Prácticamente todas las condiciones que entre el año 2010 y el 2011 provocaron el surgimiento de las llamadas “Revueltas Árabes” en el Medio Oriente y Norte de África, permanecen como factores que generan recurrentemente situaciones de protesta y movilización popular. En efecto, la corrupción, el autoritarismo, el desempleo, la mala calidad de los servicios públicos o el alza en los precios de los alimentos, siguen siendo los disparadores de las movilizaciones populares que este año han sacudido a países como Sudán, Argelia, Irak y Líbano, lo que ha hecho a algunos analistas referirse a unas “Revueltas Árabes 2.0”.
En el caso de Líbano, el detonante de las protestas fue la pretensión del gobierno de aplicar una serie de medidas económicas que implicaban, entre otras cosas, poner un impuesto a las llamadas de voz hechas a través de WhatsApp. Miles de libaneses tomaron las calles de Beirut y de otras ciudades como Sidón, Tiro, Zahle y Trípoli, exigiendo la renuncia en masa del gobierno y elecciones anticipadas. No era la primera vez en la historia reciente del país que se generaban movilizaciones populares de gran magnitud. En 2015 protestas similares se organizaron contra la mala gestión de la basura.
La pretendida tasa a WhatsApp era apenas un detonante de un amplio cuestionamiento a las élites políticas y en general a la crisis económica. Líbano es uno de los países más endeudados del mundo. La deuda libanesa alcanza el 150% del PIB, lo que equivale a 85.000 millones de dólares (1). A esto se unen la pobreza y el desempleo, factores que han venido provocado desesperación en la población y desconfianza hacia las élites políticas. Según el Arab Barometer, el 85% de los libaneses está descontento con el desempeño del gobierno, el 91% considera que una corrupción endémica afecta a las instituciones y un 80% no confía en el poder ejecutivo, el parlamento o el poder judicial (2). Entre las demandas de algunos de los manifestantes se colaba también poner fin al sistema político-sectario que predomina en el país desde los años cuarenta. Tras 13 días de protestas, el gobierno encabezado por el primer ministro Saad Hariri, anunció su renuncia.
La crisis política que vive Líbano ha puesto en una compleja situación a Hezbollah, la organización más representativa de los chiitas libaneses. Inicialmente, sus líderes catalogaron las protestas -que llegaron a extenderse incluso a varios bastiones de apoyo a Hezbollah- como un movimiento “espontáneo, anti-confesional, social, no partidista y no dependiente de ninguna embajada”. Sin embargo, su Secretario General Hassan Nasrallah, decidió no apoyar al movimiento “para no politizarlo” y rechazó el llamado a elecciones anticipadas (3). Conforme las protestas crecían, Hezbollah fue endureciendo su posición hasta llegar a afirmar que las protestas, habían “caído bajo el mando de ciertos partidos conocidos por su alianza o sus vínculos con ciertos embajadas o algunos países extranjeros”. Nasrallah advirtió contra el “secuestro” de las manifestaciones populares y el intento de implementar “agendas extranjeras”. Una de las evidencias presentadas era un video en el que se veía al presidente de la Universidad Americana de Beirut (AUB), Fadlo Khoury, guiando a manifestantes en el centro de Beirut (4). El diario Al-Akhbar, informó además que Khoury había estado trabajando activamente, junto con el secretario general del Partido del Bloque Nacional, Pierre Issa y el ex ministro Robert Fadel, en una lista que incluía a diversas figuras que eventualmente conformarían un “gobierno futuro alternativo”. Nasrallah insistió en la injerencia de embajadas extranjeras y partidos locales que, según dijo, “redirigían las manifestaciones contra la resistencia” (5) y advirtió sobre la posibilidad de una nueva guerra civil. Por otro lado, el Líder Supremo de Irán, Ayatolá Alí Jamenei, a quienes muchos chiitas libaneses ven como líder espiritual, afirmó en Twitter: "la gente tiene demandas justificables, pero deben saber que sus demandas solo pueden cumplirse dentro de la estructura legal y el marco de su país", y señaló que Estados Unidos e Israel “deseaban crear caos en la región” (6).
