El escenario centroamericano de las últimas tres décadas ha sido testigo del ascenso al poder por parte de diferentes personajes religiosos y, posteriormente, de organizaciones político-religiosas, que han difuminado los límites entre lo religioso, lo político y económico, característico del mundo globalizado y sus dinámicas. Bastian (1), expone que las sociedades protestantes son fruto de la cultura política del liberalismo, viéndose materializado en la creación de sus propias redes organizativas y en el rechazo al mundo, es decir, a la sociedad percibida como lugar de pecado; lo anterior siguiendo los principios protestantes y liberales de separación entre lo público y lo privado. Es así como a partir de la segunda mitad del siglo XIX y por la influencia que tiene la adopción de modelos organizativos liberales, las sociedades protestantes habían funcionado como laboratorios de inculcación de valores y prácticas democráticas.
García y Michel (2), señalan que las estrategias desarrolladas por los pentecostales giran en torno a lo global, combinadas con postulados del liberalismo; es decir, se da una defensa de la acción individual como medio para atribuir la completa responsabilidad de la propia vida y sus desenlaces, de conformidad con el principio neoliberal de a cada quien lo que se merece. En la misma línea se enmarca el pago del diezmo y la ofrenda, elementos centrales en los espacios pentecostales.
La “cultura de la pobreza” y la expansión pentecostal han forjado una relación estrecha, en la cual se han reproducido esquemas y estructuras tradicionales de autoridad, según Bastian (3). Dicha relación clientelar ha evolucionado de manera acelerada en función de la amplitud de la base social movilizada, permitiéndoles desarrollar negociaciones corporativistas con actores políticos legítimos. La principal consecuencia de esta convergencia, señala el autor, fue la formación de un bloque religioso evangélico y pentecostal en torno a las afinidades electorales; posicionándose contra el comunismo, y en apoyo a los regímenes militares de la época, actores interesados en ampliar o crear su base de apoyo. Asimismo, esta cooptación de sectores religiosos evangélicos y pentecostales por los regímenes militares tuvo relación con la resistencia de la Iglesia Católica a los mismos – este fue el caso de Pinochet en Chile, generales brasileños, los sandinistas, etcétera.
Es a partir de la fusión de intereses religiosos y políticos que, como menciona Bastian (4), se da la irrupción en la década de 1970 de actores evangélicos y pentecostales a nivel municipal. Posteriormente, con la caída de los regímenes militares y las “transiciones democráticas” a finales de 1980, estas organizaciones se comienzan a consolidar de manera paulatina como partidos políticos. Nicaragua, Costa Rica, Guatemala y El Salvador fueron víctimas de tales acontecimientos durante los procesos electorales entre 1987 y 1998.
Particularmente el caso guatemalteco, explica Bastian (5), sufrió de una adhesión masiva por parte de la población a iglesias evangélicas de tipo neopentecostal y pentecostal – del 30%, en su mayoría grupos indígenas. Los discursos políticos resaltaban la imagen del born again, personificado en el general Efraín Ríos Montt. Años después, el apoyo de la Alianza Ministerial de Guatemala – conjunto de pastores evangélicos del país – fue decisivo para el triunfo electoral de Jorge Serrano Elías y su vicepresidente pentecostal.
En El Salvador, Bastian (6) expone que durante las elecciones presidenciales y legislativas de 1994, el Movimiento de Solidaridad Nacional obtuvo un 1.06% de los votos, mientras que el Movimiento Unidad un 2.41%, obteniendo un diputado en la Asamblea Nacional. Este tímido ascenso se dio también en Costa Rica, donde en las elecciones de 1998 el partido Renovación Costarricense logró un 1.39% de los votos en las elecciones presidenciales. Finalmente, en 1996 en las elecciones legislativas nicaragüenses, el partido Camino Cristiano Nicaragüense logró 4 diputados en la Asamblea.
Siguiendo el análisis de Bastian (7), la irrupción política por parte de los sectores religiosos se puede explicar a partir del pasado y la cultura política latinoamericana. Ambos factores permeados por el autoritarismo y los mecanismos de dominación de una herencia colonial que no ha podido ser erradicada tras más de cien años de independencia nacional, moldeando así las relaciones sociales. El autor plantea que la estratificación social en América Latina es segmentaria y racial, teniendo como base el dominio por parte de minorías blancas, constantemente asechadas por la amenaza mestiza.
Asimismo, la verticalidad de las relaciones sociales es la expresión de un orden tradicional ligado a las mentalidades y los hábitos, así como producto de los actores institucionales – Estado e Iglesia Católica – que se beneficiaron de su herencia colonial. En otras palabras, ambos son actores que han reproducido formas más o menos oligárquicas y personalizadas de concentración del poder y rechazo contra el instinto de independencia de las bases populares. El caudillismo hacia arriba y el caciquismo hacia abajo resultan expresiones características de los mecanismos de dominación de las sociedades latinoamericanas, según Bastian (8).
Sobre el latinoamericano pesa, como una lápida, una vieja tradición que lo lleva a esperarlo todo de una persona, institución o mito poderoso y superior, ante el que abdica de su responsabilidad civil. Esta vieja función dominadora la cumplieron en el pasado los bárbaros emperadores y los dioses incas, mayas o aztecas y, más tarde, el monarca español o la Iglesia virreinal y los caudillos carismáticos y sangrientos del siglo xix. Hoy, quien lo cumple es el Estado. Esos Estados a quienes los humildes campesinos de los Andes llaman "el señor gobierno", fórmula inequívocamente colonial, cuya estructura, tamaño y relación con la sociedad civil me parece ser la causa primordial de nuestro subdesarrollo económico y del desfase que existe entre él y nuestra modernización política. (Vargas Llosa citado por Bastian, 9)
A modo de cierre, resulta evidente que los límites entre los ámbitos político, económico y religioso son cada vez más difusos en el contexto centroamericano. El movimiento pentecostal contribuye a la normalización de dinámicas que complejizan el escenario político-social, además de entablar relaciones en las que los papeles de ganadores y perdedores se mantienen estáticos, esto a pesar de apelar a una cultura y defensa de la persona pobre. El accionar político y económico de las organizaciones pentecostales parece reflejar un aprovechamiento de las condiciones de pobreza, explotación, herencia colonial y exclusión que sufre la mayoría de la población centroamericana como producto de un pasado hostil y condenatorio cuyo fin no se logra visibilizar en un futuro cercano.
Notas
- Bastian, J. (1999). Los nuevos partidos políticos confesionales evangélicos y su relación con el Estado en América Latina. Estudios Sociológicos, 17(49), 153-173. Recuperado de http://www.jstor.org.ezproxy.sibdi.ucr.ac.cr:2048/stable/40420556
- García, J. & Michel, P. (2014). El neo-pentecostalismo en América latina. Contribución a una antropología de la mundialización. Sociedad y Religión: Sociología, Antropología e Historia de la Religión en el Cono Sur, XXIV(41), 43-78. Recuperado de http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=387239044003
- Ibid.
- Ibid.
- Ibid.
- Ibid.
- Ibid.
- Ibid.
- Ibid.