Análisis semanal 188: ¿Quo Vadis Ost Europa? (22 de enero de 2018)

Año: 
2018

 

Las transiciones societarias son siempre arduos y largos caminos llenos de contradicciones. Caída la Cortina de Hierro en Europa, se esperaba un proceso de “europeización” de los antiguos países comunistas al adherirse éstos a la arquitectura política y económica de la Unión Europea y de seguridad de la OTAN. Situación que involucraba adquirir compromisos de reforma económica y política, así como militares, pero, de particular importancia, de valores, principios y de visión de mundo. Casi treinta años después, esta región estratégica de Europa sigue este proceso, aunque, aparentemente, con algunos retrocesos.

Este valor trascendental se demuestra en el ámbito político y militar. Finalizada la Guerra Fría, ha sido en Europa central y oriental en donde han ocurrido conflictos armados que han puesto en duda la paz del continente y las promesas de progreso sostenido. El desmembramiento y guerra civil de la antigua Yugoslavia, la guerra entre Georgia y Rusia en 2008 y, más recientemente, el conflicto en el este de Ucrania son muestra de ello. Por otro lado, acabado el gobierno de Slobodan Milosevic en 2000, actualmente se considera a Bielorrusia, gobernada por Alexander Lukashenko desde su independencia en 1992, como el último régimen autoritario en Europa.   De telón de fondo a todas estas situaciones está el juego de poder de Occidente y Rusia en mantener y aumentar sus respectivas esferas de influencia.

Ante las tensiones latentes en el sureste y este europeo, la realidad en Europa central ha sido muy diferente. El Grupo Visegrad (República Checa, Eslovaquia Polonia y Hungría) era considerado como un ejemplo de transición exitosa en materia política, económica, sociológica y cultural al incorporarse e integrarse a sus pares occidentales sobre la base de la concurrencia de intereses y valores civilizatorios comunes. La irrupción del fenómeno sociopolítico del populismo y de su faceta -más concretizada-  en la forma de regímenes iliberales ha, cuando menos, puesto en duda el optimismo antes depositado en estos países.

Actualmente existen varias agrupaciones políticas y movimientos en Europa con inclinaciones euroescépticas y críticos al modelo europeo de integración. Uno de los efectos de su incursión en la política nacional y comunitaria es la de beneficiar los intereses de Rusia y su visión multipolar del mundo. Por acción, al abiertamente aliarse o mostrar simpatías hacia Moscú o, al alejarse de los valores y formas de ejercicio del poder aceptadas por la UE.

Hungría, gobernada por Viktor Orban del Fidesz y Polonia gobernada por el Partido Ley y Justicia de Jaroslaw Kaczynski son ejemplos, respectivos, de ambos casos. Eslovaquia, gobernada por el populista Smer de Robert Fico, aunque menos ambicioso en desarmar el equilibrio de poderes e imperio de la ley, rechaza con la misma vehemencia los dictados de Bruselas en materia migratoria. Recientemente, un nuevo Caballo de Troya se ha unido a este grupo: República Checa.

Praga había sido probablemente el caso más notorio de transición exitosa en Europa central. Gracias al desarrollo de un marcado sentido de independencia y de autodeterminación alcanzados finalmente con la Revolución de Terciopelo, este país reunía condiciones que lo colocaron en ventaja sobre sus pares ex comunistas.

Histórica y culturalmente, hay raíces que unen a este país con sus pares occidentales. Geográficamente, los territorios de Bohemia, Moravia y Silesia ubican a República Checa en la frontera este de Alemania –motor económico de la UE. Económicamente, República Checa ha sido una nación altamente industrializada y con una economía estable, lo que ha facilitado la asistencia económica de Bruselas (1). Políticamente, la sociedad checa ha sido reconocida por su tradición de tolerancia y adhesión a la democracia cuando su independencia y soberanía ha sido respetada por sus vecinos. Sin embargo, todo esto, al parecer, no fue suficiente.

