Análisis semanal 304: El año de las revueltas: las nuevas fronteras de identidad y la crisis de sentido (20 de noviembre de 2019)

Año: 
2019

 

Hace algunas semanas se conmemoró la Caída del Muro de Berlín. La estructura física que tal vez mejor materializó las divisiones que azotaron al convulso Siglo XX. Son tres décadas, iniciadas con muchas promesas en el horizonte y, tres lustros después, el estado de ese mundo anhelado está impregnado por mucha incertidumbre y signos de agotamiento del proyecto liberal. Esto no implica su colapso en ciernes, como ya sucedió con sus competidores –fascismo a la derecha y comunismo a la izquierda– no obstante, deja muchas interrogantes. Sobre todo por la oleada de protestas alrededor del mundo que contagian la vida política y social de millones de personas. Con el fin la Guerra Fría se acabaron los meta-relatos, sin embargo, de entre los escombros del muro, parece ser que surgen nuevos focos de tensión que auguran nuevas disputas. Mismas que se creían ya superadas.

Antes del decreto del Fin de la Historia, las pugnas se libraban desde la esfera ideológica hacia lo concreto. Hoy, si se deja llevar uno por la narrativa hegemónica, las pugnas surgen por el mal timming de algún político en decretar un aumento en cierto bien, servicio o la introducción de un algún impuesto. Antes de 1989, en Checoslovaquia, Rumania, China, Argentina, El Salvador, Vietnam o Suráfrica –por citar sólo unos ejemplos, la gente estaba dispuesta a entrar en pugna con el Estado y la clase dominante por un cambio radical en la forma y, sobre todo, fondo, de la organización de la vida colectiva de una sociedad. Hoy, en Chile, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Líbano, Iraq, Francia, Hong Kong, etc. presuntamente, sería una cuestión meramente de forma nada más.

Una especie de cirugía estética de las relaciones entre gobernados y gobernantes, entre formas de producir y distribuir la riqueza. Ya que el discurso imperante dicta que es posible y se tiene el derecho a imaginar otros mundos, mas no, a concretarlos. No puede haber algo más allá del liberalismo y la democracia. Por la tanto, lo operacionalizable, al menos hasta hace poco por la clase dirigente, era administrar la tensión latente entre lo concreto y lo ideológico. Entre lo que ofrece la clase política y lo deseado por la sociedad civil. En un contexto de incertidumbre manejable y gestión del tiempo aceptable. La cosa pública como una empresa. Estos parches al contrato social pareciera que se están debilitando.

¿Y de donde proviene esa brecha insoslayable entre lo posible y lo deseado? Desde el ámbito de lo económico en los perturbadores indicadores que se esconden, maquillan o no se toman en cuenta para cuantificar el bienestar de una sociedad. Si el PIB sigue siendo el termómetro de medición de éxito es que porque dicta la cantidad de riqueza generado mas no su distribución. Nuevamente la tensión entre forma y fondo. Se crea riqueza, se visibiliza el cómo, pero no se pregunta ni menos responde para quienes. El coeficiente de Gini a los márgenes. Lo importante es la automatización y el culto al crecimiento económico ad infinitum.

Ahora bien, y tal vez más interesante, son las condicionantes ideológicas. A esa expansión ilimitada de la desigualdad material no le hace bien el achicamiento, aproximándose al cero, de la percepción y gestión social del tiempo. Esta supresión, casi total del tiempo a un eterno presente, ha generado una especie de neurosis de la inmediatez. Una compulsión para que las necesidades sean satisfechas inmediatamente.

Tampoco colabora a la gobernabilidad la fluidez de la identidad. Si las estructuras de significación están en decadencia: el Estado, la familia, las relaciones de pareja, la comunidad, trabajo, la nacionalidad etc. Si efectivamente Dios está muerto, entonces no es que no exista nada, sino un enorme vacío que el sistema no llena, sino gestiona. La ansiedad y creatividad conducen a la gente a su propia solución. La elaboración de microacuerdos entre semejantes para atender las necesidades dejadas a la libre. Si no hay pensiones, un chaleco amarillo y lucha callejera pueden dar un sentido. Si hay amenaza de extradición hacia una dictadura, marchas y vigilias con candelas crean capital social. Identidad y pertenencia, la frontera de diferenciación y antagonismo ya no es la izquierda o derecha. Es entre sociedad civil y Estado.

Esto podría ayudar a comprender el fenómeno de claudicación de las fuerzas de seguridad mexicanas frente a los sicarios del Chapo Guzmán hace unas semanas. En el plano material, una sociedad con altos índices de pobreza, desigualdad y concentración geográfica de la riqueza. En el medio, un Estado totalmente diezmado desde adentro, por una cultura de la corrupción que carcome el andamiaje institucional y la confianza ciudadana hacia la autoridad y legitimidad del poder estatal. Al otro extremo, en la esfera ideológica, un abordaje del tiempo y de la experiencia de vida de carácter cortoplacista. La lógica con la que miles de jóvenes ingresan a la subcultura del narco: “Mejor un año como rico que cincuenta como pobre.” No hay gobierno que pueda gestionar asertivamente lo público bajo esas circunstancias. Las normas sociales se desdoblan y se sumergen para desaparecer en las grietas de la pos historia. El nuevo orden es el vacío.

