Análisis Semanal 260: La masacre de Nueva Zelanda: identity politics y racismo epistémico (18 de marzo de 2019)

Año: 
2019
Autor(es): 

El pasado 15 de marzo de 2019 se perpetuó un ataque terrorista contra la población musulmana radicada en Nueva Zelanda. Concretamente contra las comunidades de las mezquitas Masjid Al Noor y el Centro Islámico de Linwood en Christchurch. Los motivos del ataque son claros: un personaje blanco, de origen australiano, supremacista blanco, actuó en contra de lo que consideraba era una invasión de musulmanes contra la población blanca y cristiana de Nueva Zelanda. Este atentado terrorista—al que no le cabe otro calificativo, que terrorista, como bien lo dijo la Primer Ministra del país (1)—provocó la muerte de 50 personas entre ambas mezquitas. El perpetuador del ataque, un llamado “lobo solitario”, subió un manifiesto en Twitter explicando sus acciones—al cual desgraciadamente no se tuvo acceso—y publicó en redes sociales la matanza de las personas que realizó, propiamente a través de Facebook Live (2).

La Primer Ministra de Nueva Zelanda ha dicho que no mencionaría el nombre de la persona que perpetuó el atentado, ya que una de sus motivaciones que lo llevó a cometer el acto era obtener notoriedad. Asimismo, ante la posibilidad de generar un efecto de contagio que motive otros atentados dentro y fuera del país, es que no nombraría al perpetuador del atentado (3). Esta persona tuvo contactos con otros supremacistas blancos en un viaje a Europa realizado años antes, y tuvo acceso a armas semiautomáticas al pertenecer a un club de tiro en Nueva Zelanda (4). Su proceso de radicalización fue paulatino hasta cometer el atentado contra la población musulmana del país, que ni siquiera asciende al 1% de la población (5). Finalmente, la misma Primer Ministra dijo que este atentado no refleja la sociedad, identidad ni ideología de Nueva Zelanda, mostrando más bien intolerancia, islamofobia y odio, que no reflejan los valores neozelandeses (6).

Los atentados terroristas parecen haberse convertido en un hecho recurrente de la vida internacional, mostrando la importancia de lo que se conoce actualmente como identity politics. Una de las voces más influyentes de quienes escriben actualmente al respecto es Francis Fukuyama, quien argumenta que luego de la caía de la URSS, el debate pasó de las condiciones estructurales de producción y desigualdad al debate sobre la identidad y el reconocimiento cultural. Fukuyama viene a lamentarse que el actual identity politics invisibiliza la desigualdad económica, divide y polariza las sociedades innecesariamente, crea un ambiente represivo relacionado con lo políticamente correcto, y es, al final de cuentas, un atentado contra los valores occidentales de la ilustración (7).

Al final, Fukuyama pregona que los países occidentales deben dejar cualquier noción de nacionalidad que se fundamente en criterios biológicos o genéticos, así como también implementar más control migratorio, sin caer en propuestas de creación de muros fronterizos. Fukuyama propone que Europa, azotada por las migraciones, siga el modelo estadounidense, donde el país logró posicionar una serie de valores por encima de cualquier criterio identitario, que permite una nacionalidad abstracta que unifique, cohesione y armonice una sociedad desigual y heterogénea. El problema con el identity politics, argumenta, es que invisibiliza los reclamos de los proletarios blancos, permitiendo que caigan presa fácil de una derecha chovinista y xenófoba, lo cual permitió que Trump llegara al poder, mientras que la izquierda—reducida al Partido Demócrata para Fukuyama, un sinsentido del cual no es posible dedicarle muchas líneas en este momento—está obsesionada con el identity politics (8).

En resumidas cuentas, fue el Partido Demócrata, con su obsesión sobre la política de identidad, lo que permitió que la clase trabajadora tradicional de Estados Unidos cayera en manos de Donald Trump. El problema actual de la sociedad no radica en el racismo ni en el sistema capitalista de explotación, sino en que la izquierda dejó de ser un contrapeso efectivo, obsesionándose con el identity politics.

