Análisis semanal 206: Saturno devorado por sus hijos: la contra oleada iliberal, sus causas y la forma de las cosas por venir (02 de abril de 2018)

Año: 
2018

 

Hay un fantasma que está recorriendo el globo; marcando la vida política, económica y social de millones de seres humanos, particularmente en Occidente, pero sin carecer de variantes en otras latitudes.  Se le ha denominado genéricamente “populismo”. Concepto ambiguo que permite abarcar casi cualquier movimiento político o pensamiento que se distancie ideológica y programáticamente  del corpus dominante de la variante de liberalismo surgido de la Post-Guerra Fría y del Fin de la Historia. Ante y contra él, se han posicionado las clases dirigentes del norte capitalista y democrático y sus pares ubicados al sur, sus aparatos ideológicos del establishment mediático e intelectuales de todo linaje, desde libertarios hasta sectores, dependiendo de las circunstancias, de la izquierda progresista. Todos, unidos, en una cruzada para enfrentar a una contrarrevolución, que carga sobre sí, con una fuerza impensada.

Considerando esta laxa definición, lo que permite definir este fenómeno, más que ubicarlo en las tradicionales coordenadas de derecha–izquierda, es su contraposición al liberalismo. Situación que podría contextualizarse, tentativamente, en una especie de contra oleada antidemocrática cómo las que visualizó Samuel Huntington después de cada oleada democrática (1). Su uso en lenguaje político, casi siempre con carácter peyorativo, ha sido para marcar con fuego y condenar al ostracismo a todo tipo de partidos, movimientos y líderes políticos en el gobierno o en la oposición. Hasta ahora.

Comprender el populismo implica profundizar en sus causas e impacto real. Esto en cuanto permite entender cómo pueden surgir –como un binomio indisoluble– dos de sus principales elementos constitutivos. Por un lado, los partidos y movimientos de extrema derecha en Europa (y parte de la izquierda de ese continente) euroescéptica y su versión estadounidense denominada Alt Right, movimientos religiosos fundamentalistas –de diverso corte– hasta alcanzar al otro lado del espectro ideológico con el llamado Socialismo del Siglo XXI en América Latina, sin agotar otras posibilidades. Junto a la estructura, surge el individuo, el outsider, líder mesiánico o caudillo que conducirá a su pueblo a su respectiva tierra prometida. Lo que podría, en resumen, traducirse en una agencia avocada al rechazo de todos o algunos de los postulados fundamentales de la tradición ilustrada del racionalismo y liberalismo.

En relación al liberalismo, esta fuerza antagónica se enfrenta a todos o alguno de los cuatro engranajes fundacionales que conforman esta cosmovisión. A nivel político, al rechazar abiertamente o desconfiar de la democracia y el Estado de derecho. Sociológicamente, al desentenderse de la posibilidad de arreglos mínimos de convivencia y de posible integración frente al otro, y el deseo de retorno a la tradición o al nativismo propio de una era previa de virtud. Ideológicamente, al sospechar sobre la razón y la ciencia como guías conductores de la acción humana. Y económicamente, al desconfiar de las promesas del libre mercado y la autorregulación de las fuerzas económicas. Considerando lo laxo del concepto, es cuando se vuelve operativo que alcanza su verdadero cenit. Lo que podría denominarse, en un concepto paraguas, como una contra oleada iliberal.

Antes de rechazar, ad portas, la contra oleada iliberal es importante considerar los errores y contradicciones internas del sistema que la incubó y desplazó por todo el sistema internacional. En particular, las asimetrías relacionadas a la privatización de ganancias y socialización de pérdidas. Pero atendiendo también el clima ideológico, propio del posmodernismo y el exacerbado relativismo –como derivación, que han permeado con mayor fuerza a Occidente en las últimas tres décadas. Si se suma a lo anterior, el advenimiento de las sociedades de la postverdad (2) -ahogadas en torbellinos de noticias falsas y hechos alternativos- en donde la ignorancia se torna en una fuerza viralizable, el ambiente para una democracia deliberativa basada en la acción comunicativa se vuelve realmente tóxico. Goebbels se ríe desde la ultratumba. Importante, también, contemplar como ambas esferas (concreta y subjetiva) se refuerzan y se contradicen, dialécticamente.

