Como respuesta a la decisión de Estados Unidos de pasar su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que es internacionalmente considerada la representación oficial de los palestinos, votó el lunes 15 de enero para suspender el reconocimiento del Estado de Israel, su movida más importante hasta la fecha (1). Esta decisión se tomó considerando, asimismo, el plan de paz de la administración Trump, que daría a los palestinos para su capital un suburbio de Jerusalén, en lugar del lado occidental que desde 1948 está en disputa. La nueva posición del gobierno estadounidense ha sido considerada por oficiales del gobierno de Palestina como un retroceso enorme, tal vez de decenas de años de trabajo.
El presidente Trump había incluido en sus promesas de campaña un “refrescamiento” en el acercamiento de Estados Unidos a la situación Israel-Palestina. Durante la presentación a la prensa de su decisión de mover la embajada, Trump aclaró que no estaba forjando fronteras ni decidiendo cuál parte de Jerusalén sería de Israel, pero el simple hecho ha rompido con un largo proceso de paz, y la posición misma de Estados Unidos, de dejar la división de Jerusalén como la negociación final del proceso (2). El empresario ha sido notorio por sus estrategias de negociación riesgosas y de altas apuestas, sin embargo, para la mayoría de los expertos y la opinión internacional, esta decisión ha descalificado a Estados Unidos como mediador, al ser acusado de favorecer los intereses israelís, dados los intereses de negocios en Israel de las compañías de su yerno Jared Kushner (3).
Kushner ingresó como consejero del Presidente Trump para asuntos del Medio Oriente. Sin embargo, su intención de mediar las negociaciones de paz ha sido infructuosa. Luego del comentario del Presidente Abbas de que la Corte Internacional de Justicia investigue al Estado de Israel por los crímenes ante los palestinos, el Departamento de Estado de Estados Unidos se negó a renovar el permiso para la oficina de la OLP, la cual sirve de misión. Esto, como tal, desembocó en que los palestinos rechazaran las llamadas de Kushner y sus esfuerzos mediadores (4).
A raíz de este rompimiento de confianza entre las partes, el consejo de la OLP votó recomendar al comité ejecutivo la suspensión los acuerdos de Oslo sobre cooperación en seguridad. Asimismo, se reiteró el apoyo a la Iniciativa Árabe de Paz, que implica volver a las fronteras de 1967 para la normalización de la relación con Israel. Esto implicaría que Estados Unidos retracte la decisión de mover su embajada y cambie su posición sobre los asentamientos ilegales (5).
Es claro que tal plan no está afectando simplemente a los palestinos, sino que ha tenido un efecto negativo en las relaciones con los países árabes y musulmanes, algunos con relaciones sumamente frágiles como Irán o Siria, y otros que son aliados de Estados Unidos, como Turquía, Jordania y Egipto (6). El Rey Abdullah II de Jordania comentó que “Jerusalén es clave para lograr paz y estabilidad en la región y en el mundo”, y que esta decisión tendría implicaciones serias para la seguridad en el Medio Oriente, prometiendo apoyo al Presidente Abbas para “preservar los derechos históricos de Jerusalén y la necesidad de trabajar en conjunto para confrontar las consecuencias de esta decisión” (7).
Aunque Estados Unidos había jugado el rol de principal mediador del proceso de paz entre Palestina e Israel por décadas, es importante analizar realmente cuán objetiva y eficaz ha sido su gestión. Según el New York Times, la mayoría del mundo ya consideraba a Estados Unidos como un actor parcial y poco útil que promovía los intereses de Israel, perpetuando el conflicto (8). Sea por el desbalance de poder entre los israelís y los palestinos o por los intereses de la política doméstica de Estados Unidos, la estrategia estadounidense había consistido en generarle a Israel un sentido de confianza y seguridad para que pudiesen conceder algunos puntos de la negociación; esto no cambió con la administración Trump. No obstante, el hecho de reconocer Jerusalén como la capital de Israel, sin definir el estado de Jerusalén del Este, ha dado más que un sentido de comodidad a Israel: le ha dado lo que el Presidente Benjamín Netanyahu considera una “victoria” y, difícilmente, los “ganadores” sienten que tienen que apiadarse de los “perdedores”.
Como tal, esta jugada ha generado mayor desconfianza hacia los Estados Unidos, prácticamente eliminándolos del proceso de negociación. El hecho que la OLP haya cumplido su amenaza de suspender el reconocimiento del Estado de Israel es un claro ejemplo de la pérdida de confianza en el proceso y sus actores, y la necesidad de una “retribución” ante tal “traición”. Por otro lado, su exigencia del reconocimiento del Estado Palestino, la anulación de la anexión de Jerusalén del Este y la cesión del desarrollo de asentamientos ilegales para volver a reconocer el Estado israelí pone nuevas cartas sobre la mesa. Si efectivamente se lleva a implementar la suspensión del reconocimiento y de la cooperación en seguridad, se podría estar ante un retroceso total de las relaciones entre Israel y Palestina que sepultaría la “solución de dos Estados”.
A partir de ese momento, solo dos respuestas son posibles: la escalada de la violencia entre partes y un conflicto regional, o la obligación de Israel de construir un Estado democrático en el que todos sus ciudadanos, sean palestinos o israelís, tengan los mismos derechos bajo la ley. Hasta el momento, la voluntad del pueblo palestino ha sido clara en la necesidad de un Estado palestino para la consolidación de una paz duradera, y a través de la adopción de la moción de la Asamblea General de Naciones Unidas, que rechaza la declaración estadounidense, es claro que la sociedad internacional apoya un proceso de paz que respete el derecho internacional y la voluntad de ambas partes.