plano económico las consecuencias están también por verse. El efecto mariposa del brote ya está encendiendo las alertas sobre una recesión económica que, con o sin corona virus, ya se pronosticaba para el 2020. Porque el virus, como tal, no es causa estructural sino un disparador de una serie de condicionantes que vienen arrastrándose por años y que eventualmente iban a conducir a una nueva crisis financiera. Es una crisis sistémica del capitalismo que, olvidándose de su componente más industrial se decanta por la especulación financiera. Especula más de lo que realmente produce; un capitalismo de espejismos.
Y esa es la belleza y el riesgo de la incertidumbre, de los cisnes negros; expanden posibilidades y hacen temblar mitos. Hacen recordar, la futilidad de la pretensión humana de poder totalizar el conocimiento y su abordaje práctico que lo hace sucumbir a la tentación de creer un solo mundo posible.
Los dados aún giran y múltiples escenarios pueden suscitarse. Existen reportes de cómo en un mes de reducción de la actividad humana le ha permitido a la Tierra mostrar brotes pequeños de recuperación frente al impacto humano y su huella ambiental. Hecho que irónicamente, recalca la delgada línea entre la disposición del ser humano hacia su entorno y las inevitables consecuencias de su accionar. Cabe preguntarse quién es el verdadero virus en todo esto. Y tal vez esa es la mayor lección de todo esto. Es posible un mundo sin humanos, es parte de la expansión de las fronteras de lo posible que sin duda deja de recordatorio esta crisis. Los delfines en los canales de Venecia resultaron fake news[xvi] pero no deja de ser un tentador signo.
No es prudente de un diagnóstico médico confundir al síntoma con la enfermedad, al efecto con la causa. Como tampoco reducir a una sopa de murciélago, como la única causa de un desorden internacional sin precedentes desde hace más de setenta años. Las condiciones venían gestándose desde hace bastante tiempo al igual que un virus que aguarde en silencio esperando a mutar.
Es una advertencia. Es el año 2057, el Ártico se ha derretido hasta un punto no antes reportado. La actividad humana –desde ejercicios militares, pasando por turismo, hasta extracción de petróleo– ha crecido considerablemente en la zona desde que hay veranos más libres de hielo que hacen más fácil la navegación. Un equipo de científicos ubica, debajo de las capas de hielo recientemente expuestas a la superficie por el calentamiento global, virus y bacterias no antes vistos y que datan de miles de años. La actividad pesquera ha aumentado considerablemente en la zona, a pesar de que las aguas más calientes, ha hecho migrar especies a otras zonas con aguas con temperaturas aún frías. Un bloque de hielo que porta agentes virales se desprende y se aproxima en dirección a un banco de peces. El resto es historia, pero preferiblemente postverdad.