¿Por qué esto importa para el atentado terrorista perpetrado en Nueva Zelanda? La respuesta recae en que el guion sobre el atentado parece ser el mismo siempre que esté involucrado una persona blanca, mientras que es completamente diferente, pero siempre un guion, cuando se trata de una persona musulmán. Si es blanco, siempre es una matanza, “a mass shooting”, y pocas veces se le resalta el contenido terrorista que posee, que parece ser monopolio exclusivo, al menos en ciertos medios, para el islam, tomado de forma general, simplista y reduccionista. Si en efecto se llega a vincular con el terrorismo, entonces se procede a recalcar que era un “lobo solitario” un supremacista blanco que no representa “los valores tradicionales de la sociedad que lo produjo y le dio origen”. Las sociedades modernas, al menos las democracias liberales occidentales, todas son tolerantes, cosmopolitas y diversas, y esa es la cultura verdadera, no las expresiones de odio que de vez en cuando se muestran en su seno.

Nada más lejos de la realidad. Las sociedades modernas, y en especial las democracias liberales occidentales siempre se han fundamentado en un modelo de explotación y diferenciación que busca crear un Otro, como proceso de identidad, marcado tajantemente por las líneas de la superioridad/inferioridad. Esto tiene sus antecedentes desde los griegos clásicos, que dividían el mundo dicotómicamente entre civilizados (nosotros) y los bárbaros (los otros, en especial los imperios asiáticos, el persa por ejemplo). Este pensamiento dicotómico de generación de identidad a partir de la otrorización y marcación de lo superior (nosotros) e inferior (los otros) se ha mantenido desde entonces en el pensamiento occidental, y ha sido sostenido sobre una base material de relaciones sociales de producción que no sólo lo han mantenido, sino que le permitieron expandirse con la colonización del mundo a todo lo largo y ancho del planeta (9).

En otras palabras, sobre la base de relaciones sociales de producción, hoy capitalistas, antes feudales, y en tiempo de los griegos, esclavistas, es que el contenido racista de la sociedad occidental sirvió de fundamento para legitimar la conquista y explotación del resto del mundo desde los siglos XV y hasta el siglo XX, al menos con la colonización abierta y descarada, pero que se mantiene de forma solapada hasta hoy en día. Gramsci define que la hegemonía es la forma en que una clase o grupo dominante se convierte en grupo o clase dirigente a través de la creación de consenso de los sectores oprimidos de la sociedad, al hacer pasar un valor particular como universal (10). El racismo que motivo la colonización fue precisamente la hegemonía, fundamentada sobre una forma de concebir al mundo convertida en sentido común (ideología gramsciana) de anterior data. Esta hegemonía fue lo que permitió la movilización de amplios sectores oprimidos de las sociedades occidentales a favor, y la realización de hecho, de la conquista y expoliación del resto del mundo.

Se propone ahora volver a la anterior pregunta: ¿por qué esto importa para el atentado terrorista contra la población musulmana en Nueva Zelanda? Bueno, si se sabe un poco de la conquista del Reino Unido de los territorios ahora concebidos como Nueva Zelanda y Australia, se puede saber con certeza la respuesta. Ambos territorios fueron conquistados brutalmente por los británicos, al punto de casi exterminar a la población autóctona, con el objetivo de enviar a sus llamados “indeseables” o criminales y en amplios términos su lumpenproletariado, a estos territorios, con el objetivo que fuera esta población la encargada de colonizar y explotar los recursos de estos territorios. Por lo tanto ¿no existe alguna incoherencia al fundamentar el perpetuador de la masacre de que su atentado era producto de la invasión musulmana contra la población de Nueva Zelanda? ¿No existe a su vez una incoherencia de la misma Primer Ministra al decir que este sujeto no representa los valores neozelandeses, cuando el mismo Estado se origina estructuralmente sobre la base de un exterminio étnico?

Pueden existir argumentos en contra de lo que se propone aquí, tales como, por ejemplo: que si esa fue la historia de Nueva Zelanda en algún momento, eso no significa que sea la cultura y la identidad neozelandesa actual. Pues se estaría de acuerdo parcialmente con tales argumentos en el entendido de que la cultura y la identidad no tienen como base un fundamento biológico-genético, sino que son un devenir histórico, producto de las relaciones conflictivas dentro de la sociedad civil, así como dentro del bloque histórico construido a partir de las relaciones entre la sociedad civil y la sociedad política que busca subsumir a la primera en su seno, englobándola y dominándola por la coerción y la legitimidad para conformar un todo, fundamentándose en un hegemonía  (11).  