Materialmente hablando, el liberalismo en su acepción económica, aunque haya posibilitado niveles de vida altos tanto al norte como al sur del globo, no ha cumplido con la promesa del efecto de rebase de  copa. Prueba de ello es la proliferación de paraísos fiscales en donde los principales beneficiados de la globalización económica y de apertura comercial depositan las gotas que nunca desbordaron dicha ornamenta. A su vez, las asimetrías en materia de distribución de riquezas norte – sur, pero también dentro del mismo norte se hacen cada vez más profundas. Lo que implican un costo humano que exige cada vez mejores cuotas de bienestar material. Respondiendo, internamente, con el rechazo a las formas propias de la política tradicional; y externamente, generando oleadas migratorias. Por ejemplo, al día de hoy se calcula que el 8,2% de la población italiana se encuentra fuera del país (3).

Incluso en sociedades que han generado que amplias capas se beneficien de una movilidad social ascendente, en países como Brasil, Turquía o China, han caído en la paradoja de la generación de la clase media y el vértigo social y político que produce. A mayor conformación de estratos medios mayor inestabilidad dentro del sistema político debido al incremento de nuevas demandas. No en vano Xi Jingpin reformó la constitución china para poder perpetuarse indefinidamente en el poder (4) y el Partido Comunista está apuntalando su sistema de vigilancia y evaluación sobre sus ciudadanos, para crear, finalmente, el primer Estado policial del Siglo XXI. En los autoritarismos también hay espasmos de iliberalismo populista, aunque parezca contradictorio.

Ideológicamente hablando el liberalismo presenta serias contradicciones internas. Aunque promueva el multiculturalismo, la tolerancia y el mercado de ideas, omite el hecho de que no existe un sistema que pueda obviar tres leyes fundamentales del ejercicio del poder en la vida política nacional e internacional, y sus consecuencias reales al aplicarse. Toda ley guarda en principio una intención, las circunstancias su aplicabilidad.

La primera, el carácter de dominación que presenta cualquier relación de poder en cuanto obliga a “A” a influir en el comportamiento de “B” independientemente de la supuesta nobleza y buenas intenciones del primero. La segunda, derivada de la primera, es que todo sistema está obligado a imponer una serie de valores y principios que, inevitablemente, entrarán en conflicto con otras cosmovisiones. Incluso utilizando la guerra preventiva al margen del derecho internacional y la misma arquitectura liberal diseñada al final de la Segunda Guerra Mundial. Y, finalmente, toda acción política de “A” produce su propia y correspondiente respuesta de parte de “B”. El obviar las particularidades societarias y culturales de diverso orden que imperan dentro y entre cada Estado del mundo. Hecho que provocaría que ciertos grupos (étnicos, políticos, religiosos, culturales, etc.,) respondieran, a esta supuesta tabula rasa que unificaría indistintamente a naciones, como una imposición espuria de una visión de mundo que contradice su forma de vida y orden natural de las cosas. Kant escribió La paz perpetua y visualizó una sociedad de naciones en cuanto consideró a ciertos pueblos y Estados civilizados. Los liberales actuales omiten esa frontera de diferenciación y pretenden expandir, su paz perpetua, hasta las últimas consecuencias. Una especie de paradoja: la intolerancia de los tolerantes; la paz a través de la guerra.  

