Luego de cinco años sin comicios nacionales y tras el paso de tres primeros ministros distintos, el pasado domingo 4 de marzo se celebraron en Italia las elecciones generales que renovaron las dos cámaras legislativas y que permitirían, eventualmente, formar un gabinete en el Ejecutivo.
Estas elecciones estuvieron marcadas, primero, por gran incertidumbre previa en cuanto al posible ganador ya que, aunque no se registraba un alto porcentaje de personas indecisas, la intención de voto se distribuía en prácticamente tres partes iguales para las principales fuerzas políticas; segundo, por el papel que jugaría el nuevo sistema electoral puesto en acción; y, tercero, tras conocerse los resultados, por la indefinición de una mayoría que permitiera formar un gobierno.
La incertidumbre del voto en 2018 se puede asociar, en general, con el declive histórico de las “culturas políticas” (1): tradiciones políticas que vinculaban ciertas regiones territoriales y grupos sociodemográficos con tendencias políticas; en consecuencia, el voto no resulta predeterminado y la decisión es más contingente.
En lo específico, la introducción de nuevos actores ha llegado a complicar el panorama político. Por un lado, el Partido Democrático, principal partido de izquierda que combina las tradiciones comunista y democristiana, se fragmentó entre quienes apoyan al líder y ex primer ministro Matteo Renzi (incluyendo el propio gobierno de turno) que permanecieron fieles a la agrupación, y quienes se refugiaron en un nuevo partido denominado Libres e Iguales, que incluía figuras históricas como Pier Luigi Bersani y Massimo D’Alema.
Por otro lado, el Movimiento Cinco Estrellas (Movimento Cinque Stelle, M5S), que irrumpió desde las elecciones de 2013 ganando escaños y alcaldías, consiste en un aglomerado heterogéneo, que rechaza etiquetas ideológicas y parece unido más por mecanismos digitales (blog, redes sociales) que por ideales o programas comunes. Su postura antipolítica y antiestablishment ponen en duda la capacidad de alcanzar acuerdos sustantivos con los partidos tradicionales.
Además, la derecha ha encontrado mayor identidad en su vertiente más radical. Silvio Berlusconi, cuestionado y condenado por fraude fiscal, ha inevitablemente trasladado su desgate político hacia su partido personal Forza Italia. Así que han sido la Lega y Hermanos de Italia (nativistas, xenófobos y radicales) quienes han obtenido mayor protagonismo bajo la dirección de Matteo Salvini y Giorgia Meloni, respectivamente.
Ante el conjunto de diversos actores inconmensurables en cuanto a sus posiciones sobre la economía, la migración, la familia y la Unión Europea, se suma el hecho de que en 2018 se utilizó un nuevo sistema electoral. Este es de tipo mixto, es decir, combina (a) elección por pluralidad (first past the post) en circunscripciones uninominales con (b) repartición proporcional por listas cerradas en circunscripciones plurinominales, con la salvedad de que está prohibido el quiebre de voto entre ambas listas. Al total de curules, se suman además los 18 escaños electos por residentes en el extranjero, que se reparten proporcionalmente. A partir del resultado electoral se construiría un gobierno, nombrando un primer ministro, según las negociones efectuadas, siempre y cuando se cuente con un respaldo mayoritario en ambas cámaras. Corresponderá formalmente al presidente de la República nombrar a líder del poder Ejecutivo y su gabinete según las propuestas partidarias.
Tabla 1. Número de cargos legislativos electivos
Tipo de circunscripción |
Cámara de diputados |
Senado |
Uninominal |
232 |
116 |
Plurinominal |
386 |
193 |
En el exterior |
12 |
6 |
Total |
630 |
315 |
Fuente: Repubblica (2017, 22 de septiembre) (2)
Resultados electorales
Así como las encuestas preelectorales mostraban tres grandes fuerzas sin capacidad de formar mayoría –centroizquierda, centroderecha y M5S– los resultados, basados en participación electoral mayor al 70%, llevaron al mismo desequilibrio. De hecho, pese a que el sistema es mixto –proporcional y mayoritario– según cálculos del politólogo Mathew Shugart (3) la desproporcionalidad del sistema resultó ser moderada; en otras palabras, el voto se asemeja relativamente a la conformación de las cámaras. Por lo tanto, la fragmentación política que se institucionaliza en el parlamento es un reflejo, medianamente preciso, de la segmentación de las preferencias electorales.
Tabla 2. Resultados (preliminares) de la elección
Partido o coalición |
% de votos en la Cámara de Diputados |
% de votos en el Senado |
Centroderecha (Forza Italia, Lega, Hermanos de Italia y Nosotros con Italia) |
37.0 |
37.5 |
Movimiento Cinco Estrellas |
32.7 |
32.2 |
Centroizquierda (Partido Democrático y aliados) |
22.9 |
23.0 |
Libres e Iguales |
3.4 |
3.3 |
Otros |
4.0 |
3.9 |
Total |
100.0 |
100.0 |
Fuente: Ministerio del Interior (4).
Con los resultados obtenidos, no hay un ganador claro ya que ningún partido ni coalición electoral puede, por sí mismo, contar con la mayoría para proponer un gobierno que sea aprobado en ambas cámaras. En consecuencia se requieren alianzas entre los diversos actores. Algunos, como el Istituto Cattaneo, han proyectado escenarios posibles, pero dudosos (5). Parte de ello se explica por las diferencias ideológicas entre los partidos, pero también por el paradójico hecho de que el M5S fue individualmente el partido más votado y con más escaños, pero es superado numéricamente por la coalición centroderecha, en la cual la Lega obtuvo más respaldo. Por ende, tanto Luigi Di Maio del M5S como el leghista Matteo Salvini se consideran legítimos aspirantes al cargo de primer ministro (6), esperando que sean las demás agrupaciones las que definan sus posiciones (7).
Fuente: elaboración propia con base en datos del Ministerio del Interior (8).
Fuente: elaboración propia con base en datos del Ministerio del Interior (9).
La insatisfacción y sus consecuencias
Estas elecciones son un reflejo de la amplia insatisfacción política del electorado italiano. El Movimiento Cinco Estrellas es el ejemplo más dramático del rechazo a la política tradicional, sus élites y prácticas. La derrota del Partido Democrático muestra que ni siquiera los recientes resultados económicos positivos o la aprobación de su premier Paolo Gentiloni lograron compensar las críticas hacia el predecesor gobierno de Renzi y sus políticas laborales, educativas y económicas, así como la fallida propuesta de reforma institucional. La derecha, por su lado, encuentra mayor éxito en su discurso más xenófobo, nacionalista, antieuropeísta e, inclusive, neofascista (10).
Estas elecciones de 2018 en Italia son una muestra de las dificultades que atraviesan no pocas democracias en el mundo. El descontento ciudadano hacia la clase política, el abandono económico de grupos perdedores por la globalización y el resentimiento social ante el percibido cambio de valores ha llevado a la búsqueda de outsiders, la radicalización de posiciones ideológicas y el endurecimiento de fronteras territoriales, comerciales y culturales. Nuevos cuadros políticos encuentran terrenos fértiles para obtener caudales de apoyo mientras que algunos actores tradicionales radicalizan su discurso, recrudeciéndose, en consecuencia, la confrontación social que, a la vez, se traduce a la arena institucional.
Notas
10. En este sentido, llama la atención que Berlusconi, a quien tradicionalmente se le ubicaría en el centroderecha, negara en campaña la presencia del neofascismo en Italia mientras advertía “el peligro del antifascismo” (La Repubblica, 2018, 18 de febrero).