Sin embargo, como devenir histórico, su desarrollo histórico importa, y por lo tanto importa cómo se constituyó en Estado, así como las bases estructurales y supraestructurales sobre las que este Estado se llegó a fundamentar. En palabras de Franz Fanon (12), puede que los países hayan logrado la independencia en sus luchas de descolonización, pero la estructura económica que mira hacia las antiguas metrópolis fue dejada intacta por la burguesía liberadora. Lo mismo ha sucedido en muchos casos con los valores culturales e identitarios que informan a la sociedad civil de forma hegemónica.

Muchas personas podrían creer que en un momento de globalización como el actual la línea de argumentación que aquí se defiende debe ser acusada de falsedad. Bueno, la globalización se fundamentó sobre unas determinadas formas de relaciones sociales de producción, típicamente capitalistas, que usaron de sí la estructura dejada por la anterior colonización, para la creación de la actual división internacional del trabajo, fundamentada sobre el intercambio desigual de mercancías, capitales y deuda (13).

En otras palabras, la globalización ha sido útil para alguien, y este alguien puede ser definido, de una forma simplista claro está, como Occidente, o de forma más específica, por las potencias occidentales y sus clases dirigentes. Estas clases dirigentes han sabido la importancia de que en un mundo globalizado se debe crear hegemonía para mantener su dominación. Esta hegemonía se ha construido a favor de valores típicamente occidentales a favor del libre mercado, el Estado de Derecho, la libertad, justicia e igualdad, y en una menor medida, la democracia. Podría decirse que también sucede lo mismo con los derechos humanos, entendidos estos no en su concepción de avance de derechos de todas las personas, sino en su versión útil para el intervencionismo liberal (imperialista) de occidente, como sucedió en Libia.

A pesar de lo anterior, cuando estos constructos occidentales se impusieron sobre sociedades ficticias, construidas a partir de la colonización, lo que se creó fue realmente un Estado y una sociedad para unos, y un Estado y una sociedad contra otros. Algo que Francois Burgat a entendido como una modernidad impuesta sobre los pueblos y naciones colonizados (14).

Si a lo anterior se le suma la promulgación del llamado choque de civilizaciones, en el que Huntington define al islam, generalizándolo de forma simplista y reduccionista, como el enemigo siguiente, luego de la URSS, para la “civilización occidental” (15), se entiende el devenir histórico de la hegemonía actual del mundo globalizado. Esto no quiere decir que la globalización se mala, simplemente se argumenta aquí cómo fue construida en sus bases materiales y culturales de forma dialéctica, a favor de ciertos grupos dominantes de las principales potencias del mundo del momento.

Entendido el trasfondo del bloque histórico en el que se ubica el atentado contra las mezquitas en Nueva Zelanda, se comprende de mejor forma que lo que sucedió el 15 de marzo de 2019, y que ha sucedido previamente de forma recurrente, no es un hecho aislado, único, sui generis, que nada tiene que ver con la cultura occidental, ni la hegemonía de poder en el mundo. Por el contrario, es la cara más brutal y violenta de esta dominación hegemónica.

El problema del análisis de Fukuyama es que realmente es un reclamo a la nostalgia de un pasado idílico fundamentado en una igualdad formal del ser humano, en vez de una igualdad real. En este sentido, si bien la sociedad civil era divisiva y conflictiva, esta se fundamentaba sobre una hegemonía que hacía de todos seres iguales formalmente, a través de la ciudadanía a un Estado en común. Con el advenimiento del identity politics, esta ficción—ya que no cabe otra palabra más que esa, una completa ficción—se ha ido cuestionando, trayéndosele abajo con evidencias históricas. En primer lugar, el feminismo liberal había demostrado que esa ciudadanía o igualdad formal era meramente para los hombres. Olympe de Gouges incluso fue más allá, y durante la Revolución Francesa intersecó la dominación machista con la dominación colonial-esclavista del momento, criticando la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, con su propia Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. Por ello pagó con su vida.