En años recientes la orientación ideológica y programática de parte de algunas fuerzas políticas del país ha cambiado. El actual presidente, Miloš Zeman, ha efectuado un importante giro diplomático hacia Moscú. Ha argumentado a favor del levantamiento de sanciones económicas impuestas a Rusia producto del conflicto en Ucrania; en 2015, ha sido uno de los pocos líderes occidentales en hacerse presente en Moscú el 9 de mayo coincidiendo con la conmemoración del Día de la Victoria sobre la Alemania nazi. Adicionalmente, alrededor de la presidencia checa y a nivel de composición de élite, existe una presencia importante de políticos empresarios, -una casta de oligarcas (2)- que se beneficiaron de las reformas de los noventas, y que mantienen estrechos vínculos económicos con sus pares rusos.

También se ha caracterizado por una retórica de oposición a la inmigración, proveniente de países musulmanes, así como a las cuotas de refugiados asignados por la UE para cada Estado miembro describiéndola como una “invasión organizada” (3).

En términos generales ha mostrado ser un aliado complicado para Bruselas. Resquebrajando la narrativa de una UE monolítica y comprometida a contrarrestar la influencia rusa en la región. A nivel interno, ha levantado alarmas en los servicios de inteligencia checos que han alertado sobre el incremento y esfuerzos de Moscú por influir en la vida política del país. Incluso, el Ministerio del Interior ha establecido el Centro en Contra del Terrorismo y Amenazas Híbridas. El fin de esta unidad es contrarrestar fake news y propaganda emanada de aparatos ideológicos controlados por Moscú (4).

En días pasados, el primer ministro electo en octubre pasado, Andrej Babiš, renunció a su inmunidad, y hasta el momento no ha logrado generar una coalición de gobierno (5). La situación es similar. Babiš, el segundo hombre más rico del país -acusado de saber sido miembro de la policía secreta comunista– y que actualmente se enfrenta a acusaciones por fraude y corrupción, hace eco a mucho de los planteamientos de política exterior de la presidencia.

República Checa mantiene un sistema de gobierno parlamentario. Babiš ha recibido la anuencia de Zeman para eventualmente formar gobierno. Si tanto el presidente como  el primer ministro se lograrán mantener en el poder, habría una concurrencia de elementos pro Moscú en el gobierno de Praga.

Actualmente Praga se enfrenta a una importante disyuntiva. Un dilema que refleja la existencia de una tensión a lo interno de su sistema político, pero que también funciona como espejo del entorno general de Europa central y oriental, y de las relaciones Occidente-Moscú. Y, que por otro lado, marca el pulso para medir el estado actual y viabilidad del proyecto de comunidad europea basado en una constelación de valores y principios compartidos. Geopolíticamente hablando, nuevamente esta región cumple su rol estratégico de puerta de entrada a Eurasia gracias, en buena parte, a la red de tuberías que atraviesan estos territorios con los cuales Moscú alimenta de gas a Europa occidental.

En los próximos días se avecinan elecciones en Chequia. El 13 de enero se celebraron elecciones presidenciales en las que Zeman obtuvo 38,6% frente al pro UE Jiří Drahoš con un 28,6%. Por el momento, las encuestas visualizan una contienda muy cerrada entre ambos candidatos, con la posibilidad de que Drahoš gane por estrecho margen si logra obtener el apoyo del resto de candidatos que perdieron –aproximadamente un 32,5%. De lo contrario el actual presidente se mantendría en el poder afianzando la oleada de gobiernos pro Moscú e iliberales que ya gobiernan en la región.  Las disputas por esferas de influencia en Europa se han reactivado por medio de los procesos electorales y acuerdos económicos entre grupos empresariales. Republica Checa, país de importancia vital ubicado en el corazón de Europa, bien podría determinar el balance en el equilibrio de poder, el futuro de la Unión Europa, y el fin de las transiciones democráticas exitosas en Europa. ¿Primavera o invierno?, el electorado checo tiene la palabra.