Análisis semanal 235: La postverdad y la política internacional (26 de septiembre de 2018)

Año: 
2018

La primera baja en una guerra es la verdad dice un antiguo proverbio. Pero, si vivimos en la supuesta época más prospera de la humanidad según autores como Steven Pinker. ¿Por qué le hemos declarado la guerra a la verdad y a la realidad? ¿Cómo se ha incubado y esparcido esa lógica de construcción de realidades alternativas por medio de hechos alternativos? ¿Cuáles han sido sus consecuencias para la vida política entre Estados y sociedades? Las repercusiones existen pero aún es complejo poder dilucidarlas en su impacto a largo plazo. Sin embargo, en la nueva realidad de la post verdad,  su influencia en el sistema internacional y la política internacional se empieza a sentir.

En primera instancia, ¿qué es este concepto? Se le puede definir desde lo general para comprender su traslado en el ámbito de lo político. Siendo la palabra del año del 2016 según el  Diccionario de Oxford, se entiende la post verdad como “Relativo o referido a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales.” [i] Es decir, la muy humana necesidad de acuerpar nuestras creencias y sistemas de valores sobre las evidencias concretas. Esto con el fin de oponer cualquier dato o información que nos obligue a replantear nuestra cosmovisión. De esta forma librando, tanto a Estados como personas, de recurrir a la disonancia cognitiva.

Esto necesariamente implica un impacto en términos de psicología política. Al supeditarse la razón a las emociones, cuando de tomar una decisión política se trata.  Pero esto tampoco resulta novedoso, lo emotivo o irracional tiene una fuerte influencia en nuestra toma de decisiones.

¿Entonces en donde radica la diferencia fundamental? Probablemente en el canal o medio de transmisión. Y, en el siglo XXI, es por excelencia los medios de comunicación masivos, pero, en particular las redes sociales. Es decir, la horizontaliziación de la generación de contenido, información y, por añadidura, desinformación. “El medio es el mensaje” de acuerdo a Marshall McLuhan, y en nuestra época, es el youtuber, blogger, o “el idiota del pueblo” según Umberto Eco.[ii]

No hay fltros, ni pesos ni contrapesos epistémicos ni metodológicos que sometan a pruebas de veracidad un twitt o un post en Facebook. Sea de Donald Trump o de quien sea. Al menos Mahmoud Ahmadinejad solicitó abrir un debate, y argumentar con pruebas, sobre la realidad o ficción del Holocausto. Trump niega rotundamente el cambio climático; no importa el cúmulo de evidencia que soporta lo contrario. Ahmadinejad tiene la cortesía de preguntar a priori –al menos exige evidencia, antes de barrer debajo de la alfombra a seis o doce (dependiendo de a quién se le pregunte) millones de personas muertas en los campos de la muerte nazis. Trump no muestra ese trato. No hay necesidad de pruebas. Son las consecuencias de cuando el idiota del pueblo se convierte en Comander in chief.

Por supuesto esto no ocurre en un vacío ni es monopolio de los Estados Unidos. Es un caldo de cultivo gestado desde hace décadas en Occidente y exacerbado después del fin del conflicto Este-Oeste en los ochentas. Es el relativismo y el rechazo a estándares mínimos, tan característico  del posmodernismo, que facilitó el ingreso al campo ideológico y luego político de conceptos como alternative facts –expresado por la consejera presidencial, Kellyane Conway, de prensa del gobierno Trump. El internet y las redes sociales simplemente lo magnificaron. En Costa Rica, días antes de una concentración antiinmigrante, se reportó la viralización de fake news (noticias falsas) sobre la población nicaragüense residente en el país.[iii] De nada importó la campaña del gobierno para intentar presentar datos y pruebas que contrariarán esta información falsa. Ambos sectores encontraron hechos, sean alternos o no, que reforzaban su visión de mundo. En términos de política internacional esto no ayuda a mejorar la salud de las relaciones entre Costa Rica y Nicaragua, a nivel tanto estatal como de sociedades civiles.

Esto necesariamente conlleva al planteamiento de interrogantes. En particular sobre cómo se construirán a nivel societario e internacional las narrativas con que sociedades y estados construyen su identidad. En particular en la era de la imagen y de la inmediatez. Es decir, la mezcla de lo superficial con  lo volátil que construye una plétora de realidades alternativas. Cada una hecha a la medida de su creador. Situación que, tarde o temprano, tendrá que revertirse con el fin de lograr algunos acuerdos mínimos en temas apremiantes que no admiten hechos construidos a la carta.