Análisis semanal 224: El fútbol, los mundiales, las olimpiadas y la política internacional por otros medios (18 de julio de 2018)

Año: 
2018

Se pueden compartimentar las esferas de la vida social para entenderlas, pero nunca disociarlas. Para mantener ciertos principios, el ente regidor del fútbol mundial, la FIFA, ha intentado desde hace varios años distanciar este deporte de la política. Sin embargo, en la práctica, por accionar propio y ajeno esto ha sido una tarea imposible. La razón fundamental es el carácter permutable de los límites reales de lo público y lo privado en el accionar humano. Particularmente en un mundo en que ciertos organismos internacionales adquieren cada vez más preponderancia incluso frente a Estados-Naciones.

En el caso de la FIFA su carácter político se da en función del bien colectivo que regenta y las consecuencias finales de su comportamiento. Como indicador, este organismo internacional supera a la ONU con mayor cantidad de miembros (209 versus 193) y reconoce plenamente a países que aún no cuentan con ese beneficio en foros internacionales (1). Lo que no se consigue por la vía diplomática o armada es obtenido por algunos países en las canchas.

Este exponencial crecimiento necesariamente conlleva cambios en el tejido de interacciones que conforman la red de poder de la política internacional. La FIFA, siendo un organismo privado internacional, ha tenido suficiente poder para revertir reglamentos emitidos por el gobierno brasileño que prohibían el consumo de bebidas alcohólicas durante el Mundial de Brasil 2014. Lo anterior en beneficio de otro ente privado como Budweiser que invirtió millones de dólares como patrocinador (2). Sintomático de la época, los intereses privados supeditan a los públicos, incluso los de un país considerado una potencia emergente como Brasil. Esta reconversión en el equilibrio de fuerzas público-privadas no puede ser obviada. Hasta el más enconado realista político, que considere al estado como actor fundamental indisputado del sistema internacional, debe aceptar la capacidad de la FIFA para influir en países grandes o pequeños.

El fútbol, como fenómeno sociológico, en términos internacionales, ha tenido una expansión importante en las últimas dos décadas. Se ha convertido en el deporte de masas de países que hasta hace algún tiempo eran ajenos a esta actividad deportiva, por ejemplo Japón y Corea del Sur, cuyas sociedades se decantaban más por el béisbol. No en vano, para el mundial de 2026 se ha anunciado una expansión para completar un total de 48 naciones participantes. Es de esperar que África y Asia sean los continentes más beneficiados por esta medida (3) Considerando que los polos de desarrollo económico internacional giran hacia el este y hacia algunas regiones del sur, es comprensible la decisión.

En cuanto a las sedes la lógica no se distancia mucho. En donde se conforman los centros de poder económico y político se posicionan, respectivamente, los organizadores. En los años treinta, en la Europa de los totalitarismos, Italia fue huésped del mundial de 1934 y Alemania de las Olimpiadas en 1936. En el Siglo XXI, en un mundo en que el poder, en sus múltiples facetas, se desagrega alrededor del globo, son ahora los BRICS  los llamados a hospedar grandes eventos deportivos como las sedes de Olimpiadas en Beijing 2008, las de invierno de Sochi 2014 y Rio de Janeiro 2016;  los mundiales de  Suráfrica 2010, Brasil 2014 y, más recientemente, Rusia 2018. Pekín organizará las olimpiadas de invierno de 2022.  

Las próximas sedes del campeonato mundial también marcan tendencia. La elección de Qatar para 2022 y la primera coorganización tripartita Estados Unidos, Canadá y México resultan interesantes y controversiales. La primera, por las fuertes críticas que suscitan las violaciones a los derechos humanos alrededor de la construcción de la infraestructura para el mundial (4). Por otro lado, la sombra que se cierne sobre Doha desde hace años al ser acusada de ser una fuente importante de patrocinio de terrorismo islámico. Ecos que recuerdan la polémica sede de Argentina  1978 en plena dictadura militar.

La asignación de Norteamérica como organizador resultada paradigmática. En parte por la exhaustiva investigación lanzada por el FBI –con informante clave incluido (Chuck Blazer miembro del ejecutivo de la FIFA y la Concacaf) y la posterior caída del presidente de la FIFA (Joseph Blatter)–. La razón de la operación de la policía federal estadounidense se sustenta en los supuestos casos de corrupción de altos mandos del fútbol mundial en la asignación de las justas de este deporte de 2018 y 2022. Durante esos años, Washington había perdido esa posibilidad frente a Rusia, justo en momentos de un importante deterioro de las relaciones entre el primero y Moscú, producto de la guerra en Ucrania y en vísperas de los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi. El uso político del deporte se trasladó también a las acusaciones de consumo extendido de sustancias prohibidas efectuadas por autoridades antidopaje estadounidenses en contra de atletas rusos. Incluso el presidente Obama evitó participar del evento inaugural y exhortó a atletas olímpicos de su país que pertenecieran a la comunidad LGBTI a conformar la delegación (5). Lo anterior como medidas de presión simbólica sobre Moscú.