El feminismo interseccional ha demostrado que existen esquemas de opresión que se intersecan sobre las sociedades y los individuos, que son consubstanciales y coproducidas (16). Franz Fanon ha entendido que el racismo se constituye en la definición de una diferenciación superioridad/inferioridad sobre múltiples categorías, tales como color, etnicidad, lengua, cultura y religión (17). La interseccionalidad permite entender cómo estos esquemas se intersecan para crear una sociedad desigual, bajo bases estructurales de relaciones sociales de producción desiguales de clase, así como a partir de la dominación de género. No es posible separar un esquema de opresión de otro, ya que todos se producen y coproducen al mismo tiempo, bajo diferentes manifestaciones de tiempo y lugar históricos.

Todo esto ha producido lo que Fanon llamaba las zonas del ser y las zonas del no ser (18). Y lo que Fukuyama no entiende, es que precisamente las desigualdades y opresiones de identidad se fundamentan sobre, y dialécticamente vienen a su vez a justificar y fundamentar, las relaciones sociales de producción, por lo que el problema no está en el énfasis de la identity politics actual por parte de la izquierda. Lo que realmente sucede es que el mundo se encuentra bajo una crisis orgánica, en la cual se ha puesto en tela de duda las instituciones, la legitimidad y la fundamentación cultural e ideológica (entendiéndola como una forma de concebir el mundo) hegemónicas (19).

El modelo económico ha sido puesto en tela de duda a partir de la crisis de 2008, así como el modelo político, cuestionando su legitimidad fundamentada en una unidad nacional abstracta y ficticia que invisibiliza las desigualdades sociales sobre las que se fundamenta esa sociedad civil, así como esa sociedad política, que producen y reproducen dichas desigualdades y opresiones.

Por lo tanto, las actuales expresiones, de las que tanto se lamenta Fukuyama, de supremacismo blanco, como el atentado contra las mezquitas en Nueva Zelanda, son realmente la reacción de quienes han basado su identidad en los fundamentos hegemónicos previos, para mantener sus privilegios. En la zona del ser, como lo decía Fanon, existen desigualdades, sin embargo, estas desigualdades tienen límites (20). Una forma de verlo previamente era cómo los griegos clásicos no permitían el esclavismo entre mismos griegos, pero no había problema con esclavizar a los pueblos bárbaros. Actualmente, con la crisis orgánica, la reacción se manifiesta en un supremacismo blanco, un chovinismo y en islamofobia, en la que caen presa muchos sectores de la población por la perdida de su estatus social en condiciones de degeneración de las condiciones materiales.

En otras palabras, en la zona del ser la hegemonía se fundamenta sobre, como ya se dijo, una identidad común de todos los sectores de la población, fundamentada en la otrorización, que se construyó para invisibilizar la explotación feudal en algún momento histórico en Europa, ahora capitalista en Occidente. En momentos en que la desigualdad económica mundial ha aumentado, y en que se está visibilizando el racismo epistémico sobre el que se fundamenta el bloque histórico actual, poniendo en juego el estatus de las llamadas clases medias en Occidente, quienes se han beneficiado de la hegemonía puesta en entredicho actualmente ahora buscan mantenerla por la fuerza. Esto permite entender con más amplitud el rol de las llamadas clases contradictorias propuesto por Erick Olin Wright (21).

Estas clases contradictorias, la clase media, que debe vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, siendo por tanto proletaria, se desliga y recela al proletariado por su estatus social. De esta forma actúa de forma contradictoria a sus intereses de clase, permitiendo y manteniendo al sistema de explotación capitalista. Esto provoca que en momentos de crisis orgánica, que va más allá que la meramente económica, estas clases contradictorias se entiendan a sí mismas como espacialmente amenazadas. Esto es especialmente cierto cuando se cuestionan los fundamentos del mismo Estado, ya que como bien ha demostrado Gramsci, estas clases basan su identidad en la ficticia identidad nacional propuesta por el Estado (22). Si a esto se le suma la crisis del Estado Benefactor actual, el panorama se vuelve completamente claro.

