Análisis semanal 245: Violencia, crimen organizado y migración en Centroamérica (10 de diciembre de 2018)

Año: 
2018
Autor(es): 

 

Introducción

Históricamente Centroamérica se ha posicionado como región marcada por la violencia y la inseguridad, desde las guerras, hasta las acciones policíacas, los choques, los crímenes y los ataques, han marcado las realidades de la región. Así, conforme pasan los años, las pausas entre una muerte violenta y otra, se reducen, y cada segundo aumenta la violencia.

Los acuerdos de paz, que una vez buscaron sentar las bases de una sociedad democrática y pacífica, no dieron resultado, y las guerras sangrientas continúan siendo parte de la cotidianidad.

En un contexto marcado por la aparición en la escena de nuevos actores, el crimen organizado participa en la guerra de la violencia, y cada vez más personas centroamericanas son obligadas a huir de sus países y encaminarse en peligrosos recorridos migratorios adornados por la muerte y el peligro.

Una historia de sangre: Un acercamiento a las violencias de la región

“Cualquiera sea la explicación más cercana a la realidad, el hecho innegable es que la violencia abruma hoy a los pueblos centroamericanos, que se encuentran sumergidos en un costoso desangramiento cotidiano e imposibilitados así para pronunciar con libertad su palabra histórica” (1).

El enmarañado y multifacético tema de la violencia ha generado una diversidad muy amplia de puntos de vista, que desde las distintas disciplinas han intentado acercarse a su entendimiento y posible explicación. Así, se han desarrollado entonces, definiciones parcializadas, que han retomado el tema desde ciertas lógicas que obvian la dimensión histórica del fenómeno, y su significancia psicosocial (2).

De manera que, como lo advierte Ignacio Martín Baró (3), se han suscitado ingenuas ilusiones que, respaldadas en el interior de los famosos acuerdos de paz de Esquipulas, ignoran el enraizamiento histórico de los fenómenos de violencia regional, disociando de esta forma, los contextos histórico-culturales, y simplificando entonces su estudio a simples coyunturas sin relación.

Y es que teniendo en cuenta lo anterior, sobresale la duda eterna que hasta la fecha hostiga a las realidades del istmo, y que se resume a: ¿por qué existe tanta violencia en los países centroamericanos? La misma pregunta se hacía Baró a finales de los años ochenta, y hoy, casi treinta años después, más que nunca el cuestionamiento sigue vigente y con mayor profundidad, bajo un contexto que hace de Centroamérica una de las regiones más violentas del mundo.

Resulta un tanto evidente que, la violencia varía en su procedencia, significado y consecuencias, y que para abordar los actos de violencia estos deben ser estudiados desde sus factores constitutivos, como el camino para comprender mejor sus orígenes y funcionamientos, lo cual implicaría trascender de lo que Marín Baró presenta como la visión dicotómica de las dos violencias antagónicas, que supone diferenciar a la violencia emanada desde el poder dominante, y aquella que es producida en el seno de los que se oponen a este dominio (4).

Lo anterior es atravesado por aceptar que se trata de un tema ideologizado, en la medida que “la violencia será de los otros que nos antagonizan, no lo que hace el propio grupo al que se pertenece, para promover y afianzar sus intereses” (5), lo cual finaliza dando forma al sentido que toma esta violencia, que se entremezcla con el contexto posibilitador que facilita su aparición y legitimación, así,

-la- violencia no es lo mismo que sangre, aunque muchas veces la sangre acompañe a la violencia. Violencia quiere decir ruptura, y la ruptura es, en este caso concreto, con una manera de ser social, política. La violencia apunta a un abismo de discontinuidad entre el sistema existente y aquel que se pretende instaurar (6).

De este modo, la violencia funciona porque contiene un valor esencialmente instrumental para quien la ejerce, siendo una herramienta que extiende la posibilidad de lograr determinados propósitos, que, en el caso de América Latina, se han comenzado a entretejer con las “mismas estructuras sociales de explotación y dominio, los mismos valores de competencia y poder, el mismo estilo ideal de vida consumista que lleva al acaparamiento injusto y arrastra a la discriminación social” (7).