Ahora pareciera que es la FIFA la que quiere mandar un mensaje a la Casa Blanca. Después de semanas de irritar a aliados estratégicos alrededor del mundo en la Cumbre del G-7 y particularmente sus vecinos en Norteamérica, el ente rector del balompié mundial acaba de anunciar la primera sede tripartita de un mundial. Ahora –a pesar de la actual ola de aislacionismo de Washington frente al mundo y sus vecinos– la FIFA le otorga esa posibilidad con la condición de compartir la sede con Canadá y México. ¿Acaso la FIFA desea enviar un mensaje al gobierno Trump sobre la necesidad de integración y cooperación y la irreversibilidad de la interdependencia entre naciones?

Desasociar actividades humanas que generan tantas pasiones como la política y el fútbol o el deporte en general es imposible. Nadie pudo considerar el encuentro entre ambas Alemanias en 1974 (con Alemania Federal como sede del campeonato mundial) como un simple juego.  Jesse Owens enfrentó al racismo en casa propia y ajena. Primero en la democracia liberal de su  país y luego por el totalitarismo nazi que pregonaba estar a la vanguardia evolutiva del ser humano, desestimando a otras etnias y sociedades frente a la propia. Esto no lo inhibió de obtener cuatro medallas de oro en las Olimpiadas de Berlín, 1936.

La Guerra Fría también contagió certámenes deportivos que deberían, en teoría, hermanar a los pueblos del mundo. Moscú, 1980, fue boicoteada por la invasión soviética a Afganistán en 1979. La respuesta de la Unión Soviética y algunos países del campo socialista fue planteada cuatro años después para las Olimpiadas de Los Ángeles de las que desistieron de participar. Ambas superpotencias y sus satélites se enfrascaron en una carrera por demostrar su superioridad; en el campo militar, aumentando frenéticamente su arsenal nuclear; en el deportivo, en una pugna por contabilizar la mayor cantidad de preseas olímpicas. Una carrera de misiles y medallas.

Lo que finalmente nos lleva  a Rusia 2018. Los motivos geopolíticos y de manejo de imagen son claros. El gobierno de Vladimir Putin ocupa, tanto interna como internacionalmente, terminar de una vez por todas con la imagen y “Síndrome de Weimar” de la década pérdida de los noventas en que Rusia se convirtió en un “país de tercer mundo con armas nucleares”. Debe enviar un mensaje claro de que es una potencia  en ciernes, que flexiona sus músculos y que va a empezar a recuperar su espacio entre la comunidad de naciones y que cuenta con la vitalidad suficiente para hacerlo. El buen desempeño de la selección de fútbol rusa ha ayudado en ese esfuerzo.

Curiosamente, el rendimiento del total de selecciones participantes también refleja, metafóricamente, los cambios dentro del tablero internacional. Potencias futbolísticas menguantes o en crisis como Brasil, Alemania, España, Argentina –Holanda e Italia ni siquiera pudieron clasificar al mundial– se desaceleran,  sucumben o alcanzan victorias mínimas ante equipos no tradicionales (México, Japón, Irán, Corea del Sur, Marruecos, Egipto, Islandia). Esto puede ser un claro reflejo de un mundo complejo, interconectado y con cambios sustanciales en la distribución de poder entre estados y regiones en donde las fronteras entre lo público y lo privado se difuminan.

Por lo tanto, la continuación de la política internacional por medio del fútbol y el deporte seguirán mientras el mundo siga girando como un balón. Es parte de la condición humana y la vitalidad que irradia al sistema internacional el deporte. La FIFA lo sabe. Lo niega con sus palabras pero lo confirma con sus hechos y los estados del mundo también. Es la prolongación de la política por otros medios.

Notas

https://www.carasycaretas.com.uy/la-fifa-tiene-16-paises-mas-que-la-onu/

https://www.biobiochile.cl/noticias/2014/06/14/el-poder-fifa-brasil-cambio-ley-para-permitir-venta-de-alcohol-en-estadio-y-no-afectar-a-auspicios.shtm

https://www.nytimes.com/es/2017/01/13/la-expansion-del-mundial-abre-puertas-a-las-zonas-marginadas-del-mundo-del-futbol/

https://www.amnesty.org/en/latest/campaigns/2016/03/qatar-world-cup-of-shame/

https://www.usatoday.com/story/sports/olympics/sochi/2013/12/17/white-house-sochi-olympics-delegation-to-include-gay-athlete/4051581/