Los actos de los supremacistas blancos, desde Donald Trump, el KKK, hasta el atentado terrorista contra la población musulmana son la reacción del sistema, en plena crisis orgánica, para mantener sus esquemas de opresión intactos, y que usa de la mano, como carne de cañón, a miembros de la clase contradictoria. Esto ha tenido un antecedente histórico previo: el fascismo. En palabras de Robert Paxton (23),

El Fascismo puede ser definido como una forma de comportamiento político marcada por la preocupación obsesiva del declive, humillación o victimización de la comunidad, y por el culto compensatorio a la unidad, la energía y la pureza, en el cual un Partido de masas de militantes nacionalistas comprometidos, trabajando en una colaboración inestable pero efectiva con las élites tradicionales, abandona las libertades democráticas y persigue con violencia redentiva y sin restricciones éticas ni legales, metas de limpieza interna y expansión externa.

Esto es precisamente lo que propone y busca el supremacismo blanco, para mantener la hegemonía occidental, capitalista, patriarcal, racista, colonial, actual. En resumidas cuentas, lo que se busca es que, “Si deseamos que las cosas permanezcan tal y como han sido hasta ahora, las cosas deben cambiar” (24).

Con esto también se puede vislumbrar una de las principales diferencias entre el terrorismo blanco y el llamado terrorismo islámico o yihadismo. El terrorismo blanco es fascista, y busca, de forma reaccionaria, mantener sus privilegios de género, raza y clase, mientras el yihadismo lo que busca es darle un lugar de universalidad a una concepción de islam que se propugna. Esta concepción de islam es por lo general simplista y violenta, en especial contra los propios miembros musulmanes, como los chiitas. En este sentido, el terrorismo blanco es la reacción de una hegemonía en amenaza, mientras que el yihadismo se ubica más como una contrahegemonía en términos gramscianos. Esto no viene, en lo más mínimo a legitimar actos de violencia ni de terrorismo, sino simplemente a comparar y demostrar las diferencias entre ambas posturas.

Si no se comprenden estas diferencias y motivaciones completamente diferentes, ¿cómo se espera realmente ofrecer una situación a la situación de violencia que vive el mundo actualmente? Muy simple, no se podría. De esta forma, no hay que olvidar que como bien encuentra Fanon, quienes solo han conocido la violencia, ¿cómo se espera que respondan de forma no violenta? (25) Y la mayoría de las veces la violencia simbólica es la forma más cruel y despiadada de violencia.

Desgraciadamente, estos actos de violencia yihadista solo sirven para que los medios de comunicación sirvan para construir una imagen del islam completamente incompatible con los valores y creencias occidentales, reduciendo al islam a violencia y barbarie. Esto reproduce al islam dentro de la zona del no ser, dentro de los sub-humanos o los no humanos (26). Esto a su vez, ha facilitado, por un lado, la legitimación de intervenciones imperialistas en Oriente Medio, así como también, ha servido de caldo de cultivo para la generación de una reacción fascista a una contrahegemonía como lo es la identity politics. Al menos la más crítica, que no permite su asimilación capitalista, como el pinkwashing, sino que critica a todos y cada uno de los esquemas de opresión actuales, como es la interseccionalidad.

Como se ha buscado argumentar en este escrito, el atentado contra la población musulmana en Nueva Zelanda es parte de un movimiento fascista en crecimiento en ciertas partes del mundo—diferente contextual e históricamente del tradicional—que se nutre de un racismo epistémico sobre el que se fundamenta la hegemonía occidental mundial actual, construido a partir de las relaciones dialécticas entre las relaciones sociales de producción, las relaciones culturales, religiosas y políticas, es decir, las relaciones entre la sociedad civil y la sociedad política, que conforman el bloque histórico global actual. No se trata, con esto, de simplemente atacar a personas con quienes no se comparten valores y creencias utilizando el término fascismo, sino de darle un contenido actualizado a dicho término sobre criterios científicos, a partir de personas que han estudiado el fenómeno previamente.