Todo esto se traduce en connatos de rebelión trasladados al ámbito electoral alrededor del mundo. Lo esperable en países periféricos dentro y fuera de los centros de poder, pero jamás en el centro de poder en sí. Como consecuencia electoral, la coincidencia a nivel de repulsa que unen a un obrero desempleado en Detroit (votante de Trump), a un desocupado en Grecia (votante de Syriza), con un ruso desencantado con las políticas de shock en Rusia, y hasta nostálgico con el Ancien Regime soviético y sus certezas en 2000 (votante de Putin), con un indígena en Cochabamba (votante de Evo Morales), un miembro de la clase media venida a menos en Venezuela en 1998 ( votante de Hugo Chávez), un comerciante en Davao (votante de Rodrigo Duterte),  y a un votante costarricense, seguidor de algunas de las tendencias evangélicas o de derecha conservadora, que han tomado fuerza en las regiones costeras y guetos urbanos olvidados por las élites políticas e intelectuales del país.  Un encadenamiento de rebelión de los olvidados por la globalización. Es en este “caldo de cultivo” de incertidumbre material y emocional que se genera esta agencia (estructura: partido/movimiento populista – agente: líder mesiánico) como un fait acompli.

Todo esto conduce a la percepción de que el liberalismo –como marco de referencia de orden social, político, económico e ideológico; local e internacionalmente– está entrando en una fase de agotamiento. Algo similar como ocurrió con la Unión Soviética y la propuesta del socialismo real. Son las profundas contradicciones internas entre lo propuesto y lo alcanzado lo que está llevando a esta crisis. En concreto, el insondable abismo entre la clase política y algunos sectores de la sociedad civil que no ven satisfechas sus demandas, materiales y espirituales, por parte de una dirigencia ensimismada y acéfala. La diferencia entre una democracia liberal y un régimen autoritario es que la primera abre la puerta, vía electoral, para introducir en las esferas de toma de decisión a los elementos que le sepultarán. Los hijos de Saturno devorando a su propio padre. Los esclavos convirtiéndose en amos.  El sistema devorándose a sí mismo.

Esto necesariamente debe conducir al planteamiento de alternativas. Propiamente la necesidad de elaborar un nuevo contrato social que reconsidere las particularidades históricas que actualmente enfrenta la humanidad. Esto con el fin de que el cambio, en caso de ser factible, se genere dentro del mismo sistema y en relación con sus propias reglas internas. Tratando de mantener los logros en materia de derechos humanos y culturales, pero recuperando, de forma urgente, garantías de bienestar socioeconómico para la primera generación, después de la segunda post guerra, que ni siquiera puede soñar con acceder a los estándares de vida de sus antecesores. A su vez, establecer nuevas arquitecturas de gobernanza que inciten al entendimiento entre las naciones frente al incipiente  retorno de la política de alianzas y esferas de influencia, propias de los siglos XIX y XX, que eventualmente derivaron en guerras sistémicas, primero comerciales y luego militares. En el inicio del crepúsculo de la hegemonía estadounidense y de la Pax Americana se deben establecer esfuerzos para generar condiciones que afiancen un nuevo orden internacional basado en un multilateralismo asertivo. A nivel interno-nacional, incorporando a sectores desplazados de los beneficios materiales y subjetivos del orden económico. Atendiendo de esta forma las causas estructurales de la oleada iliberal.

Sin embargo, es necesario aprehender el cambio que está surgiendo y la convulsa era que está germinando. La imposibilidad de un velo de la ignorancia hará que la política se rija cada vez más por coordenadas identitarias sustentadas en valores y prácticas culturales. Particularmente importante, lo anterior, debido al surgimiento de una plétora de comunidades de significación –en respuesta al estado de anomia– en las que miles de ciudadanos se adentran para encontrar orientación a su existencia social, al verse desvanecidas estructuras modernas como el Estado y  nacionalidad, religión, dios, matrimonio y familia en su forma clásica, por citar algunos ejemplos.  La necesidad de pertenencia y distinción sigue siendo una pulsación entre los seres humanos.

La democracia liberal tendrá que aceptar el desafío de reintroducir el antagonismo como elemento dinamizador del juego político. Sobre todo, porque cada Estado traslada, como un nodo, las reverberaciones que a su interior ocurren, hacia el sistema internacional, como a su vez, el todo, influyen en las partes. Estableciendo ciclos de cambio de poder internos y externos que ofrecen transformaciones cualitativas para bien o para mal. Estamos, definitivamente, viviendo tiempos interesantes.

Notas

  1. Samuel P. Huntington, The Third Wave: Democratization in the Late Twentieth Century, University of Oklahoma Press.