Así, “la continua conculcación de los derechos humanos más fundamentales ha producido una acumulación explosiva de aspiraciones frustradas, de anhelos pisoteados, de reivindicaciones reprimidas” (8),  que, profundizadas por el desempleo, el deterioro económico, el hambre y la desesperación se unen a un contexto histórico de confrontación bélica, que anida sobre esquemas de opresión y violencia estructurales, que incorporados en el ordenamiento social son mantenidos por las instituciones sociales, mientras se justifican y legalizan a través del ordenamiento normativo (9).

Esta cultura de la violencia que se ha instaurado sobre el tejido social hace que las víctimas no tengan nada que envidiarle al siglo pasado, considerado el más cruel de la historia, y se torna en la herencia más sombría que se lega a las generaciones centroamericanas, que confrontan diariamente a la muerte desde la cercanía mientras se vuelven las víctimas inocentes de una lucha histórica que se encarna en la actualidad a través de los rostros de la violencia delincuencial, la represiva y la bélica.

Violencia y Crimen Organizado en Centroamérica

La violencia que se vive en el territorio centroamericano ha comenzado a tomar formas distintas a aquella presenciada por la segunda mitad del siglo XX; en la actualidad más que el poder político, estas se movilizan por los beneficios particulares y organizacionales, que, en primer lugar, empiezan a comprometer las ilusiones de paz y gobernabilidad, y, en segundo lugar, inician una estrecha relación con las estructuras de crimen organizado (10).

Este fenómeno de violencia se ha asentado principalmente en los países ubicados en el Triángulo del Norte, en donde como se ha mencionado, encuentra su refuerzo en:

la pobreza o mejor dicho el empobrecimiento y la desigualdad social, la ingobernabilidad de territorios que también se ve reflejada en la poca capacidad para que se cumplan las leyes, el acceso progresivo de armas de fuego ligados a ciertos patrones culturales para demostrar fuerza, y finalmente, el poco acceso a la educación y al trabajo, lo cual hace muy susceptible a la población, sobre todo a los jóvenes (11).

Su propagación mantiene una estrecha relación con aquellos lugares que no solo empobrecidos, se mantienen fuera del control estatal, facilitando la aparición de sus portadores típicos, o sea, los bandos de traficantes, los delincuentes comunes, las maras o pandillas (12). Así, los “Estados débiles” se tornan en un factor ideal para facilitar la violencia, que, aunada a la segregación urbana, el mercado de la droga y la cultura de la masculinidad se encarna en la epidemia de homicidios que vive la región. De modo que,

En zonas donde hay ausencia del Estado, surgen poderes alternativos que van imponiendo su orden y normas con la violencia. Son actores ilegales que operan en zonas protegidas por ellos mismos; allí no impera la ley más que la propia, que ejerce la violencia con toda libertad; estas zonas son espacios sin ley (13).

 

Imagen Nº1

TASAS ANUALES DE HOMICIDIOS EN CENTROAMÉRICA 2000-2014 (14)

 

Imagen Nº2

MAPA TASAS DE HOMICIDIOS POR CANTÓN O MUNICIPIO 2013 (15)

En Centroamérica se han formado territorios “porosos” y de fácil acceso para la criminalidad como resultado muchas veces de que las “personas que arribaron a las capitales latinoamericanas eran, en general, personas desempleadas, campesinos sin tierra, desplazados internos por la guerra, personas con bajos niveles de escolaridad, que lo que buscaban eran nuevos horizontes para ellos y para sus familiares” (16), pero que tuvieron que ocupar las zonas marginales o ubicadas en las afueras, consolidado la historia de desigualdad, que para Cardenal (17), resulta el centro del crimen  vivido en la región y el principal factor explicativo para entender las tasas de homicidios. Es decir, la inequidad regional se suma a una debilidad institucional, alta presencia de corrupción e impunidad, y una alta presencia de crimen organizado que finaliza por generar una mayor violencia, conllevando a una especie de círculo vicioso entre violencia, desigualdad y exclusión.