Asimismo, se ha buscado explicar que el atentado en Nueva Zelanda no obedece a un hecho aislado, único ni sui generis, sino que es la reacción de una hegemonía en plena crisis orgánica, construida sobre bases estructurales y supraestructurales que reproducen y legitiman un racismo epistémico de parte de occidente. Esta hegemonía a su vez es la responsable de subyugar a pueblos, naciones, religiones y creencias, provocando su respuesta violenta, que sirve discursivamente para mantener claramente las fronteras entre un nosotros y unos otros, entre la zona del ser y la zona del no ser, entre civilizados y bárbaros, entre humanos y no humanos. Con ningún otro grupo humano se ha ejercido de forma tan brutal la dominación violenta que sustenta esa hegemonía que con las y los musulmanes, dando una imagen retrógrada del islam, cuando realmente es sumamente diverso, heterogéneo, y en gran medida compatible con muchos de los valores que se propugnan en occidente, como la democracia, la libertad, la justicia, la igualdad y los derechos humanos.

Notas

  1. López, G. (19 de marzo de 2019). New Zealand prime minister on mosque shooter: “You will never hear me mention his name”. Vox. Recuperado de: https://www.vox.com/2019/3/19/18272635/new-zealand-mosque-shooting-name-notoriety
  2. Marsh, J. y Mulhollando, T. (16 de marzo de 2019). How the Christchurch terrorist attack was made for social media. CNN. Recuperado de: https://edition.cnn.com/2019/03/15/tech/christchurch-internet-radicalization-intl/index.html
  3. López, G. (19 de marzo de 2019). Op cit.
  4. Sengupta, K. (16 de marzo de 2019). Brenton Tarrant: Suspected New Zealand attacker ‘met extreme right-wing groups’ during Europe visit, according to security sources. The Independent, News, World, Australia. Recuperado de: https://www.independent.co.uk/news/world/australasia/brenton-tarrant-new-zealand-attacker-far-right-europe-gunam-shooting-a8825611.html
  5. Al Jazeera. (15 de marzo de 2019). New Zealand PM: Dozens killed in 'terrorist' attack on mosques. News, New Zealand. Recuperado de: https://www.aljazeera.com/news/2019/03/shooter-situation-zealand-mosque-attack-190315015927391.html
  6. López, G. (19 de marzo de 2019). Op cit.
  7. Fukuyama, F. (2018). Against Identity Politics. The New Tribalism and the Crisis of Democracy. Foreign Affairs (September/October Issue). Recuperado de: https://www.foreignaffairs.com/articles/americas/2018-08-14/against-identity-politics-tribalism-francis-fukuyama
  8. Ibid.
  9. Grosfogue, R. (2011). Racismo epistémico, islamofobia epistémica y ciencias sociales coloniales. Tabula Rasa, N°14, pp. 341-355.
  10. Gramsci, A. (2017). Escritos. Antología. Traducción de Manuel Sacristán y César Rendueles. Madrid: Alianza editorial.
  11. Ibid.
  12. Fanon, F. (1963). Los condenados de la tierra. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.
  13. Osorio, J. (2018). Sistema mundial. Intercambio desigual y renta de la tierra. Ciudad de México: UAM.
  14. Burgat, F. (2003). Face to Face with Political Islam. New York: I.B. Tauris.
  15. Hungtington, S. (1997). The Clash of Civilizations: Remaking of the World Order. New York: Rockefeller Center.
  16. Viveros Vigoya, M. (2016). La interseccionalidad: una aproximación situada a la dominación. Debate Feminista, 56, pp. 1-17.
  17. Grosfoguel, R. (2012).  El concepto de «racismo» en Michel Foucault y Frantz Fanon: ¿teorizar desde la zona del ser o desde la zona del no-ser? Tabula Rasa, N°16, pp. 79-102.
  18. Citado por Grosfogue, R. (2012).  El concepto de «racismo» en Michel Foucault y Frantz Fanon: ¿teorizar desde la zona del ser o desde la zona del no-ser? Tabula Rasa, N°16, pp. 79-102.
  19. Gramsci, A. op cit.
  20. En Grosfoguel, R. op cit.
  21. Olin, E. (2015). Comprender las clases sociales. Madrid: Ediciones Akal S.A.
  22. Gramsci, A. op cit.
  23. Paxton, R. (2004). The Anatomy of Fascism. New York: Alfred A. Knopf.
  24. Paxton, R. (1998). The Five Stages of Fascism. The Journal of Modern History, 70(1), pp. 1-23.
  25. Fanon, F. op cit.
  26. Grasfoguel, R. op cit.