“Yo no soy político” era la frase que acompañaba a Zapata durante la revolución, esto a pesar de que su defensa por la tierra y las ideas del bien público, supusieran ya de por sí, una confrontación a la organización social (1). Evidentemente, era política, en efecto estaban ante un asunto político. Sin embargo, por qué negarlo, por qué negar la idea de ser equiparado con lo “político”.
Con el transcurrir de los años, la política y lo político, son categorías que han sido empatadas con el papel de los gobernantes, políticos, parlamentos, partidos políticos e inclusive elecciones. Este pensamiento con aires de elitismo y estatismo responde a una compresión mucho más antigua sobre la política, que vinculaba política a Estado, como la reproducción del error histórico de identificar lo político exclusivamente con lo estatal. (2)
Estos vínculos con la llegada de la modernidad -aunque desde antes- pasaron a ser entendidos en términos de política-ciudadanía, y siguieron manteniendo e inclusive profundizando, una especie de exclusividad del espacio de la política, escondida tras las ideas de la democracia representativa.
Sin embargo, un intento por reconstruir la historia desde abajo comenzó a centrarse en los actores anónimos que, como resistencia a la dominación, han renegociado con los grandes actores políticos, los términos de su subordinación; siendo la resistencia una forma de intervención política.
La presencia de agrupaciones subalternas y de otros actores, a través de sus propias interpelaciones, ha reconfigurado el entramado y los entendimientos en torno a la política. Esas figuras irregulares o extrañas han afirmado su existencia como sujetos y sujetas políticas, tomando la politicidad como una forma de poder determinar el camino de sus vidas, a través de actividades contrarias al sentido tradicional de lo pensado como política (3). Esto, además, visibiliza el papel de las clases subalternas como participantes activas en la construcción y producción del estado.
La irrupción de la sociedad civil como actor político, compuesta por agrupaciones “alternativas” canalizadoras de demandas e intereses, han permitido ampliar la mirada más allá del campo de lo estatal, permitiendo entender la política como la unión de confrontaciones y acuerdos que se pueden gestar desde otros terrenos. Sin embargo, ¿cómo desde la organización y articulación de estas agrupaciones disidentes han construido sus propias definiciones sobre política? ¿cuáles han sido las respuestas estatales frente a la aparición de agrupaciones que retan su representación institucional política? ¿la construcción de definiciones alternativas para entender la política pierde legitimidad al no pasar necesariamente por los filtros estatales? ¿cómo conectar estas formas alternativas de política frente a la configuración de nuevos actores y movimientos sociales? Estas son solo algunas preguntas que podrían irrumpir, direccionar y acompañar la reflexión sobre la necesidad de ampliar la visión sobre lo político y la política, y que, además, dejan en evidencia la necesidad de empatar la reflexión con la materialización que de esta se hace a través del accionar colectivo de los actores y movimientos sociales.
Sobre la acción colectiva y el movimiento social
Como bien lo indicaba Martí i Puig (4), para entender el surgimiento del movimiento social no solo debe leerse desde la existencia de tensiones estructurales que atraviesan los intereses de los actores colectivos, sino que, en su génesis la voluntad se torna en un elemento clave para establecer las formas organizativas y los grados de integración simbólicos de esos actores. De manera que, se trata de la combinación de sentimientos de descontento e insatisfacción con el orden social, su regulación y la forma en la cual se han asumido los conflictos emergentes en los mutables escenarios políticos.
Los impactos políticos de la globalización han generado que los estados comiencen a competir o colaborar con otros actores en los espacios de discusión que se pensaban como exclusivos al dominio estatal, lo cual, al mismo tiempo, genera contextos de responsabilidades difusas, opacidad en los intereses y sobre los propios actores, especialmente cuando estos últimos se mantienen al margen de la escena pública. (5)
Los movimientos sociales se transforman al ritmo del paso del tiempo, y en Latinoamérica han comenzado una transición resultado de los cambios provocados en la década de los ochentas, y la presencia de corrientes políticas regionales como la teología de la liberación o la insurgencia indígena, que reorientan su camino. En este sentido, hasta la década de los setentas, la acción se había desarrollado en torno a la construcción de demandas al estado, para modificar la relación de fuerzas a escala nacional (6). Sin embargo, una serie de giros económicos, políticos y culturales han conllevado a la reconfiguración de los movimientos y el establecimiento de tendencias en los movimientos sociales latinoamericanos.
La aparición de las nuevas líneas de acción es en parte el resultado de la introducción del neoliberalismo en la vida cotidiana de las personas, lo cual se torna en un punto de encuentro común para los distintos movimientos y las problemáticas que atraviesan al continente. En esta línea, se han articulado nuevas prácticas y relaciones sociales caracterizadas por una reformulación en las relaciones de género, productivas, comunitarias y hasta con la naturaleza. (7)
Así, la estructuración de la movilización y las formas de dominación han sido modificadas al lado de los cambios en la organización, los repertorios, discursos y hasta simbologías. En esta línea, se ha detectado en la teoría, la importancia de los procesos grupales, por encima de las ideologías o consignas, como incentivos de movilización que, a partir de la construcción de redes de confianza, activan a la acción colectiva. Así, los marcos de acción colectiva han logrado intentar explicar la importancia de entender la coordinación y articulación del movimiento desde los discursos culturales que logran crear y consolidar significados colectivos.
El modelo societal ha ido asumiendo como sus ejes básicos el consumo, la información y comunicaciones, siendo estos partes de los constituyentes de los nuevos actores sociales, los cuales se han desarrollado sobre un panorama de desarticulación de los actores clásicos, de la explosión de identidades comunitaristas, de nuevas formas de exclusión y mayores niveles de globalización. De manera que, las transformaciones socioeconómicas, culturales y políticas de las últimas décadas han modificado no solo el accionar de los actores sociales, sino a estos mismos. Los cuales se han desarrollado en un entorno de nuevas demandas y principios de acción que ya no logran ser capturados por las antiguas luchas por la igualdad, independencia nacional y libertad, y que dan como resultado, que se borre el principio unificador de la acción social, mientras se diversifican y contrarían los principios. (8)
Notas
- Roux, R. (2002). La política de los subalternos. Redefinir lo político, México, UAM-X, CSH, Depto. de Relaciones Sociales, 229255.
- Ibíd.
- Ibíd.
- Martí i Puig, S. (2004). Los movimientos sociales en un mundo globalizado: ¿alguna novedad? Ediciones Universidad de Salamanca, 36, 79-100.
- Ibíd.
- Zibechi, Raúl. 2008. Autonomías y emancipaciones: América Latina en movimiento. Bajo Tierra ediciones y Sísifo ediciones. Distrito Federal.
- Ibíd.
- Garretón, M.A. 2001. Cambios sociales, actores y acción colectiva en América Latina. CEPAL, Santiago.