En la actualidad la ola de violencia regional ha sido vinculada a dos actores de crimen organizado: las maras y los traficantes de droga, a los cuales han sido atribuidos gran parte de los desplazamientos de la población, a raíz principalmente de los controles territoriales,

la idea de ambos grupos es, además, de controlar el territorio, traficar, ya sean drogas, armas de fuego, mercancías o personas. La alianza entre las maras y el crimen organizado ha intensificado los niveles de inseguridad y de violencia, aparte que ejercen control de las autoridades y de las comunidades (18).

La penetración de la violencia y el crimen organizado en la cotidianidad de las realidades centroamericanas se ha tornado en uno de los factores primarios que impulsan a los flujos migratorios, que según Jiménez (19), provoca una trágica movilización humana tanto interna como externa, que hace recordar a los días de guerras civiles. De manera que,

La delincuencia se mantiene como la principal fuente de preocupación pública, al tiempo que han crecido las percepciones de que la criminalidad aumentó en 2014. La victimización por delincuencia común también creció, además de los que reportan haber sufrido desplazamiento forzado por la amenaza de grupos delincuenciales. Este último fenómeno parece irrumpir como parte de las nuevas expresiones de la criminalidad prevalecientes en el país, asociadas al mayor control territorial de los grupos criminales (20).

En suma, la ola de constante violencia y crimen organizado aparenta contribuir directamente sobre los desplazamientos forzados, basados en el miedo frente a la violencia proveniente de nuevos y más diversos actores que se disputan el poder de los distintos espacios y territorios.

La migración: ¿Un efecto colateral de la violencia atravesado por más violencia?

En un contexto marcado por el anhelo y la pobreza, el presente y futuro de los habitantes se torna borroso e incierto, mientras empuja a una migración que contiene connotaciones de huida y búsqueda. Es entonces, un intento por escarpar de la violencia y el miedo, en busca de una mejor vida, o inclusive, en búsqueda simplemente de sobrevivir.

La migración centroamericana, es el reflejo no solo de una incapacidad estatal por dar respuesta a las causas que históricamente han detonado la movilidad, sino, también es la consecuencia de una región marcada por la violencia común, la organizada, la institucional y hasta estatal (21).

Si bien, las migraciones han estado presentes en la historia de la humanidad, desde hace varias décadas se han incrementado de manera sostenida y notoria en diversas regiones del mundo, “un rubro que cobra especial relevancia es aquel que se relaciona a procesos de migración forzada y que remite a disputas geopolíticas intervencionismo político y militar, conflictos bélicos y contextos generalizados de violencia y de violaciones a derechos humanos” (22). Es así que,

De acuerdo con el Missing Migrant Project y en consonancia con la tendencia al alza de centroamericanos en tránsito por México, el número de migrantes muertos y desaparecidos ha venido incrementándose en los últimos años, tanto a nivel mundial, como a nivel de las regiones de Centroamérica y Norteamérica. Para el 2014 habían muerto 111 migrantes en Centroamérica y 307 en la frontera México-EU, y para el 2016 esto datos se elevaron a 180 decesos de migrantes en Centroamérica y a 402 en la frontera México-EU (23)

La migración centroamericana ubicada en la década de los 90”s a raíz del proceso de posconflictos bélicos, se ha presentado de manera diferenciada en países como Honduras y El Salvador, debido a que, “mientras la violencia en Honduras se debe a altos índices de criminalidad y asesinato, en el caso de El Salvador esto se relaciona con la presencia y accionar de pandillas como la MS y la M18” (24).

No obstante, el Triángulo Norte en su totalidad, contiene a los tres países centroamericanos con mayores tasas de expulsión de migrantes, lo cual ha sido vinculado directamente con los altos niveles de violencia que hace de la zona un lugar con un aparente conflicto bélico, conllevando al aumento de las solicitudes de asilo y repatriación por parte de personas salvadoreñas, hondureñas y guatemaltecas.

