Análisis semanal 239: El Príncipe y el Caso Khashoggi: cuando el medio no logra justificar los fines (12 de noviembre de 2018)

Año: 
2018
Autor(es): 

 

Toda persona que administra a una nación o que pertenece a una estructura de liderazgo debe atender a los riesgos del ejercicio del poder.  La naturaleza propia de estas y sus consecuencias derivadas pueden marcar la vitalidad de un gobierno, incluso la viabilidad de un régimen político de perpetuarse en el tiempo. Parece ser que es más difícil mantenerse en el poder que llegar a él. La audacia de las decisiones también marca el temperamento y la disposición al riesgo de o los tomadores de decisiones. Lo ocurrido recientemente en el consulado saudí en Estambul sirve de ejemplo.

Prudencia es una característica que todo gobernante debe poseer. El saber leer los tiempos y aprovecharlos para alcanzar los fines establecidos también es un arte necesario. Pero incluso los más audaces planes y maniobras políticas requieren de una pequeña dosis de suerte en el mejor de los casos. El Príncipe Mohammed bin Salman pareciera ser un representante de una forma de gobernar que, de forma incremental, pareciera adherirse más al riesgo que a cálculos precisos. Al menos así lo ha demostrado en los últimos años.

Hay que recordar cómo ha escalando en la pirámide de  poder saudí. Iniciando en el 2013 cuando es nombrado Ministro de la Corte Saudita; su carrera despega realmente en 2015 –ante la muerte del rey Abdalá bin Abdulaziz– cuando su padre como nuevo rey lo nombra Ministro de Defensa y posteriormente presidente del Concejo de Asuntos de Desarrollo y Económicos. Es este el inicio de su rápido ascenso por fortuna al poder.

Ahora, aún más importante, es qué ha hecho con su poder. Un príncipe debe saber administrar su mando y cuánto ceder ante sus súbditos. Los que cree que controle dentro y fuera de las fronteras de su Estado. Recién instalado en su puesto es en este ámbito que el príncipe Salman ha emitido mensajes disonantes. Aquí es donde puede subyacer su estrepitosa caída.

A nivel interno inició lo que se podría definir como una especie de perestroika de alcance medio. En el ámbito económico planteó la necesaria apertura de la economía saudita a otros sectores de bienes y servicios que la alejen de la dependencia a las exportaciones de petróleo. Para esto ideó el Proyecto Visión 2030 que incluye megaproyectos de infraestructura. En paralelo a lo anterior, y como forma de captar fuerza de trabajo en estado forzado de letargo, flexibilizó los permisos de trabajo para las mujeres. Una especie de acumulación originaria para la Arabia Saudita post hidrocarburos. Estratégico también fue su propuesta de que el reino incursione en la industria de entretenimiento. Lo anterior debido al importante porcentaje de jóvenes con pocas posibilidades de ingresar al mercado laboral (24% según la Organización Internacional del Trabajo) y que pueden significar una fuente de inestabilidad para Riad en los próximos años. Se estima que dos terceras partes del total de la población del país de 29 millones de habitantes tienen menos de treinta años.[1] Una bomba de tiempo sociodemográfica similar a la que detonó hace unos años durante la Primavera Árabe.

Sin embargo es en el campo externo en el cual el actual heredero al trono ha generado mayor discordia. Estando en el cargo de defensa inicia en 2015 una incursión militar en Yemen, que se ha estancado en una guerra de desgaste entre mercenarios financiados por Riad en contra de los rebeldes houthis, y que desde 2016 y ahora, intensificándose en 2018, se ha degradado a una hambruna con devastadoras consecuencias para la población civil. Se estima que el bloqueo y política de tierra arrasada saudita frente a Yemen y la destrucción deliberada de infraestructura estratégica (puertos, fábricas, depósitos de comida, etc.)[2] ha generado aproximadamente la muerte de cincuenta mil niños y amenaza con colocar en situación de inanición a casi la mitad de la población del país de 28 millones de habitantes para fines de año.[3] Una situación sin precedentes en tiempos recientes.

En términos de diplomacia en junio 2017, Riad activa una campaña regional de boicot y aislamiento junto a Egipto, Yemen, Emiratos Árabes Unidos, Mauritania y Bahréin  en contra de Catar. En noviembre, el primer ministro libanés Saad Hariri anunciaba su renuncia desde Riad alegando interferencias iraníes en su país y en la región. Inmediatamente acusaciones sobre un posible secuestro y  extorsión cayeron sobre las autoridades saudíes y bin Salman. Dos movidas aventuradas  de Salman y las autoridades saudíes.