La anomia social es la antesala al Estadio fallido. Al desintegrarse el tejido social ante la falta de valores que ordenen la vida común, la  sociedad tiene a caer en un estado de incertidumbre y desorden. La posmodernidad ha abierto esa puerta, ofreciendo relativismo y excesiva subjetividad e individualismo. Dejando más dudas que respuestas concretas.  Una vez perdida esa orden mínimo y organicidad se facilita el colapso o debilitamiento del Estado ya que la desintegración deja a la libre y a la ley del más fuerte o astuto la obtención de ciertas garantías –y por lo tanto, certidumbres– imposibles de obtener por la vía institucional.  

¿Y es que cómo una acción, como el aumento de una tarifa de transporte, puede generar un efecto así? Probablemente porque eso sería la última, de una serie de vejaciones o, cuando menos, desplantes sufridos por la sociedad civil frente a sus gobernantes. Suena fácil, incluso mecanicista, pero va más allá. En particular porque, considerando la naturaleza de los regímenes políticos en donde están ocurriendo estas protestas, pareciera ser que ninguna fórmula de gobernanza sale mejor posicionada. ¿Qué pueden tener en común un régimen comunista en Beijing, con una democracia liberal en París, con una teocracia en Irán, con un régimen hibrido en Caracas? Muchas, al parecer.

Élites rígidas que no permiten una adecuada circulación y revitalización a lo interno y externo. En Chile, la Primera Dama Cecilia Morel identifica alienígenas -y no conciudadanos- invadiendo Santiago y en un acto de contrición afirma que “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”[i]; en Bolivia, Evo Morales se desentiende del resultado del referéndum constitucional de 2016 en el que la mayoría rechazo la enmienda constitucional que abría puerta a su perpetuación en el poder –ya de por si el más largo en la historia independiente de Bolivia.[ii] Hay una desatención total y ruptura con la realidad sobre el terreno. Sin importar las tradicionales coordenadas ideológicas.

Esto fomenta el desarrollo de nuevas líneas de ruptura, de carácter identitaria, que conforman las trincheras de lucha política.  En Hong Kong, hay reportes de neonazis ucranianos en las marchas de estudiantes que en nada simpatizan con el totalitarismo fascista.[iii] Ahora mismo grupos evangélicos conservadores –Biblia en mano y quemando la bandera de la whipala– aliados a ciertas comunidades indígenas han logrado deponer al líder Morales.[iv] En Iraq, chiitas y amplios sectores de la juventud, han protestado frente a un gobierno que ha privado de bienes y servicios básicos a su población y es incapaz de generar fuentes de empleo.[v] El rechazo a un enemigo común une o hace tolerables alianzas impensables.

Arthur Schopenhauer decía que la contemplación estética del arte abstraía, por un momento, al ser humano del sufrimiento de la existencia. Son los elementos esotéricos que persisten y subyacen a la acción humana. Una piedra lanzada contra un ventanal, un cóctel molotov incendiando a una patrulla policial o un grafiti en una pared, bien podrían, tener ese mismo efecto. Ofreciendo un diminuto instante de catarsis y de justicia frente a una clase política totalmente abstraída de la realidad de sus gobernados. Por un momento el sujeto se hace visible al Estado, es reconocido. En ese preciso segundo hay una sensación de igualdad. Es la revuelta de las pasiones humanas frente a un mundo desencantado. No importa si mañana todo siga su cuso normal.

Se podría decir que persisten sociedades con reservas de historia y que, en correspondencia, actúan de conformidad. Conservan la capacidad de recuperar el pasado y trasladarlo al presente.  La desigualdad feroz y un pésimo reparto de las externalidades positivas y negativas del orden económico así como la desintegración existencial y crisis de sentido eventualmente generarían estos focos de tensión. Aunque no siempre sea así, las sociedades, a veces, rehúyen de la mecánica. Costa Rica, por ejemplo, mantiene indicadores económicos y sociales similares a los de Chile – el primero es el noveno país más desigual del mundo y el segundo el séptimo–.[vi] Las condiciones están dadas para un levantamiento, curiosamente a conmemorarse cien años de la revuelta  popular que derrocó a la dictadura de los Tinoco. Probablemente, las limitadas reservas de conciencia histórica y la inclinación del costarricense hacia el conservadurismo blindan al país de convertirse en un nombre más en la lista. El tiempo será juez.

Algo sucede en el sistema internacional. La tensión entre gobernados y gobernantes es cíclica y, parece que es imposible liberarse de estos brotes periódicos de agitación política y social. Pareciera que surge una era de vacío y de conflicto. La interrogante es ¿con qué se terminará llenado ese abismo? Los próximos años serán fundamentales para determinar la prolongación y agitación de este nuevo ciclo. Entre más cambian las cosas más parecieran seguir igual.

Notas