El recorrido migratorio de las personas migrantes se encuentra marcado por diversas situaciones de violencia, exclusión, obstáculos y peligros que trascienden de las fronteras y los países de salida, debido a que,

el tránsito por México se caracteriza por la vulnerabilidad y exclusión de los centroamericanos debido a su situación migratoria irregular. Esto se suma a una situación estructural y generalizada en México donde no hay garantía del ejercicio de los marcos jurídicos y, a semejanza de otros grupos sociales en situaciones precarias, los migrantes sufren en carne propia la ausencia del respeto de los derechos humanos” (25).

Es así como, los robos, la extorsión, los secuestros, las amenazas, las violaciones, los sobornos e inclusive la muerte rodean el camino de los migrantes, y hace que el riesgo de la muerte se torne en omnipresente a lo largo del territorio, siendo personificada por la delincuencia organizada y el estado mismo. Así,” pues, hoy, el carácter de terror que percibe y sufre un transmigrante al cruzar suelo mexicano tiene ya sostén institucionalizado por el tono recurrente con el que se les agrede, se les discrimina y se les asesina” (26).

De esta forma, el control sobre estos territorios implica la propiedad de quienes en el habitan, y al parecer, de quienes lo transitan. Se trata de un dominio no solo sobre las viviendas o lo negocios, sino sobre los cuerpos de las personas; a través del ejercicio “de poder mediante la violencia, -que- se instaura como desafío directo al estado; a un estado sustentado en circuitos de corrupción, de impunidad y de falta de bases para asentarse como el único y legítimo detentor de la violencia” (27).

El manto de violencia y desesperanza que hoy cumbre a la región centroamericana se ha comenzado a entretejer con miedos y esperanzas que, en medio de contextos de terror, indignación y búsqueda, movilizan a los cuerpos. Sin embargo, esta movilización de los cuerpos ha sido enfrentada por disputas sobre el dominio territorial que hacen uso de la violencia como su principal mecanismo de control.

Notas

  1. Dobles Oropeza, I. (2016). “Violencia y Daño Psíquico”. En: Ignacio Martín – Baró: Una lectura en tiempos de quiebres y esperanzas. San José, Costa Rica: Editorial Arlekín.
  2. Ibíd.
  3. Gómez Zamudio, R. (2011). “Migración Centroamericana: Violencia y desesperanza en tiempo del Proyecto Mesoamérica”. Contextualizaciones Latinoamericanas. 3(5), pp. 1-15.
  4. Dobles Oropeza, I. (2016). Op cit.
  5. Ibíd.
  6. Ibíd.
  7. Ibíd.
  8. Ibíd.
  9. Ibíd.
  10.  Jiménez, E. (2016). “La violencia en el Triángulo Norte de Centroamérica: una realidad que genera desplazamiento”. Papel Político, 21(1), pp. 167-196.
  11.  Ibíd.
  12.  Ibíd.
  13.  Ibíd.
  14.  Estado de la Región. (2016). “Capítulo 6: Panorama político”. En: Quinto informe Estado de la Región en Desarrollo Humano Sostenible [Gráfico y Mapa]. San José, Costa Rica: PEN.
  15.  Ibíd.
  16.  Jiménez, E. (2016). Op cit.
  17.  Ibíd.
  18.  Ibíd.
  19.  Ibíd.
  20.  Ibíd.
  21.  Gómez Zamudio, R. (2011). Op cit.
  22.  Castillo Ramírez, G. (2018). “Migración forzada, crisis humanitaria y violencia”. América Latina en movimiento. pp. 1-8.
  23.  Gómez Zamudio, R. (2011). Op cit.
  24.  Castillo Ramírez, G. (2018). Op cit.
  25.  Ibíd.
  26.  Gómez Zamudio, R. (2011). Op cit.
  27.  Ibíd.