La violencia se vuelve la compañera inseparable de Centroamérica. Mientras pasan los años, esta se encarga de adornar el camino que transitan las comunidades latinoamericanas. Se adentra en sus hogares, en sus vidas y hasta en sus cuerpos. La violencia cambia de piel, pero no de esencia, y se desplaza en el tiempo a través de distintas manifestaciones que surgen en medio de las distintas realidades.
Ante este panorama, surge la duda sobre cómo triangular la discusión entre la histórica transición democrática, estos tintes de violencia y la construcción de cultura política. En este sentido, resulta imprescindible contemplar la historicidad de las condiciones económicas, políticas y sociales que configuran este diálogo y, el camino que desde las Ciencias Políticas se debería priorizar para comprender los fenómenos que de aquella relación se desprendan.
Construyendo cultura: Un ejercicio histórico
Las historias de guerra, paz, dictadura, democracia y desarrollo en Centroamérica se han encargado de construir lo que Cruz (1) denomina “facetas subjetivas” como equivalente de lo llamado cultura política. La forma que toman esas normas, actitudes y valores presenta un estrecho vínculo con las condiciones políticas, económicas y sociales que han acechado a la región.
A partir de ahí es que las contantes transiciones se encargan de reconstruir los distintos escenarios; modificando la manera de entender las distintas relaciones de poder, a través de la reestructuración que sufre la región en su modelo económico, el papel del Estado y de la ciudadanía. De manera que, los patrones culturales de hoy día reciben una influencia directa de momentos claves de la historia.
Los procesos de democratización y globalización resultan imprescindibles para comprender la reconfiguración que significa el SXX en la región. Debido a que impulsan una paradoja en donde se presenta una mayor equidad e inclusión, al mismo tiempo en el que no se logra garantizar la consolidación de las democracias y el desarrollo. (2)
Si bien los libros de historia suscitan las claves para entender la construcción de la cultura política, no puede negarse que esta es mutable y que existen condiciones en la actualidad que vienen a alterar su contenido, vaciándose a razón de situaciones emergentes. Por ejemplo, la presencia de redes de crimen organizado que generan un ambiente de inseguridad, que pone en duda las normas y valores que se han elaborado con el pasar de los años, o bien, el establecimiento de comunidades transnacionales que reformulan y construyen nociones de cultura e identidad que trascienden a los límites territoriales y estatales.
Por tanto, las representaciones que se tienen acerca de la cultura política han cambiado a raíz de las modificaciones en el papel del Estado, la interacción de las élites, el accionar de las instituciones, la actuación de los medios de comunicación masivos, el descontento social, el camino hacia la individualización y el surgimiento de otras formas de participación política.
Una cultura política regional: El espejismo de la historia
Un pasado en común puede crear espejismos de una cultura política regional, en donde se piensa la cultura en términos reduccionistas y hasta simplistas, que buscan englobar a Centroamérica en un solo imaginario de cultura política. Cuando lo que existen son distintas culturas con puntos de encuentro que se desprenden de esa innegable historia compartida de transiciones, que han mutado de acuerdo con las distintas realidades vividas desde Cuidad de Guatemala hasta San José.
No se puede obviar que, para intentar comprender la formación de la cultura de cada país en la región, se debe retomar la historicidad como un camino preestablecido que empuja hacia un rumbo en particular, sin embargo, ese rumbo es modificado y adaptado en los distintos contextos nacionales y hasta locales.
Por lo cual, partir de una afirmación en la que se vislumbra a la cultura política en clave regional sería aceptar una lectura homogénea y pasiva de Centroamérica, en donde se piensa la cultura como una simple adaptación que genera las mismas respuestas en las diversas esferas, y no como una construcción que también se origina a lo interno, a través de disputas entre la imposición de una cultura hegemónica y sus contra-respuestas.
Las distintas etapas vividas en la región a raíz de “una doble transición: desde el autoritarismo a la democracia y desde un modelo Estado-céntrico de desarrollo basado en la agroexportación a otro neoliberal basado en la especialización de productos no tradicionales y de remesas” (3), marcaron un norte que se encuentra alterado en las subjetividades y las distintas percepciones que también construyen cultura.