Lo razón manifiesta, en el primer caso, está en el presunto apoyo de Doha  a grupos terroristas y sus supuestos esfuerzos por desestabilizar a sus vecinos. En el segundo, la presencia de Hezbolá en la vida política y militar de Beirut. De fondo o de manera latente está la “guerra fría” que periódicamente calienta entre Riad y Teherán. Los esfuerzos de Salman de solucionar por la vía de facto y diplomática esta disputa se entienden como esfuerzos de contención y rollback para retrotraer a su némesis iraní hacia sus fronteras naturales; y así evitar la conformación de una especie de rimland chiíta conformado por Iraq, Siria y Líbano que se complemente junto a  Irán como área pivote. Una lucha de voluntades entre ambos campos que pareciera amenazar con extenderse indefinidamente.

A nivel interno, la situación en el 2017, vio al príncipe Salman abrir un frente de lucha. En concreto, el inicio de una disputa dentro de la élite del poder que empezó con la remoción, en junio,  de Mohammed bin Nayef  como cabeza del Ministerio del Interior y también heredero directo al trono por parte del actual monarca Salman bin Abdulaziz Al Saud, en favor de Salman. Para  noviembre ya tendría la forma de lo que se podría denominar una “Noche de las jambiyas largas”, con Salman iniciando una purga bajo la cortina de humo de una “campaña anticorrupción” y terminaría en el arresto de varios centenares de altos mandos en círculos políticos, empresariales y de seguridad del país, incluidos algunos príncipes. Incluso el príncipe  Mansour bin Muqrin -hijo del antiguo Jefe de la Agencia de Inteligencia General saudita y príncipe heredero entre enero y abril del 2015 Muqrin bin Abdulaziz-   y siete oficiales del gobierno murieron en un accidente de helicóptero que algunos consideran dudoso.[4] A nivel de sociedad civil, la represión interna se intensificaría en septiembre con arrestos dirigidos a los pequeños focos de disidencia que surgen en la sociedad saudita.[5] [6] Ya para ese momento había que ser temido antes que amado; la era de glasnot y liberalización había terminado.

Lo que finalmente conduce al 2018 y al probable pináculo en el juego de azar de Salman. Jamal Ahmad Khashoggi, periodista disidente saudita y colaborador del Washington Post, se presta a efectuar un trámite en el consulado de su país en Estambul. Unos minutos después sería secuestrado y desmembrado, aparentemente aún con vida, por miembros del servicio de inteligencia y del ministerio del interior saudita dentro del recinto diplomático. Los intentos de Riad de ocultar su conocimiento ya han sido desestimadas y ahora se inicia un intento de establecer una cuarentena que proteja de acusaciones al actual rey.

En el caso de bin Salman pareciera que jugó una mano de más con las cartas del destino. Sea por virtú o por fortuna que se llega al poder; el empleo excesivo de violencia de forma sistemática y a lo largo del tiempo para mantenerse dentro de él  sólo puede, eventualmente, traer desgracia a un príncipe. Así como mucho sosiego sobre la ética y la moral distraen de la necesaria toma de decisiones también actuar impetuosamente conduce a la ruina. Ver correr mares de sangre aterroriza por un tiempo a la gente, después de cierto tiempo, la aburre o la obliga cercenar la mano que la derrama. El que por la jambiya vive, por ella muere.

Mohamed bin Salman deja un legado controversial en un lapso de tiempo muy corto. Conspiraciones de palacio, purgas, crímenes de guerra, terrorismo de Estado, asesinatos políticos, etc. Hechos no palabras, que colocan al próximo heredero en una posición difícil por el daño a la ya deteriorada imagen de Arabia Saudita, producto de su historial poco honroso en materia de derechos políticos y humanos. Incluso se ha iniciado una purga de los servicios de inteligencia para castigar a la estructura de mando y a supuestos “agentes disidentes” que llevaron a cabo la operación en Estambul. Esto podría ayudarle a Salman y a su padre ha finalmente eliminar reductos de oposición dentro de los aparatos de seguridad y Ministerio del Interior  que aún responden a los príncipes Muqrin bin Abdulaziz y Ahmed bin Abdulaziz respectivamente. Esto con el fin de contrarrestar posibles focos de inestabilidad y ruido de sables en los pasillos de poder de Riad. Es mejor reinar en el infierno que en el cielo. Pero hasta eso tiene un precio y límites.