Estos hechos se presentan paralelamente a una ofensiva internacional contra Hezbollah. A finales de octubre el Departamento del Tesoro de EE. UU. constituyó la Counter-Hezbollah International Partnership (CHIP), un esfuerzo conjunto de más de treinta países dirigido a atacar las redes financieras internacionales de Hezbollah y cortar los ingresos no iraníes de la organización que, según algunos analistas como Thierry Mayssan, constituyen un 50% del dinero que entra a la organización (7), estrategia que supuestamente, debería obligar el Hezbollah a ponerse totalmente a las órdenes de Irán lo que eventualmente causaría una ruptura. Estas y otras mediadas patrocinadas por EE. UU. como la Hizballah International Financing Prevention Act (HIFA), han hecho que las inversiones extranjeras (incluidas transferencias de dinero a familiares) en el Líbano se vuelvan prohibitivamente complicadas. Por otro lado, el pasado viernes 1 de noviembre Twitter decidió suspender algunas cuentas asociadas a Hezbollah, pertenecientes a la cadena de noticias Al-Manar.
Hezbollah vive entonces una situación delicada. Por un lado, dentro del complejo acomodo político-sectario, Hezbollah, junto a otros partidos como AMAL (chiita) y el Movimiento Patriótico Libre (cristiano) del presidente Michel Aoun, conformaba un bloque muy influyente dentro del gobierno de Hariri. Es decir, de alguna forma Hezbollah integra ese establishment político que es rechazado por un sector de la población en las calles. Por otro lado, Hezbollah se ha presentado históricamente como cabeza de la resistencia frente a los enemigos del Líbano, una organización de los mustad'afin (los oprimidos e indefensos). Buena parte de su base de apoyo se sitúa en los sectores trabajadores, que sufren especialmente la crisis económica. Hezbollah se enfrentaba a un dilema. O se sumaba al llamado a realizar nuevas elecciones, exponiéndose a quedar excluido del gobierno, o apostaba a mantener su cuota de poder político en aras de consolidarse como un partido de gobierno, pero exponiéndose a perder legitimidad popular. Por el momento, todo indica que, ante la presión local e internacional, la organización se ha decantado por un criterio de realpolitik y ha optado por la segunda opción: aunque ha llamado a atender las “demandas del pueblo” ha descalificado las protestas y ha preferido apostar por una defensa parcial del statu quo político.
Notas
- Sancha, Natalia. Líbano toma la calle para pedir la salida del Gobierno y un adelanto electoral. El País. Recuperado de https://elpais.com/internacional/2019/10/25/actualidad/1572030291_790052.html
- Hezbollah chief Nasrallah hunkers down, moves to thwart Lebanon protests. The New Arab. Recuperado de https://www.alaraby.co.uk/english/news/2019/10/25/hezbollah-chief-hunkers-down-moves-to-thwart-lebanon-protests
- Sayyed Nasralá: Algunos tratan de desviar el movimiento de protestas. Pido a los partidarios de Hezbolá que no participen en las manifestaciones. Al Manar, recuperado de https://spanish.almanar.com.lb/367226
- Protestas en el Líbano secuestradas. El presidente de la Universidad Americana de Beirut guía personalmente a los manifestantes. Al Manar. https://spanish.almanar.com.lb/367567
- Demonstrations in Lebanon are 'a moment of truth for Hezbollah'. France24. Recuperado de https://www.france24.com/en/20191025-demonstrations-in-lebanon-are-a-moment-of-truth-for-hezbollah
- Iran’s Khamenei blames US, Israel for chaos in Iraq, Lebanon. Middle East Monitor. Recuperado de https://www.middleeastmonitor.com/20191031-irans-khamenei-blames-us-israel-for-chaos-in-iraq-lebanon/
- Los libaneses, prisioneros de su Constitución. Voltaire Net. Recuperado de https://www.voltairenet.org/article208013.html