En este sentido, más allá de una sola cultura regional, lo que se presentan son “subculturas” inmersas en las propias culturas políticas nacionales, que se configuran tanto modificadoras como consolidadoras de estas últimas. Las cuales, aunque coinciden en los distintos países, por ejemplo, la “subcultura de la violencia”, aparecen en la escena con múltiples y diversas manifestaciones; conllevando a profundizar el cuestionamiento hacia la afirmación de una cultura política regional percibida como idéntica y homogénea.
El papel de las Ciencias Políticas
El quehacer politológico debe descubrir la reconfiguración de relaciones de poder que trae consigo tanto el SXX como el SXXI, ampliar la cantidad de actores y el papel que juegan en las distintas esferas de la sociedad. Repensar la manera de estudiar el accionar estatal, más allá de hacer una lectura que se resuma en su supuesto debilitamiento, encontrar si ha direccionado su foco de interés en otras áreas, mientras construye nuevos mecanismos de control que respondan a la diversidad y por ende, complejidad social.
También, la manera de estudiar tanto los movimientos sociales como la participación ciudadana, adentrarse en cuestionamientos similares al del Estado, sobre si han desaparecido, se han debilitado o simplemente han mutado sus mecanismos de injerencia y sus herramientas de manifestación.
Por otra parte, el debate cultural debería girar en torno a definir si cuando se habla de “cultura política regional” se piensa como igual y única en los distintos países. Asimismo, surge la necesidad de redimensionar la cultura política regional, no en términos de aceptar su existencia, sino debatiendo si nos encontramos ante su construcción. Y no buscarla como unívoca e idéntica en cada país, sino encontrarla en las similitudes que se van presentando entre las tendencias que muestra hoy día los distintos países.
Entender la cultura política bajo la lupa de la globalización es importante en términos de no desligar la influencia que tiene este proceso en la construcción de cultura, sin embargo, priorizarlo sería caer en el mismo debate sobre una “cultura política regional”, sólo que en términos de una “cultura política global”, pensando como he mencionado, a los países y a la sociedad como actores pasivos que no forman parte en la elaboración de su propia cultura política.
También resulta interesante cuestionar el abordaje a la transición de guerra-paz y autoritarismo-democracia, mientras la violencia encuentra un papel más trascendental en presentar una barrera a la consolidación de las democracias, cuando a la fecha la región es de la más violentas del mundo, y la cantidad de muertes equiparan las de guerra. ¿Centroamérica finalizó en algún momento no con la guerra, sino con la violencia? o ¿esta ha perdurado en el tiempo a través de distintos actores y diferentes manifestaciones? ¿se puede retroceder en algo en lo cual nunca se avanzó más allá del discurso?
Reflexión final
La coincidencia de subculturas en la región no implica una cultura regional como tal, aunque en parte es el resultado de una historia común que sigue atando a Centroamérica. La cultura política se encuentra ligada o traducida en términos de las facetas subjetivas, que ya de por si referencian a la subjetividad, y la construcción de actitudes y valores creados a partir de las percepciones, de lo subjetivo, que se relaciona con las formas que toman las democracias.
Por último, la violencia se vuelve la compañera inseparable de Latinoamérica. Mientras pasan los años, esta violencia se encarga de adornar el camino que transitan las comunidades latinoamericanas. Se adentra en sus hogares, en sus vidas y hasta en sus cuerpos. La violencia cambia de piel, pero no de esencia, y se desplaza en el tiempo a través de distintas manifestaciones que surgen en medio de las distintas realidades. El miedo es desactivador pero activador a la vez, desactiva la organización comunitaria, mientras activa la respuesta de violencia. Se da entonces la guerra de la violencia contra la violencia, en donde surge una necesidad por encontrar culpables en lo diferente, consolidando estereotipos que buscan dar respuesta a la inestabilidad social, por medio de la exaltación del liderazgo punitivo, construido políticamente y reproducido mediáticamente, en el cual se enjuicia por ejemplo, al migrante, y no sus motivaciones. (4)
Notas
- Cruz, J. M. (2000). Violencia, democracia y cultura política. Revista Nueva Sociedad, No. 167, pp. 132-146.
- Ibíd.
- Martí i Puig, S.; Sanchez-Ancochea, D. (2014). La transformación contradictoria: democracia elitista y mercado excluyente en Centroamérica. Anuario de Estudios Centroamericanos, Universidad de Costa Rica, 40, pp. 149-171.
- Cruz, J. M. (